LA MUESTRA
Carlos Bonfil
El hombre sin pasado
Reiteración de una propuesta humanista Utopía insinuada
MEL GOLPEADO, el hombre maltrecho y vendado, sin hogar y sin identidad, víctima de una golpiza callejera que le hace perder la memoria. Hombre guiñapo, socialmente invisible, taciturno y apacible, destinado en su orfandad absoluta a descubrir el amor.
ƑLA MUERTE SOCIAL sería aquí un trámite necesario para la reivindicación sentimental? M (Markku Peltola) es una figura característica en el cine del finlandés Aki Kaurismaki, en todo caso en la vertiente de realismo optimista que explora desde 1996, año de A lo lejos se ven las nubes, aquella visión tragicómica del vacío existencial y la falta de oportunidades entre los excluidos de la prosperidad nórdico europea. En esa cinta una pareja se enfrentaba al fracaso de su modesta empresa comercial, un restaurante que nadie visitaba. El desenlace era entusiasta y candoroso, como en una película de Frank Capra.
EN EL HOMBRE sin pasado, su cinta más reciente, el realizador insiste en esa propuesta humanista. Nada en común con el pesimismo declarado de cintas anteriores (Contraté a un asesino o La chica de la fábrica de cerillas), excepto tal vez la austeridad extrema de sus decorados y la inexpresividad de sus personajes secundarios.
M, EL HOMBRE sin pasado, de porvenir más que incierto, deambula por escenarios fantasmas, rodeado de figuras casi de cera -burócratas insensibles, empleados apáticos, enfermeras inexpresivas-, y en este paisaje desolador descubre paulatinamente la solidaridad de otros marginados, beneficiarios de la caridad organizada, y la revelación amorosa de Irma (Kati Outinen, formidable), voluntaria del Ejército de Salvación.
LA PROPUESTA NARRATIVA de Aki Kaurismaki tiene un sugerente complemento estilístico: planos fijos, colores muy vivos en contraste con la opacidad existencial de los personajes, ambientes hiperrealistas que enfatizan la teatralidad de las situaciones, y un distanciamiento narrativo tan estudiado como la frialdad que preside cada hallazgo humorístico (el asalto a un banco en quiebra, la irrupción del rock en la vida de músicos rutinarios, o el perro Aníbal, de ferocidad improbable).
HAY HUELLAS DEL espíritu de otra cinta popular y festiva, Los vaqueros de Leningrado van a Norteamérica; hay sobre todo la misma vieja elegía del autor a los seres marginales que han habitado todas su cintas, a los protagonistas lavaplatos, taxistas y carniceros, a sus amores contrariados, desprovistos de glamur y en ocasiones de entusiasmo.
EN ESTE CINE el amor semeja un pacto tácito de supervivencia compartida. Con todo, en sus obras recientes el realizador insinúa una utopía, a la vez intimista y social, que es el punto de llegada de sus tragicomedias. Esto es también sintomático en el cine islandés y en el noruego, como si en los países con mayor índice de suicidios la vocación del fatalismo tuviera hoy que ceder el lugar, de modo inevitable y casi cómico, a la ilusión romántica.