Mark Ritchie *
Donde nunca brilla la luz
SE CONOCE COMO dumping la práctica de vender productos a precios por debajo del costo de producción. Muchos países, como México, aplican aranceles para proteger a sus campesinos de los productos agrícolas que llegan del exterior a precios artificialmente bajos. Sin embargo, el 1Ɔ de enero de 2003 se suprimirá la mayoría de los aranceles mexicanos que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) imponía a las exportaciones agrícolas estadunidenses. Tal acción podría abrir las puertas a un extensivo dumping por parte de Estados Unidos, que es la fuente principal de productos con precio artificialmente disminuido en los mercados mundiales.
Hay pasos que puede dar el gobierno mexicano para proteger a sus productores, pero tiene que hacerlo de prisa. Debe considerar suspender la apertura agropecuaria prevista en el TLCAN e iniciar procedimientos formales para instituir derechos antidumping y compensatorios contra las exportaciones estadunidenses de precio subsidiado.
Buena parte de la discusión de los meses recientes sobre la política agrícola estadunidense se ha centrado en los subsidios a los granjeros. El año pasado, en la reunión ministerial de Doha de la Organización Mundial de Comercio (OMC), Estados Unidos demandó que otros países pusieran fin a los subsidios agrícolas. Sin embargo, esta primavera, cuando el presidente Bush sancionó una ley agropecuaria que establece subvenciones por miles de millones de dólares, afirmó: "los granjeros estadunidenses necesitan una iniciativa que les dé apoyo en estos momentos difíciles. Y por eso sanciono esta ley".
Como se ha dicho, son candil de la calle y oscuridad de su casa. La verdad del asunto es que nadie dice la verdad sobre los subsidios. Los subsidios agrícolas estadunidenses son el sostén de un mercado sumamente distorsionado que ha reducido los ingresos de los granjeros en Estados Unidos y en todo el mundo. Y es allí donde la luz nunca alumbra.
Los campesinos de México y Estados Unidos tienen un problema en común. El gobierno de Washington mantenía un precio de garantía para el mercado doméstico mediante un programa de créditos. En 1996 puso fin a este modelo y ahora los precios pueden caer hasta el nivel que las empresas agrícolas estén dispuestas a pagar. En vez de tasas de crédito, el gobierno estadunidense recurre ahora al pago de ingresos suplementarios como forma de subsidiar la agricultura. El precio doméstico estadunidense de los principales productos como trigo, maíz, algodón, arroz y soya, siempre ha afectado los precios mundiales en vista del enorme volumen de las exportaciones de ese país. Al permitir la liberación de precios, Washington deja a los productores de todas partes a merced de unas cuantas trasnacionales dominantes, que son las que fijan los precios.
Cuando uno se pregunta: Ƒcómo pueden producir a costo tan bajo?, la respuesta es: no pueden. Un análisis del Instituto de Políticas de Agricultura y Comercio descubrió que producir maíz en 2001 costó en promedio al campesino estadunidense 3.41 dólares por búshel (medida inglesa de capacidad equivalente a 35.239 litros). Esta cifra no incluye ganancia, aunque sí un costo conservador de transporte y manejo de 54 centavos de dólar por búshel. Ese año, el maíz se vendió en ese país a unos 2.10 dólares por búshel y en el mercado internacional a 2.28 por búshel. El margen de dumping -la diferencia entre los costos de producción y el precio final de exportación- era de 25 por ciento en 2001, ligeramente abajo del 31 por ciento prevaleciente en los dos años anteriores.
Cuando se dice a los campesinos que deben producir maíz barato para exportación, uno se pregunta: Ƒquién exporta el grano? Los granjeros no lo exportan; los países, en general, tampoco. Según investigaciones de la Universidad de Missouri, 82 por ciento de las exportaciones estadunidenses de maíz son hechas por Cargill, Archer Daniels Midland y Zen Noh (firma japonesa que participa con un porcentaje relativamente pequeño). Estas mismas compañías dominan el mercado global del maíz.
Para asegurar un suministro fluido y abundante de productos agrícolas baratos, se pagan miles de millones de dólares de los programas alimentarios y agrícolas de apoyo social a los campesinos. Los mayores beneficios de estos programas van a las altamente concentradas agroempresas, que pueden comprar los cultivos a precios bajos y logran exportarlos vendiendo más barato que los productores de otros países. Y se supone que los productores mexicanos, al igual que los de todo el mundo en desarrollo, deben competir con semejantes gigantes globales.
Pensemos en los maiceros mexicanos. El TLCAN requiere que México incremente considerablemente sus importaciones de maíz estadunidense. Aunque su valor nutricional es inferior, el maíz amarillo que en el país del norte se cultiva para la alimentación de animales se vende a precios más bajos que el maíz blanco que tradicionalmente se cultiva en México para hacer tortillas. De hecho, ese maíz importado se vende en México a precios 30 por ciento inferiores de los verdaderos costos de producción.
Los productores mexicanos han visto derrumbarse los precios de sus cosechas. Este sector de la agricultura, que constituye el medio de vida de millones de mexicanos y que está profundamente arraigado en la cultura de la nación se encuentra en estado de colapso económico. El flujo continuo de migrantes del México rural a Estados Unidos es apenas uno de los síntomas de este desastre. Irónicamente, los maiceros de Estados Unidos también han estado recibiendo precios extremadamente bajos por su producto, lo cual ha llevado a muchos a la bancarrota junto con sus colegas del otro lado de la frontera.
Estados Unidos lleva la voz cantante en justificar las leyes de compensación comercial, como los derechos para elevar el precio de importaciones que, según las empresas estadunidenses, entran a precio de dumping. En cambio, no extiende esa vigilancia a la agricultura. Ni las importaciones ni las exportaciones de productos agrícolas en Estados Unidos atraen la misma atención. Ese país es la fuente principal de productos agrícolas de precio artificialmente bajo en los mercados internacionales. Al suscribir la ficción de que los precios mundiales son, en alguna forma, los apropiados para cualquier mercado, Estados Unidos también se vuelve víctima de esa política al permitir importaciones -a menudo de los mismos productos que exporta- a precios de dumping. Ganado, soya y muchos productos cruzan la frontera en ambos sentidos, todos a precios por debajo de los costos de producción.
El TLCAN y la OMC conceden a los países el derecho de investigar allí donde juzguen que los precios de las importaciones son injustos y, si pueden detectar "daño material" a sus productores nacionales, imponer aranceles antidumping para reducir el daño. Estas reglas se aplican porque de otro modo los productores domésticos irían a la quiebra.
Puesto que J. B. Penn, subsecretario de Agricultura estadunidense, sugiere que Estados Unidos podría tomar represalias si México adopta medidas para proteger a sus productores mediante aranceles o subsidios, parece justo que el presidente Vicente Fox ponga sobre la mesa el tema del dumping a las exportaciones. Tanto el TLCAN como el acuerdo de la OMC contienen normas que pueden aplicarse para enfrentar a las agroempresas globales. En vez de seguir quejándose de los subsidios a los granjeros y campesinos, como enfermos peleando por las medicinas, necesitamos arrojar luz sobre aquellas prácticas comerciales que destruyen a granjeros y campesinos a ambos lados de la frontera.
* Mark Ritchie es fundador y presidente del Institute for Agriculture and Trade Policy, en Minneapolis, centro de investigación que durante los pasados 16 años ha jugado un papel clave en el movimiento contra la globalización corporativa.
Traducción: Jorge Anaya