TENSION Y DESPOJO EN MONTES AZULES
La
grave tensión que se registra en la región chiapaneca de
Montes Azules, donde parece inminente el desalojo, por parte de los gobiernos
federal y estatal, de varias comunidades indígenas asentadas en
la zona, podría -de consumarse tal incursión represiva- encender
la mecha de un nuevo y doloroso conflicto social.
Con el argumento de remover asentamientos ubicados en
reservas ecológicas o en áreas concedidas por decreto a la
etnia lacandona, las autoridades se aprestan a dar un nuevo golpe a estos
indígenas chiapanecos -la mitad de ellos bases de apoyo zapatistas-,
los cuales habitan en las zonas en disputa no por su voluntad sino como
último y desesperado recurso para hacerse de las tierras indispensables
para su supervivencia y para escapar de la pobreza, la marginación
y la persecución que los agobia desde hace siglos y, en los años
recientes, como resultado de la represión y el hostigamiento desatado
por los efectivos castrenses y las bandas paramilitares presentes en la
región.
Ha de señalarse que los asentamientos indígenas
que las autoridades se disponen a remover -entre los que figuran los poblados
de Arroyo San Pablo (Lucio Cabañas), Nuevo Pichucalco, Nuevo Limar,
Nuevo Salvador Allende, Nuevo San Rafael, Las Ruinas (Sol Paraíso),
8 de Febrero, Arroyo Aguilar y Buen Samaritano, entre otros- están
habitados en gran medida por desplazados que, en una dolorosa trashumancia,
se encuentran en una especie de exilio forzado, sin tierras propias de
las cuales obtener el sustento y bajo el continuo temor de perder, una
vez más, lo poquísimo que poseen. Para estos mexicanos nunca
ha existido autoridad que los apoye y, por el contrario, siempre han estado
sumidos en la condición de parias. ¿Por qué los sucesivos
gobiernos no han actuado antes para remediar esta situación inhumana
y, en cambio, sólo han reparado en estas comunidades para hacerlas
blanco de la represión oficial? ¿Por qué estos mexicanos
indígenas sólo cuentan como infractores -circunstancia a
la que han sido reducidos por razones ajenas a su voluntad- y no como víctimas
del despojo, la represión y el desprecio constantes? ¿Por
qué no se persigue con igual intensidad a los grupos delictivos,
paramilitares o vinculados al narcotráfico que operan impunemente
en la zona?
Por otra parte, descubierta una nueva forma de expoliar
el patrimonio de las comunidades indígenas de Chiapas -esta vez
bajo el nombre de ecoturismo-, los habitantes de la región, tanto
los asentados de manera irregular como los que se encuentran en posesión
de alguna clase de título de propiedad, se encuentran bajo la presión
de poderosos inversionistas, avalados por los gobiernos federal y estatal,
los cuales pretenden construir en la zona hoteles de lujo para el goce
del turismo extranjero. En este sentido, es claro que el flujo de divisas
que esas actividades eventualmente traerían al país y la
actividad económica resultante -cuyos beneficios quedarán
en manos de los grupos capitalistas y no en las de los indígenas-
no justifican los graves daños sociales que se originarán
por los desalojos y por la pérdida, en el caso de los residentes
"legales", de la herencia histórica y cultural de las etnias afectadas.
Por añadidura, las ofertas económicas que los supuestos inversionistas
han realizado por las tierras indígenas han comenzado a fracturar
a las comunidades, circunstancia que podría inducir nuevos enfrentamientos
entre quienes se oponen a la entrega de su patrimonio y quienes han cedido
a la tentación de vender.
En el caso de los asentamientos amenazados por el desalojo
es necesario que las autoridades reconsideren su intención represora
y busquen otros mecanismos para corregir la presente situación.
Si tales comunidades efectivamente ocupan espacios de manera irregular,
cabría esperar que los gobiernos nacional y local comprendan que
los indígenas hoy acusados de invasión son realmente las
víctimas de innumerables atropellos y opten por resolver tal circunstancia
remediando sus causas de origen -la pobreza extrema, la carencia de tierra,
la persecución- y no únicamente mediante mecanismos coercitivos.
En lo relativo a las pretendidas "compras" para la construcción
de centros turísticos de lujo, resulta reprochable que el desarrollo
quiera ser llevado a esas regiones olvidadas del país sólo
bajo el formato de la inversión destinada a los más ricos
(esto sin contar los planes para el usufructo, del cual los indígenas
quedarían excluidos, de los vastos recursos naturales de la zona)
y no como un compromiso del Estado para brindar a sus ciudadanos los servicios
educativos, sanitarios, laborales y asistenciales a los que tienen legítimo
derecho. Sin un esfuerzo oficial por llevar efectivamente el desarrollo
y la justicia a esas regiones de Chiapas, las denominadas inversiones en
ecoturismo no serán sino una nueva forma de expoliar a los pueblos
indígenas de México.