DESFILADERO
Jaime Avilés
El otoño luminoso que se va
La izquierda mexicana tiene todo para ganar las legislativas
de 2003 si supera su bronca interna
LAS MANOS AMARILLAS. A lo largo del otoño
que morirá dentro de ocho días, la izquierda mexicana logró
un cúmulo de avances que vale la pena destacar, sin euforia ni triunfalismo,
para entender con claridad los retos del invierno que tenemos encima.
Uno. Encabezada por el Sindicato Mexicano de Electricistas,
la movilización popular frenó la privatización de
la industria eléctrica propuesta al Congreso por el presidente Vicente
Fox... al menos por este año. La batalla decisiva para el resto
del sexenio se dará en los comicios de julio, cuando se defina la
nueva composición de la Cámara de Diputados.
Dos. En el contexto de la Consulta Nacional sobre Prioridades,
el PRD forjó una muy importante alianza con casi 600 organizaciones
sociales vinculadas a los más graves problemas del país,
de la cual surgió un diagnóstico profundo sobre la crisis
del campo y una serie de propuestas de acción para el futuro que
la derecha no ha sido capaz de rebatir.
Tres. Con un programa en favor de los más pobres
y los más débiles, Andrés Manuel López Obrador
-identificado por grandes capas de la población como un hombre de
izquierda- se convirtió en el gobernante local más popular
del país.
Cuatro. Los nuevos frentes sindicales, que surgieron en
los últimos años tras la debacle de las estructuras corporativas
del PRI, se unificaron sólidamente para rechazar la reforma laboral
diseñada por el secretario del Trabajo, Carlos Abascal Carranza,
que pretende anular las pocas conquistas del movimiento obrero aún
vigentes en la Constitución.
Este es, a grandes rasgos, el saldo positivo del otoño
luminoso que a mediados de septiembre anterior esta página saludó
con optimismo, augurando la sana reacción del pueblo -es decir,
de usted- ante el derrumbe de las falsas expectativas generadas, dos años
atrás, por Fox y la derecha panista.
No hay motivos para colgar, como pedía Rimbaud,
"guirnaldas de balcón, de campanario a campanario (y) de estrella
a estrella", en señal de fiesta, pero lo mucho que se ha obtenido,
siendo aún tan poco, tan pequeño, tan evaporable, debe al
menos animarnos a salir con abrigo y bufanda y contemplar las hojas muertas
de los árboles, recordando con Neruda que éstas no son sino
"las manos amarillas del otoño", antes de preguntarnos, bueno, y
ahora qué sigue...
El factor Cuauhtémoc Cárdenas
Seamos
obvios: si el pueblo de México se equivoca en las elecciones del
año venidero y vuelve a dar su apoyo mayoritario a los candidatos
de la derecha panista y priísta, que han demostrado con creces que
son lo mismo aunque no sean iguales, la privatización de la industria
eléctrica será inevitable. Claro, todavía podremos
contar con el muro de contención que a tal efecto han levantado
los senadores priístas acaudillados por Manuel Bartlett, pero tendríamos
que estar locos si confiáramos en gente así.
Por lo tanto, la izquierda está obligada a conquistar
el Poder Legislativo y para ello, nos guste o no -y bien sabemos que no
nos gusta-, sólo dispone de un instrumento que se llama PRD. Este
partido, en verdad, es una madriguera de camarillas corruptas e impostoras,
que han lucrado para su propio beneficio con la fuerza popular que desató
en 1988 la rebelión pacífica de Cuauhtémoc Cárdenas.
Pero allí no termina la descripción objetiva del PRD.
En esa organización hay también, y abundan
hasta formar una amplia mayoría sometida y secuestrada por buena
parte de sus "dirigentes", personas honestas, valientes, críticas,
con espíritu de sacrificio y de combate, que ven a su partido con
la misma decepción que usted, pero no lo abandonan porque no tienen
para dónde hacerse y confían en que tarde o temprano cambiarán
las cosas.
Esa es la izquierda, pero no toda la izquierda. La otra
está en el movimiento social, en los sindicatos, en las organizaciones
no gubernamentales, en la Iglesia, en el campo, en las universidades, en
las oficinas, y desde esas trincheras construye y trabaja, y sobre todo,
entiende que las elecciones del año entrante son cruciales por más
de una razón.
Para imponerse como fuerza dominante, con el voto mayoritario
de la población, el PRD está obligado a abrir sus puertas
a esa otra izquierda, pero la gran dificultad que en este aspecto enfrenta
el equipo que preside Rosario Robles estriba en la resistencia que opondrán
los sectores corruptos del partido, alucinados con la idea extralógica
de que ellos solitos, con sus clientes cautivos, podrán quedarse
con todo el pastel.
Mentira: si los sectores corruptos del PRD impiden que
el partido se vincule mediante una alianza electoral con los actores fundamentales
del movimiento social que está luchando en la calle, la gente, empezando
por usted, les dará la espalda, y en previsible consecuencia, ese
partido afrontará el altísimo riesgo de perder su registro
como entidad de interés público en los términos que
al respecto señala la ley.
Para seguir siendo un partido político nacional,
legalmente reconocido bajo tales características, el PRD necesita
captar, por lo menos, 2 por ciento de los votos de todo el país.
¿Usted cree que esto será posible si en las listas de candidatos
predominan los representantes de los amalios y de los chuchos?
En días recientes trascendió que, para resolver
este dificilísimo problema, Rosario Robles está pensando
en invitar al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas a que se presente
como candidato a diputado federal y funja como coordinador parlamentario
del grupo legislativo que resulte. No es una idea peregrina. Cárdenas
podría ser el fiel de la balanza en la predecible disputa entre
las corrientes corruptas que reclamarán todo para sí, y las
fuerzas externas que merecen figurar en las listas a tantos iguales, mita
y mita, como se dice.
Sin embargo, de acuerdo con una investigación de
esta columna, el ex jefe de Gobierno de la ciudad de México no está
contemplando esa propuesta. Según sus allegados, considera que su
partido goza ya de la madurez suficiente para superar estos escollos sin
tropiezos y colocarse a la altura de las expectativas populares. En lo
personal está más interesado en aceptar la invitación
de una universidad extranjera para dictar una cátedra entre los
meses de marzo y de junio. Y eso es todo: no se sabe nada más.
¡Viva "caballeros y damas!"
Vestido con una gorra de tractorista pero colocada al
revés, como las usan los jóvenes raperos, el poeta Lawrence
Ferlinghetti acudió la noche del jueves anterior al cabaret Bombay,
en Garibaldi, y escoltado por Juan José Gurrola, Carlos Martínez
Rentería, Jorge García Robles y Benjamín Anaya, pronunció
una oración que sintetiza la esencia ética y estética
de la poesía beat.
Después de escuchar la intervención de Gurrola,
que tomó el microfóno para cantar una tonadilla en chunga,
pronunció un discurso aún más divertido y leyó
un poema acerca de un Johnny Walker mexicano que camina sobre la malla
metálica de la frontera estadunidense. Nuestro zoon-teatrikón
por excelencia cedió la palabra a ese acucioso investigador de las
marginalidades y espléndido narrador minimalista que es García
Robles, quien deleitó a la parroquia de borrachos nostálgicos
al brindarnos una precisa descripción del movimiento beat
y de la poesía de Ferlinghetti, sin olvidar que, hace medio siglo,
allí, en la triste y sórdida -y por ello encantadora y entrañable-
atmósfera del Bombay, otro gigante de la literatura gabacha
como Jack Kerouac se encontraba bebiendo hasta perderse.
Intacto a sus 83 años, enorme, fortísimo,
con unos ojos que brillaban de tan vivos y redondos en la oscuridad, Ferlinghetti
garabateaba sobre una página de la revista Regeneración,
como si tomara apuntes, cuando en realidad estaba escribiendo un poema
que en breve iba a leer. Pero de pronto sonrió, atónito,
maravillado, al ver al fotógrafo Héctor García, con
su flamante Premio Nacional de Artes y sus 79 años de edad a cuestas,
arrastrándose por el piso con su camarita sin flash, buscando
encuadres insólitos.
Así que el viejo nacido en Brooklyn invitó
al artista oriundo del callejón del Organo a sumarse a la mesa y
hablar. Sobrio a diferencia de sus compañeros, Héctor hizo
un elogio del Bombay y gritó: "¡Viva el alcohol que nos hace
inmortales!". Por último, sacerdote oficiante de la poesía,
esa religión proscrita por la estupidez universal, Ferlinghetti
subió al escenario y rezó en español: "¡Viva
el salón Bombay! ¡Viva Pablo Neruda! ¡Viva Nicanor Parra!
¡Viva Víctor Jara! ¡Viva Nicolás Guillén!
¡Viva Zapata! ¡Vivan los zapatistas! ¡Viva Walt Whitman!
¡Viva Fernando Pessoa! ¡Viva Octavio Paz! ¡Viva la América
libre! ¡Viva caballeros y damas!". Con lo cual demostró que
si el socialismo era la suma de los soviets más la electricidad,
la estética beat es la mezcla de todo lo hermoso que hay
en la vida más la mierda, o al menos así entendió
esta columna ese último verso de su oración que aludió
al letrero, en letras de gas neón, colocado sobre las puertas de
los baños.