Javier Oliva Posada

Brasil y México: perspectivas presidencialistas

El 2003 será un año de intensa actividad política. Tanto en México como en varios países de la región los procesos electorales y la dinámica propia de los sistemas habrá de someter a prueba a los gobiernos para evaluar su capacidad de adaptación, así como la de los grupos de poder y organizaciones, y los conflictos de intereses.

En particular, la presidencia de Luiz Inacio Lula da Silva en Brasil es una muestra determinante para reconsiderar el planteamiento, tan difundido como ambiguo, de que las ideologías carecen de sentido en este siglo XXI y que los personajes pueden ser sometidos a "cirugías mayores" para que mediante el mal llamado marketing logren sus aspiraciones electorales. Ni una ni la otra cosa. Tanto las ideas como los rasgos en la personalidad de los líderes políticos son la base fundamental para construir programas de gobierno confiables y, sobre todo, susceptibles de ser evaluados.

Da Silva ha sido realista: cambio, pero con cuidado; disminuir la pobreza, pero con el esfuerzo de las mayorías (incluidos empresarios e Iglesia católica), no ha lanzado promesas realizadas al calor de la campaña o por la euforia del triunfo. Como en el caso del presidente Vicente Fox, tampoco contará con mayoría en las cámaras, lo que ha suscitado que, de principio, integre un gabinete plural, en que la experiencia en la materia pesa más que el pago de facturas de la campaña y años previos.

Las ideas y las propuestas habrán de observarse como políticas públicas que atienden a las prioridades del nuevo gobierno. El riesgo de haber ofrecido y realizar poco es un proceso que acelera el natural desgaste del ejercicio del poder político. Si bien es cierto que el presidente brasileño ha iniciado con 70 por ciento de aceptación de la ciudadanía, esto no deberá ser el principal obstáculo para retrasar innecesariamente decisiones que afectarán intereses.

Recordemos que en un régimen presidencialista cualquier candidato a la presidencia -como es el caso de Brasil y México- representa una coalición de intereses. Una vez elegido, el nuevo presidente debe conducirse como el árbitro de los intereses, incluso de aquellos que se opusieron a su candidatura. Es decir, un presidente debe pasar de representante de intereses a árbitro de los intereses. Actuar de otra forma llevará a Lula a seguir en campaña y ser esclavo de los sondeos y las encuestas.

Pero también, cuando posiciones diferentes, como las del Partido de los Trabajadores en Brasil, logran una sonada victoria, es el momento de analizar si las traen todas consigo aquellas posturas comprometidas con las bondades del libre mercado y el repliegue de las responsabilidades del Estado (que no del gobierno) en la atención de los programas básicos sociales. Estamos ante un posible enriquecimiento del debate. Ojalá.

Las ideas en el ejercicio de la política y el gobierno serán siempre la guía fundamental para observar la manera en que los candidatos y funcionarios se comportan. Ahora que México entra en un año predominantemente electoral, tanto el contenido y la lógica de las propuestas como el perfil de los candidatos deberán ser los criterios fundamentales para darle a los contenidos de los debates algo más que denuncias y descalificaciones, pues por ese camino todos pierden.

Es del todo deseable que la presidencia de Lula sea una muestra de que el ejercicio de gobierno no está destinado a los especialistas ni a los iluminados y sí, en cambio, a la moderación, a la prudencia y, sobre todo, a la articulación de acuerdos duraderos que, por sí mismos, generan estabilidad, desarrollo y confianza.

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