Adolfo Sánchez Rebolledo
Lula y su partido
En muchos sentidos, el éxito del nuevo gobierno brasileño felizmente encabezado por Lula dependerá del apoyo de su partido, el Partido Trabalhista (PT) que lo llevó a la victoria. En una país tan grande, desigual y hasta cierto punto fragmentado en inmensas regiones como es Brasil no hay política nacional si no se tiene un partido claramente arraigado en la sociedad. Y el PT ya lo es, aunque haya tenido que pasar para conseguirlo por toda suerte de experiencias luminosas o fallidas. Ciertamente la fuerza social que acude al llamado de Lula y el PT no conforma, como piden los cánones de la ortodoxia, un sujeto homogéneo ni representa a una sola clase, pero tampoco es una multitud inorgánica agrupada bajo el mando de un líder. En ese sentido, Lula no es un caudillo al estilo del venezolano Chávez ni tampoco un guerrillero victorioso como Fidel Castro en 1959, sino el jefe de un partido de izquierda, popular y democrático novedoso. Como ha señalado Leonardo Boff en entrevista a Sergio Ferri, la capacidad de convocatoria de Lula se explica por la confluencia de las cuatro fuerzas principales que participaron en la construcción del PT, a saber: "un nuevo sindicalismo; la izquierda liberadora; el movimiento popular que engloba a centenas de organizaciones, entre ellas el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) y, no menos importante, la Iglesia ecuménica de liberación", cuyo papel por supuesto Boff subraya.
El gran mérito de Lula y sus compañeros no es únicamente haber puesto en pie una fuerza política nueva, dotada de un programa capaz de atender las exigencias de la realidad brasileña e internacional, sino aprovechar las experiencias negativas para no quedarse congelados en una visión estereotipada de sí mismos. A pesar de las críticas y los temores, incluso en su propio seno, el PT supo definir una estrategia para ganar a la mayoría de la población sin renunciar por ello a sus objetivos fundamentales ni a sus compromisos sustantivos: la crítica del capitalismo salvaje que anula a los trabajadores y los condena a la situación de miseria en la que hoy viven millones de brasileños y latinoamericanos, y el repudio a una globalización que deja fuera del juego a las naciones del sur más rico en recursos naturales.
Además de la obvia lección de perseverancia y lucidez, el triunfo de Lula deja otras enseñanzas útiles para quien desee tomarlas. La primera, la más elemental, es la certeza de que un partido de izquierda no puede ganar en la contienda democrática si no es capaz de convocar a las más amplias fuerzas en su apoyo. Para algunos, este viraje del PT "a la derecha" es casi una traición, pero los hechos son contundentes: gracias a la postura de alianzas de centroizquierda, Lula logró más de 50 millones de votos (61.31 por ciento, acaso la cifra más alta conseguida por un partido de izquierda en el mundo occidental). Sin duda, como señala el periodista argentino Martín Granovski (Página 12), estos resultados jamás se habrían producido sin la previa implantación del PT en miles de concejalías y gobiernos locales y sin la profesionalización de la campaña electoral y el programa industrialista y social que el PT ofrece como alternativa a las políticas neoliberales.
Claro está que el PT tiene ante sí enormes y graves desafíos, pero ninguno como el de gobernar al gigante brasileño recién despertado. José Geonino, presidente nacional del PT, ha mencionado al menos tres tentaciones o, como él las llama, tres "equívocos" que sus miembros han de evitar a partir de hoy. El primero consiste en pretender construir un Estado-partido, al estilo de los viejos regímenes de partido único, donde un grupo dirigente toma autoritariamente todas las decisiones del Estado. "El segundo error, el más común y probable en los regímenes democráticos, consiste en la estatización del partido gobernante", que se expresa como pérdida de la autonomía del partido ante el gobierno: el partido se torna un ente ávido por los cargos y "abandona la actividad partidaria específica y autónoma en la esfera social". Finalmente, Geonino advierte sobre el tercer error, que consiste en no asumir a fondo que el partido también es política y moralmente responsable por las acciones del gobierno. Mantener la unidad interna del PT no será cualquier cosa, pero lograrlo es una de las condiciones para gobernar poniendo por delante el interés general.
Que así sea. Las cartas están sobre la mesa y la historia apenas comienza.