BRASIL: EL SUEÑO POSIBLE
El
nuevo presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, empezó
ayer su gestión de gobierno en medio de signos esperanzadores, tanto
en lo interno como en el ámbito regional.
En el primer término, la combinación de
firmeza y sensatez gubernamental, el masivo respaldo popular a las nuevas
autoridades y el beneplácito de los círculos empresariales
y financieros permiten augurar una transformación social profunda,
pero posible, en un país marcado por pavorosas desigualdades sociales
y en un entorno mundial en el que, por momentos, no pareciera haber más
futuro que la resignación frente a la injusticia.
La determinación con la que la nueva presidencia
brasileña asume su doble compromiso -preservar la estabilidad financiera
y la disciplina fiscal, por un lado, y emprender un programa orientado
a suprimir la miseria en el escenario del vasto país sudamericano-
es ilustrativa de la amplitud de la alianza social que respalda al gobierno
de Lula da Silva, y que fue forjándose con perseverancia ejemplar
a lo largo de más de tres lustros y de cuatro campañas presidenciales.
La larga y difícil lucha de los segmentos mayoritarios
de la sociedad brasileña para colocar, a la postre, a un antiguo
obrero metalúrgico en la jefatura del Estado, marca la singularidad
regional -y posiblemente mundial- de los procesos políticos que
a la vez culminan y arrancan con la asunción de Lula.
En efecto, ninguno de los presidentes progresistas y populares
que llegaron al cargo por medios democráticos en la historia reciente
de América Latina -Jacobo Arbenz, Salvador Allende, Jaime Roldós,
el propio Hugo Chávez- dispuso, en su momento y en su tiempo, de
un consenso tan plural, tan articulado y tan amplio como el que han logrado
edificar el Partido de los Trabajadores y su líder histórico,
el nuevo mandatario de Brasil.
En esa medida, cabe esperar que éste logre evitar
la polarización política, la fractura social y el injerencismo
golpista estadunidense en que han desembocado los anteriores intentos por
emprender transformaciones sociales profundas desde las instituciones políticas
establecidas.
En lo regional, es previsible que la llegada de Lula da
Silva al poder dé nuevo aliento a la búsqueda y a la realización
de propuestas de poder distintas al neoliberalismo y dispuestas a resolver
la indignante y oprobiosa deuda social que la gran mayoría de los
gobiernos de Latinoamérica han contraído, ya sea por corrupción,
por torpeza, por entreguismo o por una trágica combinación
de todos esos rasgos.
Con su perspicacia habitual, el presidente cubano, Fidel
Castro, apuntó ayer en Brasilia la interesante posibilidad de que
la presidencia de Lula se convierta en factor decisivo para impulsar la
integración regional y reactivar, con un sentido social, las alicaídas
economías de nuestras naciones.
Por el bien de todos, cabe esperar que así sea,
y que el nuevo presidente de la nación más grande del subcontinente
logre traducir en hechos concretos la esperanza que ha aportado a los brasileños
y a los latinoamericanos.