José Antonio Rojas Nieto
Advertencia petrolera, advertencia fiscal
Una simple cuenta. Entre 1965 y este año 2002, la demanda mundial de crudo ha crecido a una tasa media anual de 2.5 por ciento como resultado de crecimientos de 4.2 por ciento entre 1965 y 1981, el año del mayor precio histórico reciente del crudo, 73 dólares actuales para el Wex Texas Intermediate, y de 1.2 por ciento, entre 1981 y este mismo 2002. Hay que notar que en 1965 los bloques de América del Norte y de Europa concentraban 69 por ciento del consumo mundial de petróleo; hoy sólo 52 por ciento, lo que obliga a pensar en un ritmo de consumo cada vez menor para estos grandes tragones de petróleo.
Se trata de un cambio muy drástico; expresa una modificación radical de los requerimientos de energía por unidad de producto y por habitante. La severa elevación de precios de 1973 a 1981 impulsó cambios similarmente severos en los requerimientos de energía.
Así, entre los cinco y 10 años posteriores al boom de precios del petróleo (1986 a 1991) se descubre una evolución descendente más acelerada de los índices de intensidad energética de los países desarrollados de estos dos bloques de grandes consumidores, aunque también y de manera acaso más radical en Japón, siempre con su debilidad energética crónica.
Cabe notar que en 1981 la relación entre las reservas y la producción de crudo en el mundo era de 32 años y hoy, por curioso que parezca, es un poco mayor (37 años) por la incorporación creciente del potencial de los países del Pérsico. Pero ese no es nuestro caso. Una estimación prudente de esa relación para el México de 1981 sería de poco más de 30 años, y para este 2002 de apenas 20 años.
En este contexto hay que comprender la advertencia formulada en el estudio Mexico Energy Outlook preparado por la Agencia Internacional de Energía (AIE) y reseñado este martes en La Jornada por Víctor Cardoso e Israel Rodríguez. Si, efectivamente, en los próximos años no sólo la demanda nacional de crudo evolucionara a una tasa media anual de 2 por ciento (de 1981 a 2002 ha crecido a 1.6 por ciento) sino que, incluso, se continuara con un ritmo de exportaciones similar al actual y, asimismo, gracias a la incorporación de nuevas reservas no se recuperaran los volúmenes consumidos, si todo eso pasara, en menos de 20 años tendríamos que importar crudo.
Si por el contrario, suspendiéramos las exportaciones de crudo y todas las demás condiciones se cumplieran, tendríamos petróleo hasta cerca de 2030. No más. Pero hay que ser claros. Hoy sería suicida suspender exportaciones.
Se trata, ante todo, de un agudo problemas fiscal más que de un asunto de balanza comercial. Ahora bien, como señala el subsecretario Francisco Barnés de Castro también en el reportaje de este martes en La Jornada, no es necesariamente cierto que se puedan proyectar simplistamente las tendencias recientes, no sólo en cuanto al consumo interno sino en lo referente a los ritmos de producción y exportaciones. Y, sin embargo, el estudio de la Agencia Internacional de Energía formula una correcta llamada de atención en cuanto a la triste evolución futura que podemos experimentar si no hay una significativa modificación de las tendencias recientes, entre las cuales la más delicada es, sin duda, la del ritmo decreciente de nuestras reservas petroleras y -añado- la de la exacción fiscal crónica de la renta petrolera.
Según informes presentados en La Jornada este mismo sábado, así parecen ratificarlo los gerentes de Reservas de Hidrocarburos, Vinicio Suro-Pérez, y de Planeación Operativa, José Aurelio Loyo Fernández, de la Subdirección de Planeación de Pemex Exploración y Producción (PEP), para quienes la posibilidad de incorporar más reservas a nuestro acervo actual depende, en lo fundamental, de la ampliación de las inversiones en exploración recuperación, mejora y mantenimiento de pozos, así como en la exploración de nuevos yacimientos de crudo y de gas natural.
Pero -aquí lo más delicado del asunto- hace falta mencionar lo que ya hoy es un secreto a voces: para bien y para mal, nuestro futuro energético está ineludiblemente vinculado a nuestro presente y nuestro futuro fiscal.
Así lo demuestra un hecho muy simple aunque muy doloroso y dramático. Si a los ingresos gubernamentales descontamos los ingresos petroleros (derechos de hidrocarburos (renta petrolera); impuesto especial sobre producción y servicios (IEPS); e impuesto al valor agregado (IVA neto), la participación de esos ingresos tributarios en el producto nacional ronda el 10 por ciento. Casi 35 mil millones de dólares en el año 2001 y volúmenes similares para este difícil 2002 y, seguramente, el también difícil 2003, son señal evidente de la terrible regresión fiscal que vivimos en México y que, evidentemente, es una de las causas primordiales ya no sólo del deterioro financiero y productivo de Petróleos Mexicanos, sino del deterioro financiero del sector público.
Esta incuestionable realidad -por lo demás bien caracterizada por Carlos Marichal este sábado en La Jornada- se ha constituido ya como excelente coartada para un gobierno que torpemente plantea la apertura de nuestro sector energético a un capital privado nacional y extranjero que se muere, sí, literalmente se muere por tener una participación mayor en la renta petrolera y -qué duda cabe- en la renta eléctrica, que son -también qué duda cabe- núcleo básico de la fortaleza económica de la nación.
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