MAR DE HISTORIAS
Madame Pompadour
CRISTINA PACHECO
El 7 de diciembre recibí la llamada de Marta Reyes. Intercambiamos las habituales frases de cortesía y me dijo lo que todas sabemos: "La reunión será en casa de Minerva Herrera. No faltes". Una hora más tarde sonó otra vez el teléfono. Era Minerva. Precisó la hora de la cita y me preguntó si recordaba quién había guardado la pierna izquierda. "No. Yo sólo tengo la mano y el abanico". Mi amiga se rió: "Ya lo sé: recuerdo muy bien que tú los hiciste". Para motivarme, subrayó: "Sería terrible que nos faltara una parte".
Hice memoria pero fue inútil. Le aconsejé comunicarse con Oralia Márquez: ella había levantado el inventario la noche en que descuartizamos a Madame Pompadour. Minerva prometió seguir mi consejo y colgó. Me quedé cerca del teléfono, en espera de que me llamaran, como lo hacen cada año, Daniela, Rocío y Lidia. Eran casi las doce de la noche cuando nos despedimos. A esa hora fui a buscar la caja donde tenía guardados mis tesoros secretos: la mano y el abanico de Madame Pompadour.
Yo era niña cuando me enteré de su existencia en un libro. Aprendí su nombre verdadero -Antoinette Poisson- y que había sido favorita de Luis XV. Esa circunstancia no la privilegió ante la muerte. Su existencia fue muy breve: 43 años; en cambio, nuestra Madame Pompadour cumpliría los 45 en el momento en que volviéramos a reunirnos las ex alumnas del internado Cordero de Dios.
II
Desde 1957, año en que Minerva me encomendó la custodia de la mano y el abanico de Madame Pompadour, las reliquias han tenido varios escondites: primero mi maleta y luego, en sucesivas épocas, una caja de cartón, una petaquilla, el fondo del ropero, un rinconcito en el cuarto de servicio... Puede decirse que sólo a partir de 1987, cuando me mudé a esta casa, mi tesoro está protegido dentro del estuche que guardo en el entrepaño más alto del clóset. Nadie más conoce su ubicación, pero sólo me siento tranquila cuando palpo mi estuche hundido entre sábanas y fundas.
Me emociono y alzo la tapa. Ver la mano rosada con las uñas teñidas de rojo intenso me alegra tanto como mirar el abanico azul con chispitas brillantes. Ambas cosas lucen mucho más cuando entre todas las ex alumnas del internado reconstruimos a nuestra Madame Pompadour.
III
Nació en diciembre de 1957. Habíamos concluido el sexto año. Se acercaba el momento de reintegrarnos a nuestras familias. Después de los exámenes y antes de la separación, pasamos dos semanas maravillosas. Nuestras únicas obligaciones eran respetar los horarios de comidas y aprestarnos para el concurso de piñatas. En el certamen anual, reservado sólo a las futuras ex alumnas, los contrincantes eran los niños del mismo nivel que asistían al internado del Divino Pastor.
Por su edad le correspondió a Minerva ser la jefa de nuestro grupo. Su encomienda era difícil: lograr que realizáramos una piñata lo suficientemente bella y original como para arrebatar a nuestros adversarios -a quienes apodábamos los sucios- el trofeo que tenían en su poder desde 1954.
Avidas de inspiración íbamos a los mercados para mirar las piñatas. Todas eran graciosas pero iguales: estrellas de siete picos. Daniela sugirió que confeccionáramos una con doce: "Los sucios nunca han hecho algo así". Marta se burló: "No, pero qué tal un barco, un camioncito, un candil".
Tuve una ocurrencia: "ƑY por qué no hacemos una piñata con forma de mujer? Eso a los sucios jamás se les ocurrirá". Regresamos al internado y fuimos directo a la biblioteca. En el libro París en el siglo XVIII vi un grabado en el que aparecía una dama con el vestido fastuoso y un abanico de plumas en la mano enjoyada. Leí el pie: "Madame Pompadour (1721-1764). Su nombre verdadero: Antoinette Poisson. Fue favorita de Luis XV". Esa explicación aumentó mi entusiasmo por tomar como modelo a tan ilustre señora. Mis compañeras estuvieron de acuerdo.
La gracia del concurso radicaba también en que los participantes mantuvieran en secreto sus planes. Cuando alguna compañera de grado inferior nos preguntaba qué forma tendría nuestra piñata nos limitábamos a decirle: "Espérate: ya verás", y luego corríamos al garaje convertido en taller para seguir trabajando en secreto.
La primera mañana que acudimos allí, Minerva distribuyó las tareas: "Yo haré la cabeza, Marta la peluca, Oralia el cuerpo, Daniela los brazos, Lidia la pierna izquierda y Rocío la otra. Al final me dijo: "Tú harás la mano derecha y el abanico".
La piñata debía estar lista para la primera posada, noche en que recibíamos a nuestros contrincantes. Después de la procesión realizábamos el concurso de piñatas. La premiada corría el mismo fin que las otras, pero con una diferencia: de su interior no sólo caían silbatos y serpentinas sino fruta, dulces y juguetes.
IV
El 15 de diciembre terminamos la piñata. Exhaustas, maravilladas, nos sentamos a contemplar a nuestra Madame Pompadour. De vez en cuando alguna interrumpía el silencio: "Qué linda quedó la peluca", "las uñas se le ven preciosas", "el vestido parece de verdad". Yo estaba orgullosísima de mi abanico y cuando Minerva lo alabó me puse a llorar. Mis compañeras me rodearon y confesé el motivo de mi desánimo: "Tanto trabajo špara nada! Mañana a estas horas la Pompadour estará hecha pedazos y enseguida el abanico y todo lo demás acabará en la basura".
Oí suspiros. Oralia criticó mi debilidad: "Ay, niña, no seas mensa: las piñatas son para romperlas. Además, acuérdense de que lo importante es que ganemos". La idea de someter a madame Pompadour al brutal sacrificio sólo para imponernos a los sucios despertó en todas el interés por salvarla. Oralia volvió a intervenir: "Si no tenemos piñata no concursamos". La rebatí: "ƑPor qué no? Podemos hacer otra". Marta propuso: "Sí, una de picos". Daniela se quejó: "Con eso nos ganarán los sucios". Minerva terminó la discusión: "A mí no me importaría, con tal de salvar a la Pompadour". Todas aplaudimos.
En medio de nuestra dicha surgió otro dilema: Ƒcómo salvar la vida a nuestra Madame? Minerva nos ofreció una solución: "Descuartizándola. Que cada quien tome la parte que hizo y que la guarde". Protesté: "Si vamos a hacerla pedazos, pues mejor entramos en el concurso. Así al menos comeremos fruta y dulces". Minerva se me quedó mirando: "No has entendido. Mira: vivimos en la ciudad. Podemos juntarnos una vez cada año y reconstruir entre todas a esta linda madame". Oralia dijo escéptica: "Lo haremos una o dos veces, luego se nos olvidará". Minerva se mostró irreductible: "Te equivocas. Todas queremos a la Pompadour. Creo que si alguna falta a las reuniones será porque se fue de México o murió. Por lo pronto ofrezco mi casa, esté donde esté, para que nos reunamos cada 15 de diciembre".
Para evitar el planteamiento de otros obstáculos, Minerva nos pidió que formáramos un círculo en derredor de la hermosa cortesana y nos arrancó el juramento de que acudiríamos a las reuniones anuales con las secciones de la Pompadour que ella iba a poner bajo nuestra custodia. Le ordenó a Oralia levantar el inventario. Concluida esa parte de la ceremonia iniciamos otra muy dolorosa: el descuartizamiento de nuestra Madame Pompadour.
Pasamos el resto de la noche confeccionando otra piñata.
El 16 de diciembre, al presentarla a concurso, afrontamos la decepción de nuestras compañeras y las burlas de los sucios. A pesar de que ellos ganaron el certamen, sé que mis amigas y yo compartíamos una secreta sensación de triunfo.
Poco después salimos del internado. Cada una llevaba en su equipaje un trozo de Madame Pompadour y parte de un secreto que nos mantiene unidas desde entonces. Tal como lo planteamos, cada 15 de diciembre nos reunimos para reconstruir nuestra obra. El cartón se ha resquebrajado, el papel tiene menos color: Madame Pompadour ha envejecido. Nosotras también.