Personajes y ambientes del director de Ocho
y medio en el Teatro de las Artes
Poética puesta sobre Federico Fellini
Felliniana, de Di Buduo, genera la certeza de
que nada de lo humano es ajeno a la grotesco
ARTURO JIMENEZ
Desde la noche del viernes y hasta el 15 de noviembre
muchos de los más entrañables personajes cinematográficos
del realizador italiano Federico Fellini (1920-1993) se encuentran en el
escenario del Teatro de las Artes, del Centro Nacional de las Artes.
Frou Frou, Sceicco Bianco, Casanova, la bella Gradisca,
Ginger y Fred, así como el abogado en bicicleta, la princesa ciega,
el payaso blanco y otros mimos y personajes clownescos resurgen
en Felliniana, obra dirigida por Pino di Buduo, del Teatro Potlach
de Italia.
Es una puesta con formas ligadas a la revista musical
y al antiespectáculo para rendir tributo al gran cineasta, a su
vida y su obra, la cual recorre buena parte de la Italia del siglo XX mediante
películas como Los inútiles, La dulce vida, Ocho y medio,
Satiricón, Roma, Amarcord, La ciudad de las mujeres, Y la nave va,
Ginger y Fred y La voz de la luna.
Pero a esos personajes se agregan la nieve, la neblina,
el viento y en general las atmósferas fellinianas, además
de otros homenajes al director, como la radiografía de un set
cinematográfico, que en teatro se transfigura en una radiografía
de utilería, luces y tramoyas y, a lo largo de la obra, en la radiografía
de una sociedad en decadencia.
Con las armas desenterradas de la ironía, lo grotesco,
la farsa, la máscara y lo carnavalesco, en Felliniana se
ofrece una dramaturgia anticonvencional para contar una historia desde
la no historia.
Ante la casi total ausencia de diálogos -y de traducción,
pues la obra es hablada en italiano-, destaca la importancia de la acción,
la actuación, el ritmo, el movimiento, el maquillaje, el vestuario,
la música, la iluminación, los efectos especiales y la escenografía.
Con ello el espectador asiste, sobre todo, más
que a la observación esperada de las tensiones, vicisitudes, situaciones
y peripecias de los personajes, propias de casi toda obra de teatro, a
una especie de dramaturgia de la emoción y de la reflexión
en sí.
Es decir, la conmoción en el público se
logra a partir de lo visual y lo auditivo de los mosaicos fellinianos,
los cuales se representan en el escenario en una secuencia coherente, congruente.
No importa lo que se cuenta sino cómo se cuenta, no interesa tanto
el contenido sino la forma, la cual, como en la poesía, también
puede provocar al instinto y a la razón.
Desde la caricaturización de absolutamente todo
para acercarse al circo de la vida, Felliniana genera de pronto
en el espectador, como un sobresalto, la certeza de que nada de lo humano
es ajeno a la grotesco, haciéndolo, por lo mismo, más humano.
Y en ese sentido, esta obra del Teatro Potlach se revela
también como una fiesta de la tristeza y, a la vez, como una puesta
en escena que, desde la melancolía, festeja la dulce vida.