Olga Harmony
Titus Andronicus
Se me escapa por completo la razón de que se eligiera esta tragedia shakespereana para hacer una adaptación libre antibélica, Tito Andrónico es considerada, junto a La tragedia española, de Thomas Kyd, como un claro ejemplo de lo que se conoce como tragedia de la venganza, y con mayor amplitud, teatro de la sangre que los estudiosos hacen devenir de Séneca, aunque T.S. Eliot afirme, con toda razón, que Séneca hubiera tenido un rechazo estético frente a las atrocidades que se perpetran en la obra de Shakespeare. El Espíritu de la Venganza, que en Kyd es un personaje, así sea abstracto, y en Tito Andrónico aparece como un ardid de Tamora para envolver al en apariencia senil Tito, da la clave para ambos textos. Tratan de brutales traiciones y las venganzas a que éstas llevan, nunca de la guerra o la pugna del poder, como el artificioso y efectista final de la adaptación -que hasta entonces había llevado más o menos la intriga original- puede dar a entender, aun a costa de un inverosímil retorcimiento de la anécdota y del carácter de Marco Andrónico.
Del adaptador, Alfonso Cárcamo, sólo tenía el antecedente de la, a mi parecer, fallida intervención para terminar la obra La noche que raptaron a Epifanía, también sobre un texto shakespereano, que dejara inconclusa Gerardo Mancebo del Castillo. En esta ocasión, aparte del cambio final ya señalado, emplea un lenguaje directo, aunque conserve algunos parlamentos del original; suprime personajes secundarios, convierte a Aarón de moro en blanco -sin duda para evitar la problemática racial- que es también un narrador, anfitrión del público aparece en el programa, que compacta la acción. Elimina algunas de las brutales acciones como la aparición del mensajero con las cabezas de Quinto y Marcio, y el degollamiento de Demetrio y Kirón a la vista del público.
La escenificación es casi de una ópera rock que no se lleva a su extremo. No soy entendida en música, pero pienso que en este caso es un elemento más y no parte principal del proyecto, dado que a los autores de la misma, Jacobo Lieberman y Leonardo Heiblum no se les da el crédito estelar de los auténticos ''musicales". Ana Francis Mor esta vez prescinde de la banalización que imprime a los textos que maneja (a excepción del gorro de cocinero y el delantal que usa Tito Andrónico en la escena del banquete, chiste escénico que ya habíamos visto en la versión mexicana de la ingeniosa Las obras completas de William Shakespeare en versión abreviada, en donde sí cabía, a diferencia de ahora, que junto a los hot-dog que son servidos, convierte en chascarrillo un momento que se remonta a los Atridas). Encuentro en este montaje mayores aciertos que en los anteriores de la directora, aunque también existan algunos borrones y elementos desconcertantes.
Entre los aciertos, el clima opresivo que da a la escenificación, muy apoyada por la eficaz iluminación de Juliana Faeslar y el interesante vestuario debido a Cordelia Dvorak, aunados al lúgubre desfile del Coro de los muertos en constante crecimiento, ya sea idea suya o del adaptador. También el manejo de los espacios en la larga plataforma recubierta de algún plástico, con el público a ambos lados, y un elemento de gran altura en la parte final que diseñó Xóchitl González y que da lugar a lograda composición. Habría que poner acento en esos guantes negros, más la cinta que cubre la boca de Lavinia, que ahorran el espectáculo de las partes mutiladas, así como el deliberado manejo de los anacronismos.
Y ya que existen esos elementos anacrónicos, no se entiende esa reversión a los tiempos isabelinos de que los papeles femeninos los encarnen actores varones, lo que en ese entonces se debía a muchos prejuicios y siempre se elegían jóvenes que pudieran dar la apariencia. Pero en la época actual, los travestismos sin un sentido conceptual, de universalidad del personaje más allá del género, desconciertan. Otra observación que se puede hacer a la directora es la disparidad de estilos actorales de su elenco, que van de una cierta ampulosidad en algunos, como Juan Manuel Bernal y Alejandro Reza, al realismo de los demás, como sería el caso de Tito Vasconcelos y del sobresaliente Angel Enciso.