Martí Batres Guadarrama
Equidad global, democracia global*
José Martí evoca símbolos: cultura, libertad, nación, revolución, continente. Su visión trasciende a su país y alcanza la patria grande: Nuestra América. Ese es un mérito que renueva su actualidad, pues estamos acostumbrados a buscar las respuestas a nuestros problemas en el estrecho marco de nuestras fronteras nacionales.
Vivimos una de las épocas de mayor desigualdad planetaria y esa terrible realidad empuja con gran presión una espiral de desigualdad interna en nuestras naciones. Como receta universal se difunde que a medida que un país pobre atrae más inversión hacia su territorio tendrá mayor crecimiento económico, tecnologías y empleos. La especie se ha elevado a categoría de discurso oficial internacional. Hace unos meses, el secretario general de Naciones Unidas decía: "tendrá más éxito en la lucha contra la pobreza aquel país que logre movilizar más capitales para la inversión en sus respectivas economías". Parece solución, pero estamos ante un círculo perverso. Los Estados nacionales están empobrecidos. No hay capital público para emprender proyectos de industrialización, seguridad social, investigación científica o inversión productiva. Al mismo tiempo, las trasnacionales y los centros financieros concentran el control de los capitales, deciden dónde invertir y ponen las condiciones.
El proceso mismo de llevar la inversión a un país conlleva reformas estructurales que empobrecen a ese país. Para atraer la inversión, el Estado debe generar condiciones atractivas: congelamiento de salarios, desmantelamiento de aranceles, disminución de impuestos al capital y privatización de empresas públicas. La obtención de la famosa inversión se convierte en un fin en sí mismo y para disminuir su pobreza el país se empobrece a sí mismo. Es absurdo. Es irracional.
Hoy existen organismos internacionales denominados "calificadoras de inversión" que otorgan "grados de inversión" a los países que cumplen con las medidas mencionadas arriba, orientando a los capitales a invertir en esos países. Si un país tiene altos salarios o si privilegia los impuestos sobre la renta por encima de los impuestos al consumo, no es buen candidato para obtener el "grado". Es decir, se castiga al que protege su economía y a sus habitantes.
El círculo perverso desata una competencia entre países por la inversión. Se trata de una competencia a la baja, para ver quién cede más, quién se entrega más, quién se desmantela más. Si un país disminuye sus aranceles, otro los desaparece, dejando de obtener ingresos y desprotegiendo su planta productiva en aras de ser "competitivo". En el terreno de impuestos, la competencia consiste en cobrar menos al capital para atraer inversión. Al disminuir los impuestos al capital, el Estado se empobrece y tiene menos recursos para atender las grandes presiones sociales, por lo que en aras de recuperar ingresos recurre al aumento de impuestos al consumo.
En todo el mundo ha descendido el porcentaje con que los propietarios de capital contribuyen a los gastos del Estado. Ya no es el Estado el que decide el monto de lo que deben aportar las empresas, sino ellas y lo hacen en menos del 50 por ciento que daban hace 20 años. Simultáneamente, los Estados dedican una parte de sus recursos a subsidiar la inversión extranjera con carreteras, sistemas hidráulicos, redes eléctricas, comunicaciones o rescates bancarios. Las trasnacionales se van capitalizando más y más, y la fuerza económica de muchos Estados se vuelve ridícula frente a esas empresas.
La amplificada pobreza mundial avienta a millones a la delincuencia social, al robo callejero, a industrias ilegales como son narcotráfico, robo de infantes o la venta de órganos; a la migración hacia las metrópolis, donde temerosas sociedades los reciben con persecuciones xenofóbicas. Esto parece imparable. El capital internacional desquicia Estados enteros y no encuentra dique. Ninguna nación puede sola frente a semejante presión.
El Estado tiene que actuar para someter estos procesos de polarización, pero debe hacerlo a escala internacional. Por ejemplo, establecer impuestos superiores al capital sólo se puede decidir internacionalmente porque de otra manera el país que lo haga por cuenta propia fácilmente es chantajeado con fugas de capital o traslado de pago a países con tasas menores. Hoy recuperar y defender la soberanía nacional es una tarea internacional.
La democracia política se encuentra profundamente cuestionada. El poder ya no está contenido principalmente en el Estado-nación. La democratización conquistada en la década pasada alcanza una porción muy reducida del poder, a los órganos formales del Estado-nación. Los grandes poderes están más allá de cada país: son poderes mundiales y no han surgido democráticamente.
Los directivos del FMI, del Banco Mundial, la parte permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, las grandes cadenas televisivas, las calificadoras de inversión dan los lineamientos de las políticas mundiales y de la economía, sin que nadie los haya elegido. Hoy, en pleno siglo xxi, el país más poderoso del planeta tiene como presidente a quien tuvo menos votos.
Los conductores del proceso de globalización son enemigos de la diversidad. Quisieran imponer un modelo único, una política económica uniforme, una ideología neoliberal exclusiva y una macdonalización del paisaje urbano universal.
Es en este contexto que valoramos el papel que juega Cuba en la lucha por el equilibrio del mundo. La sola autonomía de Cuba en la definición de su rumbo, así como la soberanía de sus decisiones son un apoyo para todos los países en desarrollo. Ahora mismo vivimos la desestabilización en contra del gobierno legítimamente constituido en Venezuela. A Hugo Chávez lo eligió con su voto la ciudadanía de ese país. Al partido opositor nadie lo eligió, porque en Venezuela el principal partido opositor se llama televisión privada.
El equilibrio del mundo exige contrapesos. Nuestra América, América Latina, tiene que configurarse como referente. Un bloque es una condición para avanzar en la equidad social al interior de nuestros países. La discusión del ALCA es un reto, pues no hay libre comercio con los subsidios multimillonarios que reciben los agricultores y productores estadunidenses ni tampoco se puede hablar de "libre" comercio mientras haya bloqueo contra Cuba.
Tenemos que cambiar la política económica de manera conjunta y simultánea. Es la hora de la equidad global, de la democracia global. Reflexionemos, pero actuemos, pues como diría el prócer poeta: "la mejor manera de decir es hacer".
* Resumen de la ponencia presentada en la Conferencia Internacional por el Equilibrio del Mundo. Palacio de las Convenciones, La Habana, Cuba