Angel Guerra Cabrera
Cuba en 2003
Los resultados económicos y sociales de Cuba confirman la acertada estrategia de inserción en la economía mundial adoptada en la isla tras el colapso de la URSS. El PIB cubano creció en 2002 un 1.1 por ciento en un entorno internacional muy desfavorable en que América Latina vio caer su producto en 0.5 por ciento, aproximadamente, quedando a niveles por habitante inferiores a los de 1997. Cuba consiguió mantener el dinamismo y el crecimiento de su economía pese a que el turismo experimentó una contracción de 5 por ciento, a que cayeron los precios de las exportaciones tradicionales, a una onerosa erogación de divisas por la factura petrolera -superior a los mil millones de dólares- debido a interrupciones del suministro procedente de Venezuela y al alza de la cotización internacional del crudo. A ello se sumó el paso de tres huracanes en menos de un año que dañaron severamente la agricultura, inmuebles y la infraestructura y, por supuesto, las inversiones en la defensa nacional a que obliga la pronunciada agresividad mostrada actualmente en el ámbito internacional por el poderoso vecino del norte. Si llevamos la comparación con América Latina al periodo 1994-2001, tenemos que en ese lapso la economía cubana creció 4.1 por ciento, mientras en el resto de la región lo hizo a un promedio de 1.3. Pero el PIB es un concepto engañoso como índice de la calidad de vida porque su crecimiento con frecuencia no va acompañado de desarrollo y en el caso de Cuba no refleja importantes servicios educacionales, culturales, de salud y asistencia social brindados por el Estado al margen de las relaciones monetario-mercantiles. Resulta paradójico, por ejemplo, el caso de Perú, que en 2002 consigue un crecimiento de 4.5 por ciento -el más alto de la región- mientras casi la mitad de su población sufre pobreza y un cuarto indigencia, el desempleo urbano se acerca a un décimo y el analfabetismo a 11 por ciento.
De allí que no exagerara el diputado cubano Osvaldo Martínez cuando afirmó que el pasado fue un año de "pequeño crecimiento y alto desarrollo". En 2002 Cuba envió 50 mil computadoras a su sistema escolar, restauró o construyó nuevas la totalidad de las escuelas primarias de La Habana para que dieran cabida a un máximo de 20 alumnos por salón, inició igual labor en el resto del país, edificó nuevas escuelas de arte, amplió ostensiblemente la enseñanza de la informática, impulsó relevantes programas culturales masivos y abrió un canal de televisión educacional que llega a casi todas las escuelas y goza de aceptación del público en general por la calidad de su programación. Comenzó un amplio programa de asistencia social personalizada para los más desfavorecidos que incluye la atención a niños con deficiente nutrición y redujo el desempleo a 3.3 por ciento mediante el desarrollo de la agricultura urbana de cultivos hidropónicos, que ya da trabajo a 320 mil personas, y la aplicación del nuevo concepto sobre el "empleo de estudiar" que remunera por superarse a cerca de 120 mil jóvenes desempleados y a decenas de miles de trabajadores excedentes después del cierre de ingenios azucareros.
Al mismo tiempo, la concentración de inversiones en sectores clave como la energía comenzó a dar frutos apreciables al aumentar 26 por ciento la producción de petróleo -superó los 4 millones de toneladas-, que junto al requipamiento de la industria eléctrica permitirá alcanzar en 2003 la totalidad de la capacidad de generación con crudo nacional, un avance estratégico para una economía cuyo talón de Aquiles es la dependencia energética del exterior. Igualmente ocurrió con la industria turística, que llegó ya a 40 mil habitaciones.
Si Cuba, sometida al bloqueo de Estados Unidos, ha conseguido mantener la recuperación de su economía, rescatar sus programas sociales emblemáticos y emprender otros nuevos es porque se negó rotundamente a aceptar las políticas neoliberales y perseveró en su rumbo socialista. Un rumbo singular respecto a otras experiencias por cuanto siempre ha colocado en primer plano la ética, la práctica de la equidad, la justicia social y el internacionalismo por sobre cualquier consideración económica o pragmatismo. Que, en suma, ha tratado de apegarse siempre a la idea de que el objetivo principal de la construcción socialista es la transformación del ser humano y ha rectificado a tiempo cuando advirtió una desviación de ese objetivo.
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