LA MUESTRA
Carlos Bonfil
Lágrimas del corazón
EN
ORLANDO, LA realizadora británica
Sally Potter conducía a su personaje andrógino, soberbiamente
interpretado por Tilda Swinton, mediante diferentes épocas en un
sugerente fresco histórico inspirado en la novela homónima
de Virginia Wolf. En su cinta más reciente, Lágrimas del
corazón (The man who cried), Potter intenta con ambición
parecida un nuevo desplazamiento, no sólo cronológico, sino
también geográfico, con su heroína Suzie (Christina
Ricci), eterna inmigrante que de niña abandona su natal Rusia para
llegar a Inglaterra, y ganar de ahí Francia, hasta culminar en Estados
Unidos, en un itinerario que va de finales de los años veinte a
mediados de los cuarenta.
Infancia es destino. Los peligros que presiente la familia
judía de Suzie en la Rusia bolchevique se materializan para ella
muy pronto en su exilio inglés y en su adolescencia de bailarina
en París. La realizadora ofrece en rápidas pinceladas y discretas
alusiones, el clima de persecución de las minorías raciales
en la Europa de los años treinta. Ante las limitaciones de presupuesto,
la cinta elige un microcosmos poblado de personajes característicos:
un cantante de ópera, Dante (John Turturro), tan seductor como oportunista,
semeja una creación del escritor Klaus Mann (Mefisto, Szabó,
1981), dispuesto a todo para garantizar su supervivencia artística;
una exiliada más, también rusa, llamada Lola (Cate Blanchett),
amiga protectora de Suzie, quien ostenta el desparpajo y el estudiado cinismo
de una nueva Sally Bowles (Cabaret, Fosse, 1972), y por último,
el galán impenetrable, el caballero en su corcel, César (Johnny
Depp), gitano del que Suzie se enamora.
De modo irónico, a Sally Potter le funciona mejor
la recreación histórica (la sugerencia de la entrada de los
nazis a París, por ejemplo, o la reconstrucción de un ghetto
judío) que la dramatización a cargo de un reparto tan
notable como desaprovechado.
El romance entre Suzie y César es totalmente inverosímil
y gélido;. Dante y Lola ofrecen mayores matices histriónicos
y un pintoresco desenfado que al menos resulta divertido. La distancia
que toma Potter frente a los sentimientos de sus protagonistas --siempre
marionetas en sucesos históricos que los rebasan-- le resta fuerza
al impulso de afirmación individual y supervivencia que se supone
deben mostrar. En lugar de intensidad dramática, asistimos a las
catarsis sentimentales que justifican un título soso como el impuesto
en español.
Despojada del vigor dramático requerido, Lágrimas
del corazón se vuelve una cinta ornamental y anecdótica,
con una atención preciosista al detalle escenográfico, una
fotografía muy cuidada de Sacha Vierney (camarógrafo de Greenaway),
y todo el folclor del grupo musical gitano Taraf de Haidouks.
Una experiencia estética sin duda agradable, pero
muy por debajo de la originalidad expresiva de Orlando, cinta por
la que Sally Potter es justamente reconocida.