Olga Harmony
Teatro en papel /I
Me gustaría copiar a Javier Sicilia, de La Jornada Semanal, su método -aunque exista gran distancia entre su erudición y mis elucubraciones- de poder hablar de la cultura, en mi caso la teatral, y rematar con la exigencia de que se cumplan los acuerdos de San Andrés, a la que añadiría muchas otras para mi pobre y dolido país y su gente de a pie, la que poco disfruta de libros y escenificaciones, porque poco tiene para disfrutar de lo básico. He de hacer un esfuerzo para entender que el arte no es un vano complemento, y la parcela que me toca arar nada tiene que ver con análisis políticos, porque para ello se pintan solos los colaboradores que de ello saben. Dicho lo cual, salido del temor que muchos tenemos por lo que ocurre y lo que se avecina, tomo mi arado y regreso a mi parcela.
Por supuesto que el hecho teatral es mucho más que el texto dramático, pero ya se ha regresado al drama como basamento de cualquier escenificación, acabada casi por completo la disputa por el poder entre dramaturgos y directores que tiñó gran parte del siglo pasado. Así es bueno, en estos días en que existen pocos montajes, revisar algunas ediciones recientes, como los últimos ocho tomitos de la colección La Centena -coedición de Conaculta y El Milagro-, fechados todos en octubre de 2002, pero que hace poco llegaron a mis manos. Se trata de algunos títulos ya editados y muy conocidos, pero difíciles de adquirir, y otros en primera edición, pero todos representados. Con Belice, de David Olguín, se cumplió mi deseo de leer la obra y se disipó una duda que tuve acerca de los zapatos rojos de Juan Adulto, que no mencioné en mi nota del montaje. De Víctor Hugo Rascón Banda aparecen dos de sus textos del experimento de Teatro Clandestino y que no habían sido editados, a pesar del éxito de Los ejecutivos, que da nombre al volumen que incluyen también Tabasco negro. Tampoco había conocido en edición El viaje de los cantores, de Hugo Salcedo, a pesar de su premio Tirso de Molina y del celebrado montaje de Angel Norzagay.
En cambio, han contado con ediciones y más de una escenificación obras que de todos modos no son fáciles de adquirir -y menos al costo que ofrece esta colección- como Camino rojo a Sabaiba, de Oscar Liera; la multirrepresentada Ginecomaquia, de Hugo Hiriart, y la también caballito de batalla de muchos grupos, La abuelita de Batman, en que Alejandro Licona reúne cinco textos cómicos. Atlántida, de Oscar Villegas, es otro texto que merece revisión, y La cueva de Montesinos, de José Ramón Enríquez, no ha tenido escenificación profesional.
Luis Mario Moncada, al frente del Centro Cultural Helénico, propuso un concurso de dramaturgia joven, con el nombre de Gerardo del Castillo Trejo, muy sui generis. El jurado compuesto por Ximena Escalante, Iona Weissberg y Rubén Ortiz hubo de escoger entre 133 textos de muy desigual factura, casi todos ayunos de técnicas de construcción dramática, a cinco finalista que se prestaran a someterse a un taller impartido por dos de los jurados, Ximena Escalante y Rubén Ortiz, para afinar sus propuestas. Los talleres también tuvieron sus propias características, pues no fueron grupales dado que los autores competían. Es interesante constatar el mosaico de intereses de los jóvenes que aparecen en el volumen Teatro de La Gruta II, publicado por Tierra Adentro, tres de ellos del DF. El texto ganador, La luna vista por los muertos, de Daniel Rodríguez Barrón, es una dura crítica generacional a la actitud hedonista de una pareja. Obtuvieron mención Arquímides de Siracusa, de Gabril Alfonso Ortega, quizá demasiado didáctica y muy propia para ser escenificada en Universum, por ejemplo, y Almas de arena, de Guadalupe de la Mora, de Ciudad Juárez, metáfora de la suerte de los inmigrantes en el desierto. Con recomendación para ser publicada resultaron A escasos kilómetros, del sinaloense Miguel Ortiz, que trata de manera tangente el caso de las mujeres asesinadas en Juárez, y El señor de la razón, de Verónica Bujeiro, farsa de anticipación acerca de los trasplantes y el transexualismo.