ACUSACION INJUSTA, RESPUESTA FALAZ
La
agresión verbal de que fue objeto ayer el presidente Vicente Fox
en la Universidad de Humboldt, Berlín, en donde un grupo de simpatizantes
de los zapatistas chiapanecos lo acusó a gritos de asesino, es sin
duda deplorable, y representa una forma equívoca y poco afortunada,
por decir lo menos, de manifestar una solidaridad transoceánica
con las comunidades indígenas que permanecen en rebeldía
desde hace casi una década en Chiapas. Al actual mandatario no le
corresponden responsabilidades tan graves, ante ese conflicto, como las
que pesan sobre los ex presidentes Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, en
cuyos mandatos las instituciones federales y estatales se mancharon con
la sangre de inocentes, fueron pervertidas con medidas de represión
injustificables e ilegales, y resultaron cómplices o culpables directas
de gravísimas violaciones a los derechos humanos.
Una vez formulada esa precisión, resulta difícil
entender los motivos por los cuales Fox, ante una acusación a todas
luces desmesurada y fuera de lugar, eligió la mentira como táctica
de defensa.
Es cierto que los grados de hostigamiento militar contra
las comunidades zapatistas son hoy mucho menores que en los años
nefastos de Zedillo; que no han sido libradas órdenes de aprehensión
contra líderes, militantes o simpatizantes del zapatismo; que las
fuerzas policiales y militares no han realizado ejecuciones sumarias de
insurgentes, como ocurrió en los primeros días de la insurrección
-en pleno salinato-, y que en lo que va del actual sexenio no han sido
perpetrados, así sea por buena fortuna, crímenes de lesa
humanidad, como los realizados desde el poder público en Acteal,
El Bosque y otras localidades de la zona de conflicto durante la última
Presidencia priísta. Pero eso no significa, en forma alguna, que
las causas -las profundas y las evidentes- del alzamiento de 1994 hayan
sido atendidas o, menos aún, resueltas.
No las ha atendido el gobierno federal, cuyos funcionarios
de salud y política social evidenciaron un agraviante e indignante
desinterés vacacional cuando decenas de recién nacidos morían
-por falta de recursos médicos, por miseria simple- en el hospital
general de Comitán, y cuyos estrategas agrícolas siguen empecinados
en ignorar la existencia de comuneros, jornaleros y ejidatarios en el campo
mexicano, incluido el chiapaneco; no lo ha hecho, tampoco, el Legislativo,
cuyas reformas constitucionales y legales operadas el año antepasado
en materia de derechos y cultura indígenas resultaron un mero remedo
y una distorsión de la iniciativa originalmente redactada por la
Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa), la cual retomó,
a su vez, los acuerdos firmados por los rebeldes y el Ejecutivo federal
en San Andrés Larráinzar.
Los "15 minutos" solicitados por el candidato presidencial
Vicente Fox para atender y resolver la lacerante circunstancia chiapaneca
se han convertido en 26 meses de autocomplacencia y demagogia vacía
por parte de la Presidencia foxista, en una persistente negación
de la realidad desde los altos círculos de la clase política
-con los tres partidos mayoritarios incluidos- y en una descomposición
sostenida -por más que los medios informativos hegemónicos
pretendan hacerla invisible- de la suma de confrontaciones sin solución
que existen en Chiapas.
Esta misma semana, en Chamula tuvieron lugar dos enfrentamientos
-por pugnas religiosas, por intereses caciquiles y, como lo señaló
el obispo de San Cristóbal, Felipe Arizmendi, por la marginación
y la negación de los derechos elementales de los pobladores de la
zona-, que dejaron un saldo total de siete muertos, cuatro heridos y centenares
de desplazados.
En lo que respecta a los fallecimientos de recién
nacidos en Comitán, la gravedad de la circunstancia es de tal magnitud
que el titular de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, José
Luis Soberanes, anunció ayer que esa institución atraería
el caso, tanto por la dimensión nacional que reviste la tragedia
cuanto porque en ella hay instancias federales presuntamente involucradas.
Estos dos episodios -Comitán y Chamula- son las
más escandalosas manifestaciones, pero no las únicas, de
la situación imperante en Chiapas, de la falta de solución
a los problemas sociales, políticos, agrarios, sanitarios y educativos
que padece la entidad y de la ausencia de voluntad gubernamental para superar
las causas inmediatas y mediatas que desembocaron en la rebelión
indígena de 1994, la cual, diga lo que diga la Presidencia de la
República, permanece vigente e irresuelta.