Jorge Santibáñez Romellón / I
Migración internacional: balance 2002
Como cada fin de año, la época invita a realizar una reflexión de lo ocurrido durante el mismo y sacar una especie de balance anual. Por supuesto, este balance depende de varios factores y hasta del nivel de optimismo que en ese momento se tenga. La historia del vaso medio lleno o medio vacío se aplica en estos ejercicios mejor que en ninguna otra situación. Tal es el caso del tema migratorio. Estar totalmente satisfecho sería faltar a la objetividad. No reconocer algunos resultados sería de un negativismo que no ayuda ni sirve a nadie. Por otra parte, quienes realizamos este tipo de ejercicios analíticos corremos el riesgo, como el cohetero, de no quedar bien con nadie. Los diferentes actores del proceso no se conforman con este tipo de análisis. El gobierno, encargado de la gestión de los procesos migratorios y de los programas correspondientes, espera mayor reconocimiento de lo realizado. Los organismos no gubernamentales asociados al tema, los representantes de los migrantes, los medios de comunicación y en síntesis todos los otros actores asociados al fenómeno, consideran insuficiente lo realizado. Corramos, pues, el riesgo y analicemos algo de lo ocurrido durante 2002 en el tema migratorio, lo más importante según nuestra perspectiva.
Desde mi punto de vista el año que concluye fue de gran importancia en el tema migratorio, no por lo alcanzado en el llevado y traído acuerdo migratorio tan publicitado durante 2001, sino precisamente porque en 2002 el gobierno mexicano por fin se dio cuenta, aunque no lo reconozca, que dicho acuerdo no es viable en el corto plazo, que está poco más que estancado y que en consecuencia se requiere modificar de fondo la estrategia de abordaje del proceso migratorio y quizá de toda la relación con Estados Unidos. Es decir, el presidente Fox insistió tanto desde su campaña en la relevancia del tema y de los mexicanos que viven en Estados Unidos, que ahora no puede ni podrá "bajarle al tema", como tampoco puede seguir diciendo que hay avances significativos en las negociaciones migratorias, al menos no refiriéndose a lo ocurrido en este año en el que la actitud de Estados Unidos ha sido clarísima y contraria a siquiera tocar el tema.
En estas condiciones, lo que en 2000 y 2001 era la base de la relación entre México y Estados Unidos, a saber la relación entre los dos gobiernos y si acaso entre los dos presidentes, la luna de miel de la democracia mexicana, etcétera, durante 2002 se ubicó más en el terreno de las realidades que en el espacio idílico previo. Algunos pensarán que esa es mala noticia, personalmente no lo creo, nunca hace daño despertar del sueño, por placentero que sea. Las nuevas realidades corresponden más al contexto de largo plazo en el que se desarrollan las relaciones entre los dos países. Lo otro, por agradable que suene y sin menospreciar la importancia que tiene la amistad de los dos titulares del Ejecutivo en la relación entre los respectivos países, no representa la semilla de largo plazo, puede ser la plataforma de una solución, pero no la solución misma.
Me explico: en 2002, al darse cuenta de que no habría acuerdo migratorio y que, por el contrario, Estados Unidos hizo explícito que ya no formábamos parte de sus más altas prioridades, México se hubiera visto muy mal con el mismo discurso de avance y buenas relaciones que ya nada justificaba. Tampoco tenía mayor caso caer en las valentonadas de siempre desgarrándonos las vestiduras en México, sin que ni siquiera los periódicos de las localidades fronterizas estadunidenses nos tomaran en cuenta. Comenzaron entonces una serie de movimientos internos y externos que nos reubicaron con respecto a nuestro poderoso vecino y si se quiere, en el corto plazo, también nos distanciaron. De hecho hasta podríamos establecer una diferencia clara entre el primero y el segundo semestre del año.
Durante el primer semestre se continuó con el hoy nada creíble discurso de que las cosas iban bien y el tema migratorio no había salido de la agenda. En esa lógica llegaron los acuerdos de Monterrey, en el que a cambio de nada México hizo concesiones importantes que a muchos pasaron desapercibidas y que recordaban los mejores tiempos de nuestra subordinación hacia Estados Unidos. En esa misma época, incluso el mismo día, ocurrió aquel trágico incidente con la visita de Fidel Castro a Monterrey. Sin duda fue el peor momento de la administración foxista de la relación entre los dos países, el más asimétrico. México no sabía cómo reaccionar y Estados Unidos, con su discurso guerrero, nos avasallaba con acuerdos y tomas de posición para las que los mexicanos no estábamos listos, ni en las que se había reflexionado lo suficiente. Así, cualquier toma de posición era mal vista en México, se interpretaba como subordinación gratuita y en Estados Unidos se alzaban voces quejándose de que no hacíamos lo suficiente.
Después que tocamos fondo, ocurrieron hechos que, desde mi punto de vista, sin ser la gran solución, apuntan a lo que en el mediano plazo sí pudiese representar soluciones más estables y duraderas. De ellas hablaremos en nuestra próxima colaboración.
Presidente de El Colegio de la Frontera Norte