Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 5 de enero de 2003
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Política
Rolando Cordera Campos /II

La integración necesaria

Lo mejor del movimiento globalifóbico no plantea una vuelta atrás en la historia del mundo, ni se presta a mitificar formas de organización social que anulan lo ganado en el siglo pasado en materia de derechos. El respeto y cuidado de los derechos humanos, el formidable avance de la mujer en la vida social, el nuevo valor que se otorga a la diversidad cultural, ganaron carta de naturaleza en el último tercio del siglo xx y conformaban la plataforma obligada de nuevas visiones del mundo. No ha sido así hasta hoy, pero resulta difícil explicarlo exclusivamente con cargo a los impactos de la globalización.

Lo que más bien está hoy en el banquillo es una ideología y un mito, que han perdido toda su pretendida eficacia histórica y corren el riesgo de volverse máquina infernal de destrucción del mundo moderno. Poner sobre la mesa diseños alternativos que reconozcan la experiencia histórica, en especial de los desastres a que llevó al mundo la utopía de cambiar todo de tajo, es lo que está en el orden del día que arranca este año con la presidencia de Lula, pero también con el triste bamboleo político y social en Argentina. De la mediocridad que campea por aquí más vale no acordarnos, salvo para insistir en que las medias tintas no son sinónimo de prudencia o buen sentido, ni en la vida privada ni en la política, ni siquiera en la vapuleada política económica que nos dejaron los ajustes y el cambio estructural, así como nuestra ciega prisa para globalizarnos "antes de que el mundo se cerrara", este sí un sinsentido teórico y político de grandes proporciones y consecuencias para el proyecto modernizador mismo.

¿A qué integración se puede aspirar hoy, vistos los costos de lo hecho pero también los peligros de echar al niño junto con el agua sucia de la bañera? Esta es la cuestión crucial que acosa y acosará a América Latina y a nosotros con ella. No es cierto que dispongamos de todo el tiempo del mundo, pero menos lo es que no nos quede otro camino que el encierro y la vuelta al mundo bipolar del blanco y el negro, como infortunadamente parecen sugerir los zapatistas redivivos con su discurso tajante y sin matices. Si de algo se requiere con urgencia en la política democrática y en el relanzamiento de la política económica es precisamente de lo contrario: de la valorización del matiz, que es la única vía sensata para construir una visión racional y nacional para el desarrollo y el bienestar colectivo.

De entrada, reiteremos: México necesita con urgencia de un nuevo trato por parte de sus socios comerciales mayores, que le permita llevar a cabo una efectiva transición en su proceso de inversión y que el tratado no llevó a buen término, a pesar de que ese era el objetivo principal del mismo, al menos desde la perspectiva mexicana.

Es la ausencia o la inconclusión de esta transición, lo que hoy tiene estancada la mudanza económica y, por la sola acumulación de males sociales que propicia, lo que ha puesto en riesgo la ganancia democrática de los últimos lustros. El bono democrático no se apoya sino se enfrenta con un ¨bono" demográfico que no se ha traducido en empleo e ingreso suficientes, sino en inseguridad rampante, abusos fiscales de todo tipo, e inclinaciones ciertas y duras a la desintegración social.

Un nuevo trato, que tenga como eje propulsar el proceso de inversión en México, tiene que contemplar fondos amplios de compensación y para el desarrollo local y regional, factor clave para mantener la cohesión social y territorial y para salir al paso productivamente a discursos, como el que recientemente los zapatistas emitieron. Es la inversión y el avance regional lo que puede evitar la redición salvaje de la imagen antigua de los many Mexicos, que en la actualidad se ha trocado en una modernidad epidérmica que sólo sobrevive en medio de un auténtico archipiélago nacional de pobreza y desencanto. Sin una operación de esta suerte, los desprendimientos regionales serán inevitables, pero sus impactos sobre el todo nacional caerán con toda fuerza antes de que aquellos adquieran perfil y forma.

Si se observa así el estado del país, tendrá que convenirse en que, más que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), ha sido la omisión político-económica doméstica la que nos ha traído hasta donde estamos: a unas coordenadas de separación creciente de los grupos sociales, las regiones y las localidades y que la democracia entendida como casino fiscal no puede subsanar y sí agravar. Salir del atolladero nos obligará a preguntarnos de nuevo si no es parte decisiva de la integración necesaria una real integración social y nacional, sólo concebible en y gracias a la democracia, pero entendida como un intercambio político en pos de un proyecto.

Vincular las dos integraciones y volverlas acuerdo fundamental, tendría que ser el trabajo principal de la política y los políticos en los días que restan. Pero dejémoslo estar como mero propósito de Año Nuevo. Auguri.

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