Teresa del Conde
Clonación artística
La exposición de arte contemporáneo El final del eclipse. El arte de América Latina en la transición al siglo XXI obedece a la curaduría de una persona a quien respeto y quiero: José Jiménez, investigador con formación filosófica en la Universidad Complutense de Madrid y autor de varios libros sobre teoría del arte.
Pero la exposición que con muchos apoyos logró configurar e itinerar, exhibida en dos salas del Museo de Arte Moderno, me pareció banal, salvo acaso por tres o cuatro participaciones. Se trata de una de las muestras importantes que en 2002 se llevaron a cabo en dicho museo, pero la verdad es que ni como espectáculo llena las expectativas. Los vocabularios globalizados imperan y ya se están acercando no sólo al aburrimiento, sino al tedio absoluto. Además, Ƒes esta muestra realmente un ejemplo de lo que se está produciendo en nuestro continente de habla hispana y portuguesa? No, no lo es, ni pretende serlo, porque de sobra sabemos -y el curador lo admite- que "el arte latinoamericano como pretendida unidad no existe". Aquí no parece existir ni como unidad ni como pluralidad, aunque el brasileño Tunga esté presente con sus esculturas de fibra de vidrio y con todo y que es posible toparse con títulos tan interesantes como Metáfora de la disolución del yo en el anonimato o Ejercicio de elevación física y espiritual.
Entre las obras que valen la pena, pero sólo por la economía de sus elementos (cosa que reduce los costos del seguro) está la intervención en una mampara de Abraham Cruzvillegas, que presentó un autorretrato cartográfico describiendo el recorrido de la avenida Insurgentes de norte a sur a través de títulos de cumbias y del sonido de las mismas: Dime que pasó, pedacito de mi vida, Sueño contigo, Yo no soy guapo, etcétera. Creo que el recorrido de Cruzvillegas es retrospectivo, pues el autor asistió por años a la Facultad de Filosofía y Letras (se accede por Insurgentes Sur), donde se tituló con una tesina sobre Beuys en el colegio de pedagogía. Espero que sus gustos musicales de entonces se hayan modificado un poco.
Hay algunas clonaciones, ahora que están tan de moda, en la muestra que comento, y quizá quien lea esta nota se vea motivado a verla por esa razón. Nuestro paisano César Martínez es autor de una de ellas: muchos bebés de hule están conectados con cables sobre una estructura piramidal. Pero la palma se la lleva otro compatriota: Gustavo Artigas, con un video-instalación titulado Un posible múltiple. Vale la pena ver la muestra aunque sólo fuera por ese video y por la inversión de tiempo-costo allí depositado, tanto que la obra requirió patrocinio específico, además de la serie de apoyos que hicieron posible el conjunto de la exposición.
En efecto, la industria de la imagen permite repensar la manera en que agrupamos artistas y obras. En este caso el guión de Gustavo Artigas requirió de varios actores, todos habitantes de Madrid, que se sometieron a un casting con objeto de convertirse en tropos de la instalación-video, que aquí fue virtual, pero en el momento de la inauguración ibérica se trató de un exitoso happening registrado en video para la itinerancia.
Gustavo Artigas alude a una condición que en la siquiatría tradicional se conoce como "desorden de personalidad múltiple". En realidad tal desorden no lo es, más bien se trata de una condición homogénea detectable en núcleos vastos de cualquier población porque "es posible que un mismo espíritu habite varios cuerpos". Haciendo gala de perspicacia, Artigas advierte que la personalidad múltiple es "un fenómeno natural". Y la exposición de marras da claras cuentas de ello. Tanto que si usted, lector, va a verla, experimentará, además de esa conocidísima sensación de deja vu, una no menos intensa vivencia de envejecimiento, aunque la mayoría de las piezas, realizadas ex profeso para la muestra, disten tan sólo un año de su ejecución. Quizá debido a su multiplicidad envejecieron tan prematuramente como ese "registro virtual de presentación elíptica del deseo" que Pablo Reinoso ofrece mediante cojines inflables.
Al posible espectador me permito recomendarle tres cosas: a) lleve a sus niños, b) observe los cuidadísimos fondos pintados con flora del desierto del colombiano Nadin Ospina y c) después de terminado el trayecto, recuéstese en el tentador colchón de Ernesto Neto, que se encuentra en la rotonda de la Sala Tablada. Felizmente está permitido hacerlo, siempre y cuando se prescinda del calzado.