* 35 mil gargantas le gritaron "¡ratero!" al final de su actuación en la Plaza Muerta

El Juli robó, huyó y lo abuchearon

* Escandalosa reventa * Oreja y aviso para El Zotoluco * Balderas, perdido

LUMBRERA CHICO

Bajo la más descarada complacencia de la delegación Benito Juárez, encabezada por el panista José Espino, los revendedores se despacharon con la cuchara grande en los alrededores de la Monumental Plaza Muerta, para elevar hasta 400 por ciento el precio de los boletos de la decimosegunda función de la Estafa Grande 2002-2003, que propició la ansiada y a la postre decepcionante reaparición del ex niño prodigio Julián López, El Juli.

Al término del festejo, las 35 mil gargantas que estuvieron a punto de llenar hasta el reloj del coso de Insurgentes emitieron al unísono el grito de "¡ratero, ratero!", mientras el madrileño, vestido con un espantoso terno de pasamanería en negro y borgoña, cruzaba el redondel rumbo a la puerta de cuadrillas.

Fue ésta la primera ocasión en la fulgurante carrera del precoz matador ibérico en que la gente se le puso en contra, recriminándole con fiereza la indolencia, la falta de compromiso y de entrega, el ratonerismo, en suma, que mostró delante de sus dos "toros", que no eran sino dos novillos gordos, mansos y débiles de la ganadería de De Santiago, ante los cuales se comportó como lo que suele ser en México: un engañabobos que cobra mucho y nada arriesga.

Al abrir de capa para recibir a Sultán, un castaño de poca presencia con 480 kilos de peso y ningún trapío, López toreó de lejos en una serie de verónicas; después llevó el bicho al caballo bregando como un peón de cuarta, no como la primerísima figura que dice ser; luego intentó un deslucido quite por chicuelinas, cada una más lejos que la anterior, y por último clavó tres pares, dos al cuarteo sobre la pata derecha del animal y un tercero por adentro que tampoco dejó bien igualado.

Con la muleta, dada la escasa fuerza del castaño, toreó en redondo con el pico, evitando que se le desplomara la bestia, y mató con tres cuartos de acero detrás del morrillo, no obstante lo cual, pese a los pocos pañuelos que pedían la oreja, Ricardo Balderas, en plan de promotor del niño turista, no de juez que se respete, concedió un apéndice que fue estruendosamente pitado por la multitud. Ante Astracán, un negro zaino de 515, feo como la reventa y el más débil y descastado del encierro, se limitó a dar unos cuantos trapazos antes de buscar la igualada, pinchando en dos ocasiones y enterrando medio estoque en buen sitio. En resumidas cuentas, fue el fiasco más caro del serial, al punto que un aficionado se desgañitó para decirle: "¡Torero de güeyes!", con toda razón.

Por su enjundiosa parte, Eulalio López, El Zotoluco, cuajó dos faenas de gran vistosidad, con enorme entrega y valor, pero carentes de arte. A Panzablanca, el abridor, un cárdeno nevado y brago, y lucero y calcetero de 509 kilos, no le hizo nada memorable con el capote y tampoco con la franela, pero tuvo la virtud de ligarlo, estirándose para ampliar el trazo de la suerte, y se adueñó de la gente cuando la bestia lo empitonó sin lesionarlo. Mató bien y se llevó una oreja.

Mucho más corriente se le vio ante Bigotón, castaño de 480, al que recibió de hinojos, veroniqueándolo a una velocidad demencial, apurado por la bravura del animalito, que a medida que avanzaba la lidia lo obligó a sacar todos los recursos de lo más barato de su arte y terminó encimista y ratonero, pinchando en cinco ocasiones, clavando una media sin consecuencias y descabellando hasta oír un primer aviso antes de dar en el clavo y retirarse entre pitos y palmas. Balderas tuvo el único acierto de la tarde al decretar el arrastre lento para el bravo cuadrúpedo.

De relleno estuvo Paco González, un recomendado de Eloy Cavazos, que sufrió una descalabrada al ser cogido por su segundo burel después de intentar la suerte del imposible.