LULA: GUERRA CONTRA EL HAMBRE, NO COMO MERCENARIOS
La
primera medida del presidente brasileño Luiz Inácio Lula
da Silva, fue nada menos que postergar la compra de aviones militares de
caza para destinar los 760 millones de dólares así ahorrados
a su programa social de choque. La importancia de esta decisión
es aún más evidente porque durante casi un siglo la política
militar brasileña, argentina y chilena (la del famoso ABC, Argentina,
Brasil y Chile) consistió en buscar un equilibrio entre la fuerza
y la modernidad de las marinas y las fuerzas aéreas respectivas,
en la eventualidad de un conflicto bélico entre esos países
vecinos.
Las potencias mundiales dominantes (el Reino Unido primero
y Estados Unidos después) buscaron siempre desarrollar esa nacionalismo
agresivo para provocar guerras y rivalidades entre las potencias del Cono
Sur (está fresco todavía el recuerdo de los informes a Londres
del gobierno de Pinochet sobre los movimientos de la fuerza aérea
argentina durante la guerra de las Malvinas). Además, Estados Unidos
utilizó a brasileños como carne de cañón en
Italia, en la Segunda Guerra Mundial y, con el gobierno de Menem, a argentinos
como mercenarios en la guerra del Golfo o en la de Bosnia, y estimuló
así la desconfianza entre las fuerzas armadas sudamericanas y la
sumisión de todas ellas al Pentágono.
Por eso es importante este gesto del nuevo gobierno de
Brasilia, que rompe con esa tradición infame, deja en claro que
el enemigo no es el hermano de al lado (ahora, además, unido con
los brasileños en el Mercosur) y hace evidente que la prioridad
es la guerra contra el hambre y no contra el vecino, y que las fuerzas
armadas deben mantener la independencia del país frente a la real
amenaza -la imperial- y frente al Area de Libre Comercio de las Américas
(ALCA), que hace peligrar la existencia misma del Mercosur.
El presidente elegido con el mayor porcentaje y el mayor
número de votos (52 millones) jamás registrado en América
ha querido dar señales tempranas, símbolos evidentes de la
línea política que espera seguir y que, para poder aplicarla,
necesita del apoyo activo de las mayorías populares. Como la política
es símbolo, ha demostrado a todos que se pueden redistribuir los
recursos, estableciendo prioridades sociales y no represivas. Y ha evidenciado
su decisión de defender el Mercosur realizando su primera visita
a Buenos Aires y reforzando lazos con Cuba y Venezuela (que también
tienen la misma aspiración), además de favorecer el fracaso
de las medidas golpistas contra Hugo Chávez encarando un acuerdo
entre la empresa petrolera brasileña, Petrobras, y la venezolana,
PDVSA, que incluye, de hecho, el envío de petróleo y de técnicos
petroleros brasileños para romper lo que el gobierno de Caracas
califica de "golpe disfrazado de huelga".
En esta primera medida antiarmamentista se refleja, por
otra parte, la oposición de los mandos militares brasileños
al ALCA y la posición de la cancillería del Itamaratí
contra ese proyecto que hiere el nacionalismo brasileño al cual
recurre Lula, quien también rompe el fatalismo según el cual
no habría recursos para responder a las exigencias del Fondo Monetario
Internacional y, al mismo tiempo, tener una política nacional. Ha
mostrado que los fondos pueden cambiar de destino y, en vez de servir a
la política militar de Washington, reforzar la estabilidad social
del país. O, en vez de destinarse indefinidamente al pago de los
servicios de la deuda externa, que sigue aumentando indefinidamente, podrían
ser invertidos en el desarrollo del mercado interno y, sobre todo, del
campo, que exige una reforma agraria, ya que dos mil latifundios ocupan
56 millones de hectáreas mientras 16 millones de campesinos, que
desean producir, carecen totalmente de tierra.
Brasil se está transformando, pues, en un laboratorio
social y político, y sería cuerdo que los gobiernos del continente
siguieran de cerca ese proceso y ayudarán al gobierno brasileño
a vencer las dificultades que deberá sin duda enfrentar.