Rolando Cordera Campos /II
La integración necesaria
Lo mejor del movimiento globalifóbico no
plantea una vuelta atrás en la historia del mundo, ni se presta
a mitificar formas de organización social que anulan lo ganado en
el siglo pasado en materia de derechos. El respeto y cuidado de los derechos
humanos, el formidable avance de la mujer en la vida social, el nuevo valor
que se otorga a la diversidad cultural, ganaron carta de naturaleza en
el último tercio del siglo xx y conformaban la plataforma obligada
de nuevas visiones del mundo. No ha sido así hasta hoy, pero resulta
difícil explicarlo exclusivamente con cargo a los impactos de la
globalización.
Lo que más bien está hoy en el banquillo
es una ideología y un mito, que han perdido toda su pretendida eficacia
histórica y corren el riesgo de volverse máquina infernal
de destrucción del mundo moderno. Poner sobre la mesa diseños
alternativos que reconozcan la experiencia histórica, en especial
de los desastres a que llevó al mundo la utopía de cambiar
todo de tajo, es lo que está en el orden del día que arranca
este año con la presidencia de Lula, pero también con el
triste bamboleo político y social en Argentina. De la mediocridad
que campea por aquí más vale no acordarnos, salvo para insistir
en que las medias tintas no son sinónimo de prudencia o buen sentido,
ni en la vida privada ni en la política, ni siquiera en la vapuleada
política económica que nos dejaron los ajustes y el cambio
estructural, así como nuestra ciega prisa para globalizarnos "antes
de que el mundo se cerrara", este sí un sinsentido teórico
y político de grandes proporciones y consecuencias para el proyecto
modernizador mismo.
¿A qué integración se puede aspirar
hoy, vistos los costos de lo hecho pero también los peligros de
echar al niño junto con el agua sucia de la bañera? Esta
es la cuestión crucial que acosa y acosará a América
Latina y a nosotros con ella. No es cierto que dispongamos de todo el tiempo
del mundo, pero menos lo es que no nos quede otro camino que el encierro
y la vuelta al mundo bipolar del blanco y el negro, como infortunadamente
parecen sugerir los zapatistas redivivos con su discurso tajante y sin
matices. Si de algo se requiere con urgencia en la política democrática
y en el relanzamiento de la política económica es precisamente
de lo contrario: de la valorización del matiz, que es la única
vía sensata para construir una visión racional y nacional
para el desarrollo y el bienestar colectivo.
De entrada, reiteremos: México necesita con urgencia
de un nuevo trato por parte de sus socios comerciales mayores, que le permita
llevar a cabo una efectiva transición en su proceso de inversión
y que el tratado no llevó a buen término, a pesar de que
ese era el objetivo principal del mismo, al menos desde la perspectiva
mexicana.
Es la ausencia o la inconclusión de esta transición,
lo que hoy tiene estancada la mudanza económica y, por la sola acumulación
de males sociales que propicia, lo que ha puesto en riesgo la ganancia
democrática de los últimos lustros. El bono democrático
no se apoya sino se enfrenta con un ¨bono" demográfico que no
se ha traducido en empleo e ingreso suficientes, sino en inseguridad rampante,
abusos fiscales de todo tipo, e inclinaciones ciertas y duras a la desintegración
social.
Un nuevo trato, que tenga como eje propulsar el proceso
de inversión en México, tiene que contemplar fondos amplios
de compensación y para el desarrollo local y regional, factor clave
para mantener la cohesión social y territorial y para salir al paso
productivamente a discursos, como el que recientemente los zapatistas emitieron.
Es la inversión y el avance regional lo que puede evitar la redición
salvaje de la imagen antigua de los many Mexicos, que en la actualidad
se ha trocado en una modernidad epidérmica que sólo sobrevive
en medio de un auténtico archipiélago nacional de pobreza
y desencanto. Sin una operación de esta suerte, los desprendimientos
regionales serán inevitables, pero sus impactos sobre el todo nacional
caerán con toda fuerza antes de que aquellos adquieran perfil y
forma.
Si se observa así el estado del país, tendrá
que convenirse en que, más que el Tratado de Libre Comercio de América
del Norte (TLCAN), ha sido la omisión político-económica
doméstica la que nos ha traído hasta donde estamos: a unas
coordenadas de separación creciente de los grupos sociales, las
regiones y las localidades y que la democracia entendida como casino fiscal
no puede subsanar y sí agravar. Salir del atolladero nos obligará
a preguntarnos de nuevo si no es parte decisiva de la integración
necesaria una real integración social y nacional, sólo concebible
en y gracias a la democracia, pero entendida como un intercambio político
en pos de un proyecto.
Vincular las dos integraciones y volverlas acuerdo fundamental,
tendría que ser el trabajo principal de la política y los
políticos en los días que restan. Pero dejémoslo estar
como mero propósito de Año Nuevo. Auguri.