La violencia, necesariamente política
cuando se cierran las vías, dice ante estudiantes
Destaca Sánchez Vázquez la prolífica
cultura michoacana de los años 40
Recibe en la Universidad de San Nicolás el honoris
causa
''Aquí me casé con Aurora y tuve mi primer
hijo'', recuerda
ERNESTO MARTINEZ ELORRIAGA CORRESPONSAL
Morelia, Mich., 23 de noviembre. El pensador Adolfo
Sánchez Vázquez recibió el grado de doctor honoris
causa que le otorgó la Universidad Michoacana de San Nicolás
de Hidalgo por sus aportaciones a esta institución cuando entre
1941 y 1943 impartió clases de filosofía en el Colegio Nicolaita.
En la biblioteca de la Universidad Michoacana, Sánchez
Vázquez comentó que llegó a México en 1939
en calidad de exiliado, en la época cuando el general Lázaro
Cárdenas les brindó su generosa hospitalidad, al terminar
la cruenta Guerra Civil española.
''Sólo
contaba con mis estudios literarios y filosóficos en la Universidad
Central de Madrid, bruscamente interrumpidos por la metralla de la sublevación
militar fascista. Llegué, pues, como un estudiante frustrado, pero
también con una vocación literaria, poética, así
como con una intensa inquietud política", rememoró el reconocido
académico.
Momentos antes, el rector de la Universidad Michoacana,
Marco Antonio Aguilar Cortés, antes de entregar el reconocimiento,
mencionó que aquella estancia en el Colegio de San Nicolás,
cuando en Morelia había 60 mil habitantes, es considerada trascendental
por sus aportaciones a la comunidad universitaria. Reconoció los
principios morales y de congruencia del doctor Sánchez Vázquez
por su lucha en favor de un sistema que para muchos está agotado:
el socialismo.
El galardonado continuó con su historia: ''Llegué
a Morelia un día de enero de 1941, casi sin poder tenerme en pie
tras recorrer las 300 vueltas y revueltas de Mil Cumbres".
Comentó sus primeros días como profesor
en el Colegio de San Nicolás, del temor que representaban sus alumnos,
sobre todo aquellos conocidos como Los Popeyes, grupo del que formaban
parte los ya fallecidos Ezequiel Calderón, Eugenio Villacaña
y Salvador Molina, junto con Xavier Tavera y Francisco Ayala.
Asimismo, Sánchez Vázquez recordó
a los profesores de aquella época, a los funcionarios de la universidad,
a los poetas que visitaron alguna vez la capital michoacana, como Xavier
Villaurrutia y Pablo Neruda. "La actividad cultural de aquella Morelia
de apenas 60 mil habitantes era sorprendente: conferencias, recitales poéticos,
aparición de revistas como Voces, editada por los poetas
González Vázquez y Martínez Ocaranza".
El académico español continuó con
su relato: "De mi estancia en Morelia guardo también otros recuerdos
relacionados con mi condición de exiliado. No obstante las satisfacciones
que me daba la tierra moreliana, vivía en ella la desazón
y la provisionalidad del desterrado que no deja de soñar con la
tierra propia, perdida".
Comentó que compartía su tristeza con sus
compatriotas Juan Xirau, Fernando de Buen y José López Durá,
entre otros; con ellos visitaba de manera periódica la Escuela España-México,
que acogía a los primeros niños exiliados que después
se conocerían como los niños de Morelia.
Recordó que los tiempos no eran prometedores; estaba
la Segunda Guerra Mundial, los informes de cómo el ejército
nazi había hecho retroceder al soviético.
Al final de un conflicto interno de la Universidad Michoacana
se vio en la necesidad de renunciar a esta institución. ''Estando
en Morelia me casé con Aurora y viví tiempos felices; estando
allí nació mi hijo el mayor, Rodolfo; allí hice amigos",
recordó.
El terrorismo, sin ninguna justificación
moral, indica
ERNESTO MARTINEZ ELORRIAGA CORRESPONSAL
Morelia, Mich., 23 de noviembre. Hay una perversidad
intrínseca en la violencia que la hace indeseable, pero en la vida
real puede reafirmar y extender su perversidad, o contribuir a trascenderla
y superarla, señaló Adolfo Sánchez Vázquez
en la conferencia Moral y violencia política, que ofreció
a universitarios michoacanos.
Dijo que otra verdad sobre la violencia es que, "siendo
indeseable, se vuelve necesaria políticamente y se justifica moralmente,
cuando se cierran las vías o posibilidades no violentas, o cuando
renunciar a ella traería una violencia mayor''.
Y la tercera verdad es que hay formas de violencia extrema
-como el terrorismo-, que cualquiera que sean los fines que se invoquen
o su eficacia, no se justifican ni política ni moralmente.
También mencionó tres falacias: que la violencia
sólo genera violencia es con el fin de descalificarla, "aunque en
realidad lo que se pretende descalificar es sólo una forma específica
de violencia política: la violencia armada, insurgente o revolucionaria".
La segunda es que la violencia es inherente al ser humano
o a su esencia antropológica, y la tercera falacia es que "la no
violencia en las relaciones sociales podría alcanzarse por una vía
no violenta -la del discurso o el diálogo- al margen de los intereses
particulares, no generalizables, que interfieren negativamente en ese discurso
o ese diálogo".
El filósofo español, de 87 años,
comentó que esta violencia no sólo afecta corporalmente sino
también en lo moral, ya que se altera la autonomía y la libertad.
Aunque, aclaró, no se puede situar en el mismo plano la violencia
que genera más violencia la cual cierra toda vía de entendimiento,
o la que pretende abrirlo.
Al hablar de la violencia política, como la llevada
a cabo en los campos de concentración nazi, los bombardeos de Hiroshima
y Nagasaki, los atentados contra las torres gemelas de Nueva York, la violencia
aparece en condición de medio, en su naturaleza instrumental, es
por ello que en ninguno de estos casos se glorifica el medio empleado sino
el fin que lo justifica.
Dijo que ha habido pensadores que han exaltado la violencia
como promotora de vida y creatividad, un tanto moralmente justificada.
Es por ello que en la lucha por el poder, ya sea para conseguirlo o mantenerlo,
entra en juego la violencia, "pues el poder político no existe fuera
o al margen'' de la misma. Es por ello que el poder político es
violento por naturaleza, sólo él tiene su monopolio legítimo.
Por tanto, toda violencia que se ejerza al margen del poder, o contra él,
carece de legitimidad, como en el caso de la violencia insurgente o revolucionaria.
Sin embargo, aquellos que ejercen tortura o secuestro,
hacen del terror su instrumento; esto se conoce como terrorismo, acción
que se ejerce en ocasiones desde el propio Estado. Obviamente que ninguna
de esas violencias se justifica. Sin embargo, algunas formas de violencia
política, como la lucha contra el poder opresor se justifican moralmente,
cuando se cierran las vías o posibilidades no violentas.