NO A LA GUERRA EN NUESTRO NOMBRE
Decenas
de manifestaciones multitudinarias en todos los continentes protestaron
por la guerra que contra Irak prepara unilateralmente el presidente de
Estados Unidos, George W. Bush. A ellas se sumaron -simbólicamente,
en el aniversario de Martin Luther King- cientos de miles de personas que
marcharon en Washington y en San Francisco, desafiando el frío,
y decenas de localidades estadunidenses cuyos concejos municipales votaron
contra la guerra, entre ellas Chicago, donde la votación de condena
a la guerra fue de 46 a 1.
A diferencia de movilizaciones anteriores, ésta,
en Estados Unidos, no contó fundamentalmente sólo con la
presencia de los grupos radicales y juveniles (como había sucedido
incluso en tiempos de la lucha contra la guerra de Vietnam), sino que incorporó
también sectores más vastos, como el Consejo Nacional de
Iglesias (dejando así a Bush solo con los grupos cristianos fundamentalistas),
la NAACP (la más antigua, poderosa y moderada asociación
de defensa de la gente de color) y la Organización de Mujeres, además
de gran diversidad de organismos de comunidades de migrantes, incluyendo
grupos de judíos liberales. A estas manifestaciones hay que agregarles
que, en la misma semana, los principales sindicatos del país se
habían reunido en un congreso contra la guerra y formado un comité
especial para promover la resistencia a la misma en nombre de millones
de trabajadores. Y hay que añadirles igualmente los resultados de
las recientes encuestas, que demuestran que 38 por ciento de los entrevistados
se opone al ataque, que la mitad dice que una guerra sólo es posible
si es decidida por Naciones Unidas y que casi la mitad de los estadunidenses
considera, en general, que Bush y su entorno gobiernan sobre todo para
los ricos.
Por consiguiente, aunque el presidente y el Pentágono
sigan preparando una guerra unilateral, prescindiendo totalmente de la
opinión pública mundial, de la de sus aliados y de Naciones
Unidas, es cada vez más evidente que deberán lanzarla teniendo
que enfrentar una importante evolución de los ciudadanos de Estados
Unidos y con un consenso que disminuye cada día. La organización
de la protesta social, por otra parte, se ve estimulada por los lazos de
Bush con Enron y otras grandes empresas corruptas y corruptoras, y por
la difícil situación de la economía, que reduce cada
vez más la confianza de los consumidores y no los predispone -todo
lo contrario- a pagar decenas de miles de millones de dólares mensuales
a los armamentistas y, además, a ofrendar a éstos la vida
de miles de sus hijos. Bush ha perdido así la batalla por las mentes
y no aterroriza al mundo, de modo que su guerra tendrá un frente
interno hostil cada vez más importante. Ante estos comienzos de
la politización de la juventud y los sectores defensores de la democracia
y de la paz en el mismo Estados Unidos, los proyectos del mandatario y
su camarilla de hacer durar entre 30 y 40 años la actual lucha contra
el llamado terrorismo, aplicando su cada vez peor terrorismo de Estado,
tendrán el mismo fin que las ilusiones hitlerianas de instaurar
un régimen que durase mil años. Es fundamental por eso que
nuestro país reitere su firme oposición a la guerra y, al
mismo tiempo, encuentre aliados entre los trabajadores estadunidenses exigiendo
la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América
del Norte, por razones de justicia elemental hacia los campesinos mexicanos
y de creación de un bloque multinacional contra los representantes
de las trasnacionales que con aquél lucran y con la guerra esperan
lucrar aún más.