José Saramago
El hombre duplicado
¿Qué sucede cuando Tertuliano Máximo
Afonso descubre a sus 38 años que en su ciudad vive un individuo
que es su copia exacta y con quien no lo une ningún vínculo
de sangre? Ese es el interrogante que Saramago, explorando de nuevo las
profundidades del alma, plantea en su nueva novela, El hombre duplicado,
que Alfaguara pondrá a circular a partir de hoy en librerías
de la ciudad de México. ¿Cómo saber quiénes
somos? ¿En qué consiste la identidad? ¿Qué
nos define como personas individuales y únicas? ¿Podemos
asumir que nuestra voz, nuestros rasgos, hasta la mínima marca distintiva,
se repitan en otra persona? Con autorización de Alfaguara, ofrecemos
a nuestros lectores, en exclusiva, un adelanto de la nueva obra del Premio
Nobel de Literatura 1998
El
hombre que acaba de entrar en la tienda para alquilar una película
tiene en su documento de identidad un nombre nada corriente, de cierto
sabor clásico que el tiempo ha transformado en vetusto, nada menos
que Tertuliano Máximo Afonso. El Máximo y el Afonso, de uso
más común, todavía consigue admitirlos, siempre dependiendo
de la disposición de espíritu en que se encuentre, pero el
Tertuliano le pesa como una losa desde el primer día en que comprendió
que el maldito nombre podía ser pronunciado con una ironía
casi ofensiva. Es profesor de Historia en un instituto de enseñanza
secundaria, y la película se la ha sugerido un colega de trabajo,
aunque previniéndole, No es ninguna obra maestra del cine, pero
se entretendrá durante hora y media. Verdaderamente Tertuliano Máximo
Afonso anda muy necesitado de estímulos que lo distraigan, vive
solo y se aburre, o hablando con la exactitud clínica que la actualidad
requiere, se ha rendido a esa temporal debilidad de ánimo que suele
conocerse como depresión. Para tener una idea clara de su caso,
basta decir que estuvo casado y ha olvidado qué lo condujo al matrimonio,
se divorció y ahora no quiere ni acordarse de los motivos por los
que se separó. A su favor cuenta que no hicieron de la desdichada
unión hijos que ahora le vengan exigiendo gratis el mundo en una
bandeja de plata, pero la dulce Historia, la seria y educativa asignatura
de Historia para cuya enseñanza fue contratado y que podría
ser su amable refugio, la contempla desde hace mucho tiempo como una fatiga
sin sentido y un comienzo sin fin. Para temperamentos nostálgicos,
en general quebradizos, poco flexibles, vivir solo es un durísimo
castigo, pero tal situación, reconozcámoslo, aunque penosa,
rara vez desemboca en drama convulso, de esos de estremecer las carnes
y erizar el pelo. Lo que más abunda, hasta el punto de que ya no
causa sorpresa, son personas sufriendo con paciencia el minucioso escrutinio
de la soledad, como fueron en el pasado reciente, ejemplos públicos,
aunque no especialmente notorios, y hasta en dos casos de afortunado desenlace,
aquel pintor de retratos de quien nunca llegamos a conocer nada más
que la inicial del nombre, aquel médico de clínica general
que regresó del exilio para morir en brazos de la patria amada,
aquel corrector de pruebas que expulsó una verdad para plantar en
su lugar una mentira, aquel funcionario subalterno del registro civil que
hacía desaparecer certificados de defunción, todos pertenecientes,
por casualidad o coincidencia, al sexo masculino, aunque ninguno tenía
la desgracia de llamarse Tertuliano, y seguro que eso habrá significado
para ellos una impagable ventaja en lo que se refiere a las relaciones
con sus prójimos. El empleado de la tienda, que ya ha retirado del
estante la cinta solicitada, ha escrito en el registro de salida el título
de la película y la fecha en que estamos, le indica ahora al cliente
la línea donde debe firmar. Trazada tras un instante de duda, la
firma deja ver sólo las dos últimas palabras, Máximo
Afonso, sin el Tertuliano, pero, como quien decide aclarar de antemano
un hecho que podría llegar a ser motivo de controversia, el cliente,
al mismo tiempo que las escribe, murmura, Así es más rápido.
No le sirvió de mucho, haberse curado en salud, porque el empleado,
mientras iba copiando en una ficha los datos del carnet de identidad, pronunciaba
en voz alta el infeliz y rancio nombre, para colmo con un tono que hasta
una inocente criatura reconocería como intencionado. Nadie, creemos,
por más limpia de obstáculos que haya sido su vida, se atreverá
a decir que nunca le ha sucedido un vejamen de éstos. Antes o después
aparece, porque aparece siempre, uno de esos espíritus fuertes para
quienes las debilidades humanas, sobre todo las más superiormente
delicadas, provocan carcajadas de burla, es la verdad que a veces ciertos
sonidos inarticulados que, sin querer, nos salen de la boca, no son otra
cosa que gemidos irreprimibles de un dolor antiguo, como una cicatriz que
de repente se hace recordar. Mientras guarda la película en su fatiga
de cartera de profesor, Tertuliano Máximo Afonso, con apreciable
brío, se esfuerza por no aparentar el disgusto que le ha causado
la gratuita denuncia del empleado de la tienda, pero no puede evitar decirse
para sus adentros, aunque recriminándose por la rastrera injusticia
del pensamiento, que la culpa es del colega, de la manía que ciertas
personas tienen de dar consejos sin que nadie se los haya pedido. Necesitamos
tanto echar las culpas a algo lejano cuanto valor nos falta para enfrentar
lo que tenemos delante. Tertuliano Máximo Alfonso no sabe, no imagina,
no puede adivinar que el empleado está arrepentido de su maleducado
despropósito, otro oído, más fino que el suyo, capaz
de captar las sutiles graduaciones de voz con que declaraba siempre a su
disposición como respuesta a las malhumoradas buenas tardes de despedida
que le fueron lanzadas, habría percibido que se instalaba allí,
tras el mostrador, una gran voluntad de paz. Al fin y al cabo, es benévolo
principio mercantil, cimentado en la antigüedad y probado en el uso
de los siglos, que la razón siempre la tiene el cliente, incluso
en el caso improbable, aunque posible, de que se llame Tertuliano.
Ya
en el autobús que lo dejará cerca del edificio donde vive
hace media docena de años, o sea, desde que se divorció,
Máximo Afonso, empleamos aquí la versión abreviada
del nombre porque ante nuestros ojos lo autoriza aquel que es su único
señor y dueño, pero sobre todo porque la palabra Tertuliano,
estando tan próxima, apenas tres líneas atrás, acabaría
perjudicando gravemente la fluidez de la narrativa, Máximo Afonso,
decíamos, se encontró preguntándose, de súbito
intrigado, de súbito perplejo, qué extraños motivos,
qué particulares razones habrían sido las que indujeron al
colega de Matemáticas, nos faltó decir que es de Matemáticas
el colega, a aconsejarle con tanta insistencia la película que acaba
de alquilar, cuando la verdad es que, hasta este día, nunca el llamado
séptimo arte fue materia de conversación entre ambos. Se
comprendería la recomendación si se tratara de un buen título,
de los indiscutibles, en tal caso el agrado, la satisfacción, el
entusiasmo por el descubrimiento de una obra de alta calidad estética
podrían haber obligado al colega, durante el almuerzo en la cafetería
o en el intervalo entre dos clases, a tirarle presurosamente de la manga
diciéndole, No recuerdo que hayamos hablado jamás de cine,
pero ahora te digo, querido amigo, que tienes que ver, es indispensable
que veas Quien no se amaña no se apaña, que es el nombre
de la película que Tertuliano Máximo Afonso lleva dentro
de la cartera, también esta información estaba faltando.
Entonces el profesor de Historia preguntaría, En qué cine
la ponen, y el de Matemáticas replicaría, rectificando, No
la ponen, la pusieron, la película ya tiene cuatro o cinco años,
no sé como se me escapó cuando la estrenaron, y a continuación,
sin pausa, preocupado por la posible inutilidad del consejo que con tanto
fervor ofrecía, Pero quizá ya la hayas visto, No la he visto,
voy poco al cine, me contento con el que se exhibe en televisión,
y ni eso, Pues entonces deberías verla, la encontrarás en
cualquier tienda especializada, o alquílala si no te apetece comprarla.
El diálogo podría haber sucedido más o menos de esta
manera si el filme mereciese los elogios, pero las cosas, en realidad,
ocurrieron mucho menos ditirámbicamente. No es que me quiera meter
en tu vida, dijo el de Matemáticas mientras pelaba una naranja,
pero de un tiempo a esta parte te encuentro abatido, y Tertuliano Máximo
Afonso confirmó, Es verdad, estoy un poco bajo, Problemas de salud,
No creo, hasta donde sé no estoy enfermo, lo que sucede es que todo
me cansa y aburre, esta maldita rutina, esta repetición, esta uniformidad,
Distráete, hombre, distraerse es siempre el mejor remedio, Permíteme
que te diga que distraerse es el remedio de quien no lo necesita, Buena
respuesta, no hay duda, sin embargo algo tendrás que hacer para
salir del marasmo en que te encuentras, O depresión, Depresión
o marasmo, da lo mismo, el orden de los factores es arbitrario, Pero no
la intensidad, Qué haces cuando no das clase, Leo, oigo música,
de vez en cuando me voy a un museo, Y al cine, vas, Voy poco al cine, me
conformo con el que programan en televisión, Podías comprar
videos, organizar una colección, una videoteca, como se dice ahora,
Sí, realmente podría, lo malo es que ya me falta espacio
para los libros, Entonces alquila, alquilar es la solución, Tengo
unos cuantos videos, unos documentales científicos, ciencias de
la naturaleza, arqueología, antropología, artes en general,
también me interesa la astronomía, asuntos de ese tipo, Todo
eso está bien, pero necesitas distraerte con historias que no ocupen
demasiado espacio en la cabeza, por ejemplo, ya que la astronomía
te interesa, me imagino que también te interesará la ciencia
ficción, las aventuras en el espacio, las guerras de las galaxias,
los efectos especiales, Tal como lo veo y entiendo, los efectos especiales
son el peor enemigo de la imaginación, esa pericia misteriosa, enigmática,
que tanto trabajo les costó a los seres humanos inventar, No exageres,
No exagero, quienes exageran son los que quieren convencerme de que en
menos de un segundo, con un chasquido de dedos, se pone una nave espacial
a cien mil millones de kilómetros de distancia, Reconoce que para
crear esos efectos que tanto desdeñas, también se necesita
imaginación, Sí, pero la de otros, no la mía, Siempre
podrás usar la tuya a partir del punto donde los otros llegaron,
O sea, doscientos mil millones de kilómetros en lugar de cien. No
olvides que lo que llamamos hoy realidad fue imaginación ayer, mira
Julio Verne, Sí, pero la realidad de ahora es que para ir a Marte,
por ejemplo, y Marte en términos astronómicos está,
como quien dice, a la vuelta de la esquina, son necesarios nada menos que
nueve meses, después tendríamos que esperar allí otros
seis meses hasta que el planeta esté de nuevo en el punto adecuado
para poder regresar, y finalmente hacer otro viaje de nueve meses para
llegar a la Tierra, en total dos años de supremo aburrimiento, una
película sobre una ida a Marte en la que la verdad de los hechos
se respetara, sería la más enojosa pesadez jamás vista,
Ya sé por qué te aburres, Por qué, Porque no hay nada
que te satisfaga, Con poco, si lo tuviera, me daría por satisfecho,
Algo tienes, una carrera, un trabajo, a primera vista no se ven motivos
de queja, Son la carrera y el trabajo los que me tienen a mí, no
yo a ellos. De ese mal, suponiendo que realmente lo sea, todos nos quejamos,
también a mí me gustaría que me conociesen como un
genio de las matemáticas en lugar del mediocre y resignado profesor
de enseñanza secundaria que no tengo más remedio que seguir
siendo, No me gustó, probablemente ese es el problema, Si me pusieras
delante una ecuación de dos incógnitas todavía te
podría ofrecer mis talentos de especialista, pero, tratándose
de una incompatibilidad de ese calibre, mi ciencia sólo serviría
para complicarte la vida, por eso te digo que te entretengas viendo unas
películas como quien toma tranquilizantes, no que te dediques a
las matemáticas, que dan muchos quebraderos de cabeza, Tienes alguna
idea, Idea de qué. De una película interesante, que valga
la pena, De ésas no faltan, entra en la tienda, date una vuelta
y elige, Pero sugiéreme una, por lo menos. El profesor de Matemáticas
pensó, pensó, y por fin dijo, Quien no se amaña no
se apaña, Eso qué es, Una película, lo que me has
pedido, Parece un refrán, Es un refrán, Toda o sólo
el título, Espera a verla, De qué género, El refrán,
No, la película, Comedia, Seguro que no es un dramón antiguo,
de capa y espada, o uno moderno, de tiros y sangre, Es una comedia ligera,
divertida, Voy a tomar nota, cómo has dicho que se llama, Quien
no se amaña no se apaña. Muy bien, ya lo tengo, No es ninguna
obra maestra del cine, pero te entretendrá durante hora y media.