Orlando Delgado
Los dilemas centrales
El fin de 2002 ha resultado lejos de la expectativa oficial. La meta central del programa económico quedó superada: la inflación cerró por arriba de 5 por ciento, lo que dificulta conseguir el propósito histórico de los neoliberales de un nivel de crecimiento de los precios compatible con el de nuestros principales socios comerciales, el célebre 3 por ciento. Las otras metas subordinadas, el crecimiento y la generación de empleo, también resultaron incumplidas. La economía apenas creció 1.2 por ciento y se perdieron en los dos primeros años más de 100 mil puestos de trabajo. Del mismo modo que con la inflación, la meta propuesta de crecer al 3 por ciento en 2003 parece difícil de alcanzar, lo que complicará la posibilidad de que se generen los nuevos empleos necesarios para empezar a abatir el enorme rezago. El déficit fiscal y el de la cuenta corriente han resultado dentro de lo esperado, pese a que las modificaciones fiscales no generaron los ingresos estimados debido a las carencias de la información que Hacienda le proporcionó a los legisladores.
La economía mundial, por su parte, enfrentará un año de estancamiento. Las economías mayores tendrán un ritmo de crecimiento muy suave, lo que hará que los impactos benéficos en el mundo en desarrollo apenas se aprecien. En particular, la economía estadunidense parece conducirse a una situación en la que se contraiga la confianza de los consumidores sobre la evolución futura de su situación económica. El escenario de guerra complicaría las cosas y haría que la marcha económica se haga aún más lenta. Otro escenario posible es el de nuevos escándalos en las grandes firmas internacionales que evidencien la parcialidad de las autoridades, lo que podría ser tan impactante como lo de Enron. Por esto, no parece fundada la expectativa de un crecimiento dinámico en Estados Unidos y, en consecuencia, la percepción de las autoridades financieras y hacendarias mexicanas sobre el impacto en nuestra economía está en cuestión.
El programa económico del gobierno foxista mantiene una definición de prioridades en la que el centro sigue estando en la inflación. La política monetaria se mantiene como la fundamental y su carácter recesivo será ratificado drásticamente en el curso de 2003. En un año electoral se marcará un claro contraste con la práctica priísta de expandir el gasto para ganar votos. El gobierno panista apelará a su congruencia económica e impulsará la idea de que la elección es un referéndum sobre la aceptación de un gobierno que postuló el cambio y que no lo ha hecho. Su planteamiento es que la oposición se lo ha impedido, por lo que las elecciones, en caso de ganarlas, abrirían las compuertas a la nueva oleada privatizadora y liberalizadora. Los análisis recientes sobre los impactos de la globalización ortodoxa, los panista ni los leen ni los oyen, aunque el propio Joseph Stiglitz se los señale personalmente. En el ITAM y en el Senado fue contundente: planteó que no es posible que se sigan aplicando los lineamientos de la política derivada del Consenso de Washington, pese a su evidente fracaso.
De este modo, el año que recién inicia planteará dilemas centrales para la vida futura de la nación. El primero es si los electores ratifican al gobierno de Fox como el adalid del cambio. A dos años de distancia parece evidente que el cambio de hombres y de partido no significan un cambio de proyecto económico. Por ello, los votantes que le dieron el triunfo a Fox deben valorar el sentido de su decisión electoral: un gobierno nuevo para un proyecto cada vez más cuestionado. Un segundo dilema es si los electores no le dan el voto de confianza al PAN, cuál será su opción: regresar al pasado para que haga lo mismo que Fox, sólo que autoritariamente y con la corrupción que le caracterizó, o bien confiar en un partido que gobierna en la ciudad de México y que ha mostrado la posibilidad de una política social que combata algunos aspectos de la desigualdad y la inequidad. Puede ocurrir que los electores simplemente se abstengan o dejen las cosas tal como están, lo que, por supuesto, empantanaría el futuro y complicaría enormemente la vida legislativa.
Esto ocurrirá en un escenario internacional en el que la incertidumbre será la figura estelar. Salvo en Brasil, donde ha arrancado un gobierno de fuerte base popular y con un proyecto alejado del planteo neoliberal, el resto del mundo vive pendiente de la decisión del gobierno estadunidense y de su displiscencia para reconocer la urgencia de instituciones globales para un mundo cada vez más global. 2003 será, en consecuencia, importante y, para nosotros, puede resultar decisivo. El gran dilema es: Ƒla transición democrática es realmente posible con una propuesta económica concentradora y excluyente? Estará en los electores la decisión.
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