Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 1 de diciembre de 2002
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MAR DE HISTORIAS

Regalo de viaje

CRISTINA PACHECO

La habitación que comparten Rosario y Margarita es pequeña. En el extremo oriente una litera y un sillón forman ángulo. El resto de los muebles desiguales multiplican sus funciones: el gabinete blanco soporta el modular; en el tocador se almacenan cosméticos, medicinas, paquetes de comida instantánea y un televisor encendido. La única silla pierde su forma bajo alteros de ropa y en sillón próximo a la puerta se apilan revistas de espectáculos y boletines del supermercado. En el piso hay etiquetas y un mazo de rafia.

Rosario y Margarita se dividen los gastos y las responsabilidades domésticas. Tienen horarios de trabajo distintos. Entre semana se ven poco. Los sábados por la noche acuden a la lavandería, los domingos hacen las compras y asisten al Chipotle. Mientras comen burritos confiesan su añoranza por la auténtica comida mexicana.

I

Rosario ocupa la parte baja de la litera. En la mano izquierda tiene un espejo y con la derecha acciona las pinzas depiladoras. Margarita mete en una gran caja las secciones de un árbol navideño desarmable. Cuando termina y ve los envoltorios que aún debe empacar, se alarma:

MARGARITA: šCuánta porquería! Se me hace que voy a traerme otra caja, porque en ésta no cabrá todo. (Ante el silencio de su amiga). Pero ni hablar: quiero llevarles a mis sobrinos aunque sea una cosa chiquita para que vean que me acordé de ellos.

ROSARIO: Ustedes son muchos, Ƒverdad? (Se frota la ceja enrojecida).

MARGARITA: Sí. Cuatro hermanos con sus esposas y nueve sobrinos, aparte mi abuelita y mis papás.

ROSARIO: (Abandona el espejo). Ha de ser bonito tener una familia tan grande. Yo fui sola.

MARGARITA: Y de seguro bien consentida.

ROSARIO: (Deja caer las pinzas). Sí, sobre todo por mi papá. (Melancólica). La primera vez que vino a Estados Unidos, me enfermé de tristeza.

Margarita mete la mano en una bolsa, extrae una caja de colores, saca el osito que contiene y después arroja el empaque.

ROSARIO: (Extrañada). ƑQué haces?

MARGARITA: Las envolturas de los juguetes ocupan mucho espacio. Se las voy a quitar.

ROSARIO: Sí, mejor

MARGARITA: Los chamacos ni se fijan. Ellos lo que quieren es su juguete. (Advierte la sonrisa lejana de su amiga). ƑDije algo chistoso?

ROSARIO: No, pero hiciste que me acordara de una cosa.

Margarita acciona la cuerda del osezno y ríe al escuchar la voz que emite: Me llamo Teddy. Me gusta la miel.

MARGARITA: Si de chica me hubieran regalado algo así, creo que me habría vuelto loca de felicidad. (La cuerda se agota). Ojalá que Sharon no vaya a descomponerla enseguida.

ROSARIO: ƑSharon?

MARGARITA: La menor de mis sobrinas. (Acuna el oso). Cuando me vine para acá era una pildorita y ya cumplió seis años, Ƒte imaginas? A ver si me reconoce.

ROSARIO: (Se tiende bocabajo en la litera). Yo tenía esa edad cuando mi papá vino a trabajar en Chicago.

MARGARITA: ƑCuánto tiempo estuvo acá?

ROSARIO: Menos de dos años. Nada más nos hablaba por teléfono cuando conseguía chamba (Suspira). Rara vez nos mandó dinero. Según él, estaba ahorrando para cumplirle a mi mamá su sueño: abrir un estanquillo.

MARGARITA: (Con el osito entre las manos se acerca a su amiga). ƑY con qué se mantenían ustedes?

ROSARIO: Mi madre lavó ajeno un tiempo, luego trabajó en una carnicería y también en un taller donde se forraban piñatas. Era mi encanto acompañarla, porque allí jugaba con los sobrantes de papel de China. (Se hinca y salta de la litera). Una vez que tenía mucha hambre, me tomé el engrudo creyendo que era atole de maizena. Todo el mundo se rió, pero mi mamacita se echó a llorar. Y es que estábamos bien amoladas.

MARGARITA: ƑY no se lo decía a tu papá?

ROSARIO: No, nunca. Ella no deseaba que él distrajera ni un centavo de sus ahorros, porque así más pronto abrirían su estanquillo. (Se apodera del osito y le acaricia las orejas). Poco antes de volver a México, mi papá nos llamó por teléfono. Le pregunté qué iba a traerme. Dijo: ''ƑQué te gustaría?'' No supe qué contestarle. Mi mamá se acercó para aconsejarme: ''Dile que el mejor regalo es que pasara la Navidad con nosotros''. Repetí las palabras como periquito. Oí la risa de mi papá muy fuerte, pero me di cuenta de que estaba llorando.

MARGARITA: Nunca me lo habías contado.

ROSARIO: Porque no había vuelto a ver un osito como éste. (Se aleja hacia el sillón y contempla el juguete). Se parece mucho al que mi papá me llevó de regalo. Le puse Toto. Iba envuelto en papeles blancos dentro de una caja plateada con un moño del mismo color.

MARGARITA: ƑToto era de cuerda?

ROSARIO: Sí, pero en vez de palabras le salía música: Blanca Navidad.

MARGARITA: (Riendo). ƑLa que cantaba Bing Crosby? šEs bien lenta!

ROSARIO: Para mí era lo máximo y sigue siéndolo. (Suspira). Cada vez que oigo esa canción me veo niña, jugando debajo de la mesa con mi osito, mientras mi papá y mi mamá estaban en el cuarto. (Un leve rubor enciende sus mejilla). Yo era muy chiquita y no sabía cosas feas.

MARGARITA: ƑY de cuándo acá eso es feo?

ROSARIO: No quise decir feo, sino asuntos de ellos, de su intimidad. (Ríe mientras sus ojos se humedecen). Ay, no sé para qué ando acordándome de esas cosas.

MARGARITA: Lo que me cuentas me parece muy bonito, no entiendo por qué lloras.

ROSARIO: Por lo que sucedió después (Narra con angustia). Y todo porque guardé la caja, el moño y los papeles blancos donde, según yo, descansaba Toto. Si no hubiera sido por eso, a lo mejor tendría al osito conmigo.

MARGARITA: (Desconcertada). No te entiendo.

ROSARIO: Una tarde, a la hora de la comida, mi papá se puso a contarnos lo mucho que había sufrido lejos de nosotras. Mi mamá le contestó: ''Pero valió la pena el sacrificio. Piensa en nuestro estanquillo''. El se puso nervioso, dijo cosas muy desbaratadas y acabó confesando que su único dinero ahorrado lo había invertido en su pasaje de regreso y en comprarme a Toto. Mi mamá lanzó un quejido largo, horrible. Yo la abracé. Mi papá dijo que en ese mismo instante iba a buscar trabajo. Salió. (Finge toser). Nos quedamos esperándolo: jamás volvimos a saber de él.

MARGARITA: ƑLo buscaron?

ROSARIO: Sí, pero mi mamá se dedicó más bien a visitar a sus antiguos patrones. Cuando se iba me decía: ''Si tocan, pregunta quién es. No le abras a nadie más que a tu papá''. (Se frota los brazos).

MARGARITA: ƑTienes frío?

ROSARIO: No, son nervios. (Vuelve a la litera y acomoda el oso sobre la almohada). Una tarde que mi mamá regresó a la casa me encontró jugando con Toto. Me lo arrebató de las manos y se fue directo al ropero donde tenía la caja plateada. Metió allí a mi oso y lo envolvió muy bien en los papeles blancos. Luego salimos a la calle. Mi mamá se lo ofreció a muchas personas. Si alguna maliciaba que era un juguete usado ella respondía: ''No, está nuevecito. Vea: tiene su caja y su moño''. Tardamos en encontrar cliente. No recuerdo cuánto nos dio, pero con eso compramos la cena de Navidad: pan, colaciones y un pollo. (Ríe). Me tocó la pechuga, pero no me gustó: a cada mordida sentía que me estaba comiendo a Toto.

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