La escasez ha provocado especulación y mercado negro: gobernador de Mérida
Filas de hasta tres días para comprar gasolina en los Andes venezolanos
Los expendios son vigilados por el ejército; algunos compradores llegan a los golpes
ARTURO CANO ENVIADO
Region de los Andes, Venezuela, 2 de febrero. "ƑEstá William, señora?" Silencio. "ƑPero usted me puede vender la gasolina?" La operación se cierra en unos minutos. De una modesta vivienda salen los garrafones con 30 litros de gasolina. El pago es de 30 mil bolívares (unos 185 pesos mexicanos). Una fortuna en un país donde el litro de gasolina sin plomo cuesta, con todo y crisis petrolera, poco menos de 100 bolívares. La abuelita de la familia sonríe, pues el negocio garantiza las arepas de la semana. Su hijo y sus nietos hacen filas de dos o tres días, y vuelve a casa para ordeñar los tanques de sus coches. Luego, venden cada litro a diez veces el precio oficial.
"Por eso hay gente que quiere que esto no se acabe nunca", dice Pablo Ruiz, antes de emprender el viaje desde San Cristóbal, estado Táchira, a la vecina ciudad de Mérida, 680 kilómetros al occidente de Caracas.
Las cuatro horas de camino entre ambas ciudades de los Andes enseñan que las colas de la gran Caracas son de risa loca.
Los caraqueños viven desde hace semanas con la queja a flor de labio por las dos, tres o hasta siete horas que pasan en la cola de una gasolinera. En los Andes venezolanos las colas llegan a ser de tres días. La región ha sido la más castigada por la escasez de combustibles.
Compañero de armas del presidente Hugo Chávez -lo acompañó en el fracasado golpe de Estado de 1992- el gobernador del estado Mérida, Florencio Porras, ilustra de modo muy sencillo el tamaño de la crisis: del centro de distribución de gasolina para la región -que va de la frontera colombo-venezolana al sur de Lago de Maracaibo y se extiende hasta la apabullante Sierra Nevada- salían, hasta antes del "sabotaje" petrolero, 300 pipas diarias con combustible. Hoy salen 50.
Terminado el paro, sigue la parálisis. Este lunes, comercios, escuelas e industrias que se habían plegado a la huelga -las que habían resistido hasta estas fechas- comenzarán a abrir sus puertas. La excepción son una parte de los trabajadores petroleros que no se han reincorporado y a quienes los líderes de la Coordinadora Democrática habían prometido nunca dejar solos.
No por el cambio, sino por necesidad
Una escena en San Cristóbal, Táchira. Una gasolinera es vigilada por 20 soldados. La fila es de unos 200 automóviles. Sus dueños llevan formados dos días. De pronto, llega al lugar un grupo de motociclistas, 30 o 40, que exige gasolina. Se colocan hasta el frente. Los automovilistas respingan. Los soldados se alistan para un motín. Los dueños de los coches dicen que ellos van primero. "Además los motorizados nada más quieren la gasolina para venderla", se queja una señora. Se arma la gritería. Los de los coches deciden pasar a la acción, bloquean la avenida y las entradas a la gasolinera. El jefe militar, un capitán, ordena: "Se suspende el servicio para todos". Los motociclistas se van a buscar otra estación de servicio. Los automovilistas se preparan para pasar la noche en la fila.
La escena se repite aquí y allá, y en algunos casos el enojo ciudadano pasa a los golpes y los gases de la policía.
A la mañana siguiente, ya en su tercer día de fila, los mismos automovilistas enojados de la tarde anterior están más que pacíficos. Conversan en un tono muy lejano de las pasiones de Caracas. Unos culpan a los "saboteadores" de Petróleos de Venezuela, la mayoría al gobierno.
-ƑValen la pena estos sacrificios para lograr un cambio de gobierno?
-Yo no estoy por ningún cambio, sino por necesidad, tengo un bebé y necesito la gasolina -dice el joven Rómulo Araque.
Pero más que las colas, lo que tiene atribulados en estos días a los sancristobalenses es el triste destino de su orgullo: la Feria Internacional de San Sebastián, que se celebra en grande, con expositores de varios países, juegos, corridas de toros, ríos de cerveza y, claro, con la coronación de la reina de la feria.
El alcalde de la ciudad es de oposición, y a su gobierno corresponde tradicionalmente la organización del festejo. Decidió cancelarlo. El gobernador se lo brincó y la feria se hizo. O se hizo más bien "un remedo" de feria, como dicen aquí. El desfile inaugural salió bien, porque miles de sancristobalenses salieron a las calles a vitorear a las candidatas a reina. Pero lo demás fue un desastre. "Está muerta, no hay nada. Otros años, a estas horas no se puede andar por ahí", dice un joven que regresa a su casa.
Sin patrocinadores, la feria es apenas unos cuantos juegos mecánicos, una sola nave con cinco decenas de expositores -muchos de ellos organismos del gobierno nacional- y algunos puestos de comida. Y, claro, algo de cerveza Aguila colombiana al doble del precio normal.
El mundo al revés
La marabunta de jóvenes alza sus instrumentos de trabajo y los ofrece a los posibles clientes: embudos, mangueras y bidones de plástico. A sus pies, los bidones llenos de gasolina muestran el fruto del esfuerzo diario. Esto es Colombia, a unos pasos de la frontera con Venezuela. La imagen, contra lo que pudiera pensarse, no corresponde a estos días del paro petrolero. Es la vida de siempre, porque en Venezuela la gasolina cuesta cinco veces menos que en Colombia. Por esa razón, los habitantes de la frontera están acostumbrados a una suerte de racionamiento del combustible. Para contener el mercado negro, los automóviles particulares sólo pueden cargar gasolina una vez a la semana, según su número de placa.
Desde el paro, el contrabando de gasolina venezolana se redujo 75 por ciento. Dieciocho mil barriles diarios dejaron de pasar por la frontera.
El mundo está al revés, porque ahora son los venezolanos los que vienen a comprar, así sea a precios para ellos exorbitantes.
En el puente internacional, un letrero anuncia: "Frontera entre dos países hermanos". Los vehículos pasan sin mucho problema de un lado a otro. Apenas se cruza del lado colombiano, en la larga fila de tiendas sobresalen los productos que los comerciantes saben que buscan sus vecinos venezolanos: cerveza, Coca-Cola y otros refrescos, harina marca PAN.
En San Antonio, Táchira, como en toda la región, la mayor parte de los comercios están abiertos, aunque muchos tienen menos que vender. Decenas de niños y jóvenes andan en sus bicicletas por las calles del pequeño poblado, pero no de paseo, sino con sus pequeños tanques de gas amarrados en las parrillas.
Filas de kilómetros
Las filas en todos los pueblos y ciudades de la zona son, sin exageración, kilométricas. En algunas poblaciones pequeñas incluso debe darse un rodeo, porque la cola bloquea el camino.
La escena se repite en Lobatera, Coloncito, Capacho, en todos los pueblos de la región ganadera, de hortalizas y de café, donde las grandes extensiones están cercadas y la gente se apiña entre las alambradas y la carretera panamericana.
Los autos formados son, la mayoría, de modelos viejos. La explicación es simple: las personas de mayores recursos no hacen colas, sea porque compran la gasolina en el mercado negro o porque se van de compras a Cúcuta, Colombia, y allá cargan gasolina.
Fuera de cada gasolinera hay tumultos, contenidos siempre por el ejército o la Guardia Nacional.
En El Vigía (el centro comercial de la región), los grandes depósitos están secos. La gasolina que antes llegaba por tubos desde el puerto Bajo Grande, en el estado de Zulia, hoy tienen que traerse desde Falcón y Paraguaná, en la costa. Los camiones demoran hasta tres días en completar un viaje. De este centro de distribución dependen los estados Mérida, Táchira y Trujillo, además de porciones de Barinas, Zulia y Apure.
Los errores del chavismo
El escritor Mariano Picón Salas dijo que Mérida es una universidad que tiene una ciudad dentro. La frase le gusta a los meridianos y la repiten por doquier. Y sí, el tamaño ya no del paro, sino de la paralización en los Andes venezolanos, se mide en las filas para la gasolina y en el cierre de la Universidad de los Andes, la segunda más grande del país.
El gobernador Florencio Porras se está quebrando la cabeza sobre cómo logrará traer gasolina para los más de 3 mil vehículos que se moverán de nuevo en la ciudad al reinicio de clases. Y también tiene encima el problema del gas para los comedores estudiantiles.
"Aquí los estudiantes incendian la ciudad por cualquier tontería", dice, temeroso de que la falta de combustibles derive en una revuelta.
Con todo y que se cerró, por decisión del consejo universitario, la fuente de vida de la ciudad, el gobernador Porras insiste, como muchos en el gobierno chavista, en que "si no fuese por el sabotaje terrorista a PDVSA, el paro no hubiera pasado de mera caricatura".
En Mérida, cuenta el gobernador Florencio Porras, fue la poderosa asociación de ganaderos la que empujó el paro. En su versión, los ganaderos amenazaron a los comerciantes con barrer sus negocios y a los banqueros con retirar sus ahorros.
Enfrentados tiempo ha con el gobierno, los ganaderos se radicalizaron a partir de la promulgación de la llamada ley de tierras que, según analistas, poco tiene de reforma profunda pero que los terratenientes ven como un instrumento del diablo expropiador.
En todo caso, el mismo gobernador Porras reconoce que en los primeros repartos de tierras en la zona -emblema de la justicia para los campesinos del chavismo-, tras la aprobación de la llamada ley de tierras "lamentablemente se cometieron muchos errores".
En el fraseo de Porras brotan fluidamente las palabras que el presidente Hugo Chávez usa para referirse a sus opositores, "oligarquía rancia", por ejemplo. Porras matiza cuando se le pregunta si esta es, entonces, una lucha de pobres contra ricos. Que no exactamente, afirma, que hay campesinos contra ellos y personas de "esa clase pudiente" que están con el chavismo.
Y cierra el capítulo de los adversarios con esta confesión de parte: "No podemos negar uno de los grandes errores nuestros, por supuesto también del presidente Chávez: que subestimamos, por no decir que menospreciamos a los que están en contra nuestra".
Porras, que se define como "el gobernador más leal" al presidente Chávez, controla la gasolina en la región. En los primeros días del paro tuvo que amenazar a los dueños de las pipas para que aceptaran mover sus camiones. "Tuvimos que decirles que si no querían colaborar procederíamos a la requisa de las gandolas (pipas)". Colaboraron.
La sociedad del lobo
La escasez ha propiciado, señala el gobernador, un "consumo exagerado" cuando llega el combustible, sea para almacenarlo o para el mercado negro. Además, ha propiciado tragedias. En un municipio de Mérida, una familia que almacenaba gasolina voló con todo y casa. Murieron ocho personas, cuatro de ellas niños.
"La gente ha acaparado, pero no podemos detener el mercado negro", menciona Jaime Soto, coronel de la Guardia Nacional encargado del "plan de contingencia" para el reparto de combustibles.
Efectivamente, tras esa y otras tragedias se han realizado decomisos de gasolina en varias partes del país, pero el mercado negro sigue viento en popa. En muchos casos, la red del negocio ilícito involucra a militares, policías y hasta bomberos.
Nada puede hacerse, declara el coronel Soto, amante de la plaza Garibaldi en México y uno de los no muchos venezolanos que saben exactamente cuántos litros tiene un barril de petróleo. Soto asiente cuando se les describen los anaqueles semivacíos de los comercios meridianos: "Aquí lo único que no traemos son hortalizas y leche".
Sin embargo, el gobernador Porras es optimista: "La situación tiende a normalizarse, gracias a Dios".
Pero mientras eso sucede, dice aparte su colaborador Jaime Soto, "estamos viviendo en la sociedad del lobo, a nadie le importa si tú necesitas transporte o estás enfermo, yo mi gasolina primero".
La crisis política sigue abierta. En los Andes venezolanos no hay la tensión de Caracas, con sus grupos armados en las colonias, pero Soto cree que sólo "cuando se restablezca totalmente PDVSA" podrán las cosas volver a la normalidad. "En el mejor de los casos pasará un mes más".