Pablo González Casanova
Sobre nuestra responsabilidad
Hay problemas que han sido tabú en ciencias naturales
y sociales. Entre ellos se encuentran los problemas de la Creación
y los problemas del Apocalipsis. Reformulados por las nuevas ciencias que
florecieron desde la segunda mitad del siglo XX, esos problemas se plantean
hoy en relación con los orígenes y el término de los
sistemas. No me extiendo sobre las investigaciones de sistemas autopoiéticos
o creadores, en que fueron pioneros Humberto Maturana y Francisco Varela
-dos distinguidos biólogos chilenos-, ni sobre las investigaciones
acerca de los "sistemas disipativos" y la historia irreversible y creadora
que descubriera el físico y químico belga Ilya Prigogine.
Lo que quiero destacar en este acto es que hoy disponemos
de un instrumental teórico y metodológico que nos permite
determinar las zonas y tiempos de crisis, de turbulencias y entropías,
de apoptosis y necrosis, de catástrofes, caídas y recomposiciones
en los más distintos sistemas de la materia, la vida y la humanidad.
Hoy mismo podemos determinar que estamos en una etapa
y en un mundo en que priva la incertidumbre -concepto científico
que ha resaltado el gran historiador estadunidense, Immanuel Wallerstein.
Los desequilibrios del sistema social y del ecosistema
pueden derivar en una catástrofe para la humanidad, pero también
pueden conducir a una salida creadora sin que el futuro sea previsible
en términos deterministas o en términos probabilísticos.
Lo que sí podemos afirmar es que el futuro va a ser muy distinto
para el conjunto de la humanidad y del planeta, en función de las
medidas que tomemos incluso en pequeños espacios sociales y geográficos.
En condiciones lejanas al equilibrio, como las que vivimos,
se dan tendencias no lineales en las que acciones locales pueden tener
efectos globales, en las que acciones micro pueden tener efectos macro.
Asumir nuestra responsabilidad política y moral como personas, como
universitarios, como mexicanos, puede tener efectos mucho mayores de lo
que ahora nos imaginamos. Puede corresponder al principio de nuevas estructuraciones,
de nuevas tendencias que hagan de la esperanza una virtud no sólo
teologal y moral, sino política, social, cultural.
Sobre esas bases yo querría plantear aquí
un problema que a todos nos preocupa: la grave situación del mundo
en relación con la paz. El punto que quiero destacar es que no vivimos
sólo la crisis de un sistema, ni sólo la alternativa entre
socialismo o barbarie. Tampoco vivimos un conflicto de civilizaciones o
de barbaries, o de la civilización contra la barbarie.
Más que la crisis de un sistema social, vivimos
una crisis de la humanidad. Los especialistas en medio ambiente, biosfera,
y ecosistema encuentran un silencio dramático frente a sus llamados
para la preservación del planeta. La guerra por la conquista de
territorios en Asia Central y en el Medio Oriente es una de las más
peligrosas amenazas para la sobrevivencia de la humanidad. Va a aumentar
la zozobra y la agresividad no sólo de pequeñas y medianas,
sino de grandes naciones. Al mismo tiempo, el neoliberalismo de guerra
insiste en seguir aplicando las políticas que han devastado la naturaleza
y que han empobrecido a la mayoría de los habitantes del planeta.
Eso es sumamente peligroso, suicida, ecocida. Luchar por la paz implica
luchar por políticas alternativas en el mundo y en nuestro propio
país, con las armas intelectuales, morales y políticas de
que cada uno de nosotros y cada organización a la que pertenezcamos
pueda disponer.
Las ciencias sociales siempre se han planteado como objetivo
hacer realidad valores e intereses. Hoy vivimos un momento en la historia
en que desde el lugar de la tierra donde nos encontremos, y dada la posibilidad
de vencer los peligros que a la humanidad amenazan, debemos hacer un esfuerzo
creciente por precisar las políticas alternativas que de acuerdo
con nuestra conciencia y conocimiento fortalezcan la paz social y mundial,
la democracia y la libertad. He aquí -en una nuez- como diría
nuestro gran Alfonso Reyes, lo que un compromiso con la paz en México
y en el mundo implicaría, según las más serias investigaciones
y reflexiones. Y tómense estas palabras más que como un manifiesto,
como un conjunto articulado de hipótesis probables y fundadas en
que debemos ahondar, que debemos precisar y que tal vez podamos realizar.
Un compromiso por la paz, la justicia y la dignidad implica
que el pueblo y el gobierno de México establezcan movimientos solidarios
que pongan un alto a la guerra y al terrorismo, yendo a las causas más
profundas que los generan a partir de las más inmediatas y que son
ampliamente reconocidas. Así, es urgente:
1º. Poner un alto a la creciente inequidad y exclusión
que padecen más de las cuatro quintas partes de la población.
2º. Detener el agotamiento de recursos naturales
como el agua, el petróleo, el gas, las selvas, y la grave contaminación
del aire, los mares, los lagos y los ríos.
3º. Ratificar la solidaridad con todas las fuerzas
que en el mundo luchan por una paz con democracia, pluralismo cultural,
ideológico y político, y poder efectivo de los pueblos y
las naciones para participar en formas directas o representativas en las
grandes decisiones que los afectan.
Dentro de un proyecto de paz con democracia, justicia
y dignidad, México debe y puede asumir un papel de avanzada. Para
ello necesita, en primer término, comprometerse con un programa
mínimo de gobernabilidad democrática en nuestro propio país.
Las mexicanas y los mexicanos habremos de consolidar, en el derecho y los
hechos:
1º. Una política exterior que dé prioridad
a la lucha por la paz para que, con base en el orden jurídico mundial,
cesen las intervenciones militares de las grandes potencias y la ocupación
de territorios.
2º. Una política fiscal que no haga pe-sar
la carga impositiva sobre las poblaciones de menos ingresos.
3º. Un presupuesto de egresos que fortalezca la autonomía
municipal y el pacto federal, así como las inversiones y gastos
públicos que contribuyan a resolver los graves problemas de desempleo,
desnutrición, insalubridad, analfabetismo e infraestructura, que
la globalización neoliberal ha agravado en los pasados 20 años.
El presupuesto tendrá que proponer el fomento de políticas
que atiendan ésos y otros problemas sociales, en especial la educación
pública y gratuita a todos sus niveles, desde la preprimaria hasta
las universidades e institutos superiores de cultura. Al proponerse esos
objetivos, el Estado dará prioridad al mercado interno, a las políticas
de ocupación con fines sociales, y a las políticas de inversión
en infraestructura y artículos de primera necesidad. Pero a diferencia
del pasado, su lógica no se basará sólo en el Estado
y el mercado para supeditar uno a otro, si-no que aumentará la participación
creciente de la sociedad civil y de sus organizaciones de base, actuales
y virtuales.
4º. Una política que preserve los recursos
que son propiedad de la nación y asegure el buen manejo de los mismos.
Durante más de medio siglo han sido fuente de ingresos y prestación
de servicios sociales muy importantes la electricidad, el petróleo,
el gas y sus derivados. Hoy no sólo debemos defender ese patrimonio
nacional sino el del agua y la biodiversidad, objeto de nuevas acometidas
de depredación encubierta y abierta. El respeto a las propiedades
ejidales y comunales y la no disposición de las mismas en formas
unilaterales y autoritarias es fundamental para preservar la paz en la
nación.
5º. Una política que no prive de sus derechos
a los trabajadores de México con el pretexto de una "desregulación"
que es "necesaria" para atraer a los "inversionistas". Hacer efectivos
los derechos de los trabajadores y complementarlos con otros es lo verdaderamente
necesario, es lo urgente. El argumento de que no vendrá el capital
extranjero si no le damos una mano de obra barata, exenciones de impuestos,
subsidios y concesiones, es un argumento que agravará todos los
problemas de desarrollo, estabilidad y gobernabilidad democrática.
De imponerlo, llevaríamos a la nación y a sus habitantes
a una mayor pobreza, dependencia y vulnerabilidad. El argumento de que
no hay que dar subsidios y apoyos a los agricultores sino dejarlos a las
fuerzas libres del mercado es un argumento falso y corresponde a una política
que no practica nadie: tanto la Unión Europea como Estados Unidos
dan amplísimos apoyos a sus agricultores y campesinos.
6º. Una política legislativa en relación
con los derechos efectivos de los pueblos indios que abra una puerta a
las negociaciones interrumpidas y a la verdadera reforma del Estado que
sólo puede emprenderse si fortalecemos, con la autonomía
municipal, la de los pueblos indios, y con el sufragio efectivo, la representación
de los ciudadanos de un país pluricultural como es el nuestro.
7º. Una política de seguridad que se oponga
a la vez al terrorismo, a la guerra y al neoliberalismo. Un mínimo
de honestidad intelectual exige reconocer que las promesas del neoliberalismo
globalizador han sido disconfirmadas por los hechos en todas partes, todo
el tiempo, y hasta por sus propios autores. La deuda social que ha dejado
el neoliberalismo en el mundo entero es fuente de inestabilidad, ingobernabilidad
y violencia crecientes. En sus manifestaciones aberrantes, el neoliberalismo
adquiere las características del terrorismo, el neomilitarismo y
la guerra. La política de seguridad nacional y social requiere realizar
de inmediato una renegociación de la deuda externa para su cancelación
y saldo en un plazo perentorio. El no hacerlo seguirá produciendo
de forma sistemática la violación a los derechos humanos
y a los derechos de los pueblos. Fomentará, con la corrupción
y la irresponsabilidad en el manejo de la cosa pública, el crimen
organizado y la acracia, fuentes, esas sí, de la barbarie civilizada
y fundamentalista.
8º. La política de gobernabilidad democrática
y de paz con libertad y justicia implica un nuevo pacto social y un nuevo
pacto internacional. Ambos se pueden concretar en medidas que tomen como
base el derecho constitucional y el derecho internacional vigentes, incluso
para cambiarlos. Su prioridad se concretará a detener la tendencia
a un nuevo reparto del mundo basado en la conquista y el colonialismo de
territorios y continentes, y decidido a imponer una dictadura mundial en
nombre de la libertad humana. Tanto el pacto social como el pacto internacional
deben ser parte de un proyecto conjunto y coordinado que presente una alternativa
respetuosa de los derechos humanos y de los derechos de los pueblos, de
su soberanía y de su autonomía.
En el caso de México, como en muchos otros países,
el pacto no sólo luchará por imponer un plan concertado para
acabar con la sangría y la sujeción del pago de la deuda
externa que ya absorbe la mayor parte de los ingresos fiscales del Estado,
ni sólo luchará por reformular el Tratado de Libre Comercio
con Estados Unidos en las cláusulas que afectan a la economía
nacional, sino que se opondrá firmemente a los proyectos que tienden
a revivir y ampliar la política de enclaves coloniales y de zonas
dominadas por las "compañías" como el Plan Puebla-Panamá
o el Área de Libre Comercio de las Américas.
Tal vez no logremos los objetivos mínimos señalados.
La soberbia ha cegado y ensordecido a los poderosos. En todo caso, el pueblo
de México luchará por estos objetivos para influir en las
decisiones del Congreso y del Ejecutivo, y se preparará para seguir
luchando por ellos en una historia que será muy dolorosa si se mantiene
el neoliberalismo por el terror y la guerra.
No sólo estamos viviendo la crisis de un sistema
social mundial o nacional, económico, político o cultural.
Estamos viviendo una grave crisis de la humanidad y del ecosistema. La
voluntad colectiva que imponga el respeto a los derechos humanos tendrá
que hacerse de muchas voluntades colectivas que aseguren el futuro de la
humanidad. Nuestro pensamiento y acción deben estar dirigidos -con
el de millones de seres humanos- a crear una nueva civilización
que haga realidad la libertad y la vida. Como universitarios todos -profesores,
estudiantes y trabajadores- tenemos una responsabilidad enorme. Asumámosla.
Palabras de Pablo González Casanova, al recibir
el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Autónoma del
Estado de Morelos, el 8 de noviembre de 2002.