Angel Guerra Cabrera
Las elecciones en Cuba
Cuba llevó a cabo elecciones parlamentarias el domingo 19, como lo hace cada cinco años desde que el pueblo votara en 1975 la Constitución que la rige. Con 8 millones de votantes -más de 97 por ciento del electorado- y el abrumador respaldo mostrado a los candidatos, una vez más los comicios resultaron un auténtico plebiscito sobre la opción por el socialismo en su concepción cubana -basada en la equidad, la justicia social y el ejercicio ético del poder-, inseparable de la defensa de la soberanía, la independencia nacional y el ejercicio del internacionalismo. La votación expresa también el apoyo popular a la estrategia seguida por el gobierno de la isla para salir de la crisis económica posterior a la desaparición de la URSS, a su actuación frente al bloqueo y la hostilidad de Washington y a su ejecutoria autónoma en la peligrosa coyuntura internacional creada a partir del 11 de septiembre.
El sistema electoral cubano es singular y autóctono. A diferencia de las llamadas democracias occidentales, se basa en la existencia de un solo partido político y evita la disputa entre organizaciones que, salvo excepciones, sirven los mismos intereses antipopulares y gastan obscenas millonadas en las campañas electorales; en cambio, favorece la búsqueda del consenso y de la unidad nacional desde las bases en la elección de los representantes populares y en la toma de decisiones. En este sentido se acerca al método tradicional asambleario de profunda raíz colectivista y solidaria de las comunidades indígenas de América Latina, que hoy reivindican las etnias de la región. En las elecciones cubanas no es el Partido Comunista, sino los electores en cada circunscripción -o en su caso las comisiones de candidatura integradas por las organizaciones de masas- quienes proponen a los candidatos, que después son electos mediante el voto directo y secreto. El control popular sobre el conteo de sufragios no puede ser más directo y transparente, lo que hace muy remota la posibilidad de fraude.
Esta fórmula se consagró en la Constitución cubana a partir de la experiencia de consulta de las decisiones con las masas gestada en los primeros lustros de poder revolucionario y de un análisis de la experiencia histórica nacional. Se tuvieron en cuenta las dañinas divisiones en el seno de los órganos del gobierno en armas en la primera fase de las luchas independentistas decimonónicas y las ideas que para subsanarlas concibió José Martí al emprender en 1895 una guerra anticolonial que buscaba expresamente contener la expansión de Estados Unidos en América Latina mediante la independencia de Cuba y Puerto Rico. El programa martiano desbordaba ampliamente la mera obtención de la independencia y las libertades formales, abogaba por la unión latinoamericana ante el vecino del norte y concebía al partido revolucionario como instrumento aglutinante de la nación en la consecución de sus radicales objetivos. Pero este empeño fue frustrado por la intervención estadunidense de 1898 que hizo de Cuba una semicolonia. Por consiguiente, la tarea principal de la revolución de 1959 consistía en completar y actualizar la lucha iniciada por Martí, lo que exigió tomar muy en serio la voluntad popular de una forma que no dañara la indispensable unidad de la nación frente al poderío y agresividad de Washington.
En Cuba existen innumerables inconformidades con lo que se ha logrado y es común escuchar quejas respecto de las expectativas personales. La recuperación económica, aunque sostenida, dista aún de producir la acumulación requerida para satisfacer necesidades como una alimentación más rica en proteínas, un sistema de transporte suficiente, una mayor y más acelerada construcción de viviendas, un salario con más poder adquisitivo. Si en las elecciones del domingo pasado más de 91 por ciento votó por la totalidad de los candidatos, es en primer lugar por las virtudes cívicas de éstos, y además porque comprendió la importancia decisiva de dar así una muestra de firme unidad en torno a la independencia, la soberanía y la orientación socialista del país frente a sus enemigos, conducta reclamada en la televisión por el propio Fidel Castro y apoyada por un paciente trabajo político.
Ello es una prueba de cohesión y, sobre todo, de la conciencia política y patriótica alcanzada por la sociedad cubana, capaz de distinguir entre el disgusto por las insatisfacciones personales y el interés mayor de defender el proyecto revolucionario común.
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