Jorge Legorreta
No al McDonald's en Oaxaca, Ƒqué sigue?
Los centros históricos de nuestras ciudades se hayan sometidos a un fuerte deterioro de su identidad social y urbanística basada en una triple transformación. Una, de carácter morfológico, expresada en el cambio o la sustitución física de las construcciones, no sólo de las sustituciones del patrimonio llamado cultural, sino del más amplio, del patrimonio popular que no se encuentra catalogado ni protegido por la legislación gubernamental, como las casas, vecindades, pequeños comercios de objetos, alimentos y diversiones, etcétera.
Dos, el funcional, que implica la sustitución de funciones, actividades y usos de los espacios, sin que esto signifique necesariamente cambio físico alguno; este tipo de transformación es comúnmente denominada terciarización, o sea, la predominancia de los servicios, de las finanzas y del comercio, principalmente de carácter monopólico. Y tres, el social, relacionado con la paulatina expulsión de la población residente, principalmente los habitantes de menores ingresos o bien aquélla que labora en actividades artesanales y manufactureras de carácter tradicional; la expulsión de este tipo de población, es decir, de los usuarios que han creado históricamente la llamada plusvalía o valorización de las áreas centrales, es el resultado diríamos cuasi natural de las dos primeras transformaciones; y es en cierta forma, una fácil manera de incentivarlos.
La defensa de la identidad urbana de los centros históricos no vasta con la defensa meramente monumental de sus edificios; también hay que defender el carácter de sus actividades y garantizar que sus actores, los que se dedican a cualquier actividad económica legalizada, no abandonen y sean excluidos de los actuales procesos de terciarización. Se trata de una defensa para redistribuir la riqueza; de no seguir ensanchando la brecha entre los que más tienen y los que poco a poco menos tienen; se trata de una defensa de lo nacional contra los monopolios. Esa fue la lucha y en el fondo el debate que se libró aquí, en Oaxaca, a propósito de la pretendida ubicación de un McDonald's en el centro de la ciudad.
En cualquier parte del mundo, los sitios tradicionales de comida cercanos o aledaños adonde se abre un McDonald's simplemente desaparecen; sí, desaparecen por una sencilla razón: no pueden competir con las ventajas monopólicas de difusión de sus productos por medio de los más potentes medios de comunicación; no pueden competir con las ventajas tecnológicas para importar sus materias primas y elaborar de manera más eficiente sus productos; no pueden competir con sus modernas políticas de capacitación y las ventajas obtenidas por el empleo de mano de obra juvenil. Es decir, la economía local de simple negocio tradicional para el consumo de alimentos se afecta y, con el tiempo, desaparece. No es que los consorcios extranjeros sean afectos a los actos de magia, sino que ello sucede por la carencia de políticas y programas nacionales para proteger la economía nacional.
La postura no es en contra de la inversión foránea, ni contra el desarrollo, ni contra las hamburguesas made in USA, sino en contra de que la elaboración y el consumo de éstas afecten los changarritos, las fonditas, los mercaditos, los maravillosos y disfrutables rinconcitos donde se consume la comida tradicional, ésa que atrae a miles de muy lejos, incluyendo otros lugares del planeta. No demos paso a destruir lo que no existe en ninguna parte del mundo para construir lo común que me encuentro en cualquier parte del mundo.
Hay que imponer reglas claras a la inversión de los consorcios. La norma a cumplir es que se pongan donde están sus iguales. Estas ansiadas hamburguesas deberían ubicarse en aquellas nuevas plazas y espacios comerciales donde se localizan esos negocios nacionales y extranjeros que tienen las mismas ventajas de localización: pónganse con sus iguales. Aquí en Oaxaca y en todas las ciudades del país hay mucho de dónde escoger.
Modernizar, actualizar, renovar todas las actividades económicas y culturales tradicionales que existen en los centros históricos, sí, pero hay que protegerlas con un conjunto de incentivos y ventajas de localización, así como se hace con las actividades comerciales de los grandes consorcios. Por ejemplo, en nada perjudica los propósitos comerciales de los grandes supermercados nacionales y extranjeros que empiezan a proliferar por doquier, que en sus tiendas o en una parte de sus extensos estacionamientos se vendan productos artesanales de nuestros indígenas. Sólo es cuestión de una clara y transparente negociación, pero se requiere el apoyo, el respaldo y la presión de nuestros legisladores y autoridades estatales. Para el caso de centro histórico, sería conveniente determinar, dentro del área central, un perímetro especial donde se resguarde la identidad urbana y arquitectónica, limitando no sólo la ubicación de consorcios de alimentos o de otros productos incluyendo sus anuncios, a veces desproporcionados para una ciudad tradicional como Oaxaca.
A las grandes corporaciones comerciales se les debe permitir rentabilidades lícitas, pero a cambio de beneficios sociales para la comunidad. Por cada McDonald's o cualquier otro consorcio de alimentos, una biblioteca para nuestros niños; por cada McDonald's, un baño público, un transporte público (en Florencia existe el uso de adecuados microbuses eléctricos para los centros históricos, muy adecuados para Oaxaca), o bien un parque público con juegos infantiles importados; que los consorcios no vengan a dañar la economía local. El patrimonio cultural no es un asunto de mercadotecnia; igual gana-rían en otro lado de la ciudad, es un asunto de respeto a las identidades de la nación. Aquí esta otra tarea para nuestros legisladores y autoridades locales.
Otro aspecto es aprovechar su notable influencia cultural en nuestra población infantil. Solicitemos a los estrategas de McDonald's u otro consorcio (es seguro que vendrán más), con todo respeto para nuestra historia, que sus promociones de héroes galácticos y juguetes de la globalidad de Disney, Ronalds y otros personajes, sean acompañados de nuestros propios héroes y valores nacionales. En cada cajita feliz, también la historia y los personajes de nuestra vida nacional, pinturas y demás valores culturales y artísticos de nuestra nación. šSeñores: estamos en México!
Nuestros centros históricos, como otros majestuosos centros del mundo, deben limitar el acceso a los automóviles particulares, objetos necesarios, pero destructores de las trazas urbanísticas centrales; más gente, más actividad económica y menos autos a los centros históricos, demos paso al transporte colectivo, de carga y descarga y de servicios y emergencias, pero ni un solo auto particular al Centro Histórico de Oaxaca.
Los cambios paulatinos de uso del suelo y actividades comerciales en los centros forman parte, sin duda, de procesos históricos. Pero no por ello deben afectar su identidad urbanística; garantizarlo es precisamente una de las funciones de los autoridades municipales, por ser éstas el ámbito gubernamental más directo de los ciudadanos. En el marco de la legislación federal y estatal, corresponde a los municipios elaborar las reglas específicas sobre la localización de las actividades económicas en la ciudad.
No permitamos que salgan y se diluyan las tradiciones de nuestros pueblos indígenas de los centros históricos; que se agoten poco a poco los espacios donde habitan y comercian parte de nuestra cultura, incluyendo la cocina; pareciera que no son suficientes cinco siglos de excluir a los otros de las trazas españolas. Esta exclusión podría ocurrir posiblemente en ciudades predominantemente mestizas, pero no en urbes y territorios donde 80 por ciento de su población es indígena. Oaxaca no es Tijuana, Houston o Dallas, y tampoco quiere parecerse a ellas.
Texto escrito para un foro por la defensa del Centro Histórico de Oaxaca, al que fue invitado el autor por Francisco Toledo