MAR DE HISTORIAS
El mapa de la pasión
CRISTINA PACHECO
Hace un año mi prima Herminia apareció en la funeraria. Me sorprendió verla: a este pueblo sólo regresan los que necesitan esconderse porque hicieron alguna maldad. Corrí a su encuentro. Le quité las dos bolsas que cargaba y nos dimos un abrazo. Me asustó sentirle los huesos. Pensé que tal vez una enfermedad nos la hubiese devuelto.
No era el momento de preguntárselo. Me limité a reprocharle que no me hubiera avisado de su regreso para ir a recibirla a la terminal. Se volvió a mirar la fila de ataúdes y suspiró:
-No, Ƒcómo crees? Yo sé que esto no para, que en cualquier momento llega alguien a pedirte el servicio.
Le dije que la funeraria ya no era como antes, sobre todo desde que en el cementerio instalaron un horno crematorio. A la gente que muere en su casa o en el hospital la creman y dejan las cenizas en los nichos.
Herminia me miró con lástima. Me arrepentí de contarle mis problemas y le pregunté cuánto tiempo pensaba quedarse entre nosotros.
-No sé. A lo mejor un buen rato.
Me miró como para frenar mi curiosidad. Luego me preguntó si aún funcionaba el hotel de Chepina Loyo. Le dije que estaba loca si creía que iba a permitirle instalarse allá: en la casa sobraban cuartos. Le aconsejé elegir el último porque así no se despertaría cuando llegaran a pedirme un servicio nocturno.
-ƑDe noche muere más la gente?
No supe qué responderle. A ella no le importó mi silencio. Abrió una de las bolsas y sacó la ropa. Tomé una falda y le dije que me parecía preciosa.
-Te la regalo.
Rechacé la oferta. Era suya y no me pareció justo quitársela. Ella insistió. Corrí a mirarme. Por el espejo del ropero vi a Herminia sacar el resto de lo que llevaba en las bolsas.
-Voy a vender toda esta ropa. No quiero guardar ninguna de mis garras.
Me asustó el tono rencoroso de mi prima y la rabia con que arrojó al suelo las prendas. Le pregunté qué le sucedía. Respondió jadeando:
-No quiero guardar nada de lo que me regaló ese maldito.
Le pregunté a quién se refería. Contestó que a nadie, que la disculpara: necesitaba estar sola porque el viaje había sido largo y llevaba noches sin dormir.
Regresé a la funeraria. Escuché los gemidos de Herminia pero no me atreví a volver al cuarto. Pensé que era mejor permitirle desahogarse y esperar el momento en que se decidiera a hablar. Hacia la madrugada reapareció. Temblaba bajo el suéter ligero. Aceptó la taza de café que le ofrecí y me contó su historia. La recuerdo al detalle por extraña y porque Herminia la relató muchas veces durante su estancia en mi casa.
II
"Terminé con todo rápido, sin darme tiempo de echarme para atrás. Ya cuando acordé estaba sentada en el camión, de vuelta al pueblo. En la bolsa traía los cuatro mil pesos que me dio Lucila. Con eso y con lo que saque vendiendo mi ropa, saldré adelante. Y si no, le jalo al norte; y si no, que me lleve la chingada."
Quise saber quién era Lucila.
"Una amiga. Prometió mandarme algo más de dinero según le vaya con el salón de belleza. Mi changarrito es muy noble y ya tenía clientela fija. Si Lucila se pone abusada le irá bien. Ojalá no se encariñe mucho con el negocio, porque el día en que regrese al barrio tendrá que devolvérmelo."
Hermina estaba muy segura del trato, yo no. Le pregunté si tenía algún papel en que Lucila se comprometiera a respetar el convenio. Mi prima negó con la cabeza y se mordió los labios. Le reproché su ingenuidad y se alteró:
"Tú no entiendes: yo sólo quería salirme del barrio antes de que Ramón fuera a buscarme. Si lo hubiera hecho, sé que habría vuelto con él y a estas horas estaría sufriendo como una estúpida pensando en Sandra, Rosy, Deyanira, Helen, Jenny... y buscando entre todos esos nombres el de su última conquista."
Herminia reflexionó un momento y me sonrió con malicia:
"Si existieron, y si Ramón me engañó con ellas, me queda el gusto de pensar que todas esas mujeres también se habrán inquietado, por lo menos una vez, pensando: ƑCómo será la tal Herminia? Tienen que haber visto mi nombre mientras Ramón les hacía el amor."
Mi prima adivinó que no entendía nada de lo que me estaba diciendo y otra vez se disculpó:
"Perdóname: sé que todo esto te parecerá una locura. Yo misma no sé cómo pudo suceder. Ramón y yo éramos una pareja como hay miles. El trabajaba en los tianguis, yo en el salón de belleza. De repente una noche me salió conque un amigo lo invitaba a irse a Los Angeles. Lo tomé como una de sus ocurrencias; sin embargo, al poquito tiempo me enseñó los dólares para el pollero. Le pedí que no se fuera y le confesé que tenía miedo de que llegara un momento en que hasta se olvidase de mi nombre."
Me sorprendió que alguien, que mi prima, pudiera sentir una pasión semejante. No tuve tiempo de reflexionar más acerca de mi descubrimiento porque escuché la voz de Hermina aún más angustiada:
"Eso ocurrió un sábado. El domingo, como siempre, salimos a almorzar. Nos gustaba descubrir lugares. En la puerta del restorán vimos un anuncio: Maverick: tatuajes indelebles. En broma le dije a Ramón que si en verdad pensaba irse, me gustaría que se tatuara mi nombre en el pecho. El aceptó con gusto y me pidió que yo hiciera lo mismo."
Herminia se bajó la blusa y me mostró el pecho, donde tenía grabado el nombre de Ramón:
"Durante todo el tiempo que él estuvo lejos esto era mi consuelo. Cuando hablábamos por teléfono Ramón me pedía que usara blusas escotadas para que todos los hombres recordaran de quién era yo. Oírlo decir eso me excitaba. Al fin, pasado casi un año, regresó. Mi felicidad duró muy poco: en la noche, cuando se desnudó para hacerme el amor, vi que junto a mi Herminia, en sus brazos y sus piernas tenía tatuados figuras, grecas y otros nombres: Sandra, Rosy, Deyanira, Helen... No oculté mis celos. El procuró tranquilizarme diciéndome que algunas veces se alquilaba como modelo de un tatuador. Fingí creerle pero me pasé la noche observando las marcas."
Vi a Herminia acariciarse con inmensa ternura el pecho tatuado. Enseguida su expresión volvió a alterarse:
"Mientras Ramón dormía fueron creciendo mis celos y apenas despertó le pregunté si en verdad no me había engañado. Respondió lo que menos me esperaba: Y si lo hubiera hecho, Ƒqué? Soy hombre, Ƒno? Me volví loca. Le grité que se atuviera a las consecuencias y no se extrañara si un día también lo engañaba. Soltó una carcajada, se levantó y aunque era medianoche, se fue. Regresó una semana después. No le pregunté ni le reproché nada, sólo le dije cuánto lo amaba. Volvimos a la normalidad, pero al cabo de unos cuantos meses Ramón me avisó de un nuevo viaje. Lo amenacé: Vete si quieres, pero te advierto que a lo mejor no me encuentras. Como si le hubiera dicho algo muy dulce se aceró a acariciarme: Tú y yo sabemos que siempre que regrese estarás esperándome. Y así fue durante años, hasta que no pude más y huí."
Al fin acabé por comprender la razón de que Herminia hubiera vuelto a refugiarse en el pueblo. Al cabo de unos meses me anunció que volvía a su vida de antes. Mis intentos por hacerla desistir fueron inútiles. La acompañé a la terminal. Nos despedimos en silencio.
Al volver a la funeraria, por primera vez sentí que todo estaba muerto y yo era uno más de los cadáveres: nunca había vivido una pasión como la de Herminia.