ONU: RASEROS DISTINTOS
El
Palacio del Eliseo anunció ayer la consecución de un acuerdo
entre los presidentes de Francia, Jacques Chirac, y Estados Unidos, George
W. Bush, para llevar al Consejo de Seguridad un proyecto común de
resolución orientado a obligar a Irak a deshacerse de sus presuntos
arsenales de destrucción masiva. De acuerdo con la información
francesa, el plan descarta el uso automático de la fuerza contra
el país árabe y, aunque endurece las medidas de inspección
de armas en territorio iraquí, otorga una nueva oportunidad a la
diplomacia y a la paz. Comparada con el mandato para arrasar Irak que Washington
pretendía obtener del máximo organismo internacional, la
resolución referida será, de aprobarse hoy, una salida menos
lesiva para el derecho internacional, para el equilibrio regional y para
las numerosas vidas -de iraquíes y de soldados estadunidenses y
europeos- que se cobraría una incursión militar como la que
pretenden realizar Bush y sus colaboradores.
El respiro de alivio que el Consejo de Seguridad de la
ONU podría obsequiarle hoy al mundo no debe hacer olvidar, sin embargo,
que el empecinamiento estadunidense y europeo contra Irak es, de cualquier
forma, injusto, ilegítimo y profundamente inmoral.
Aun si se deja de lado la ausencia de pruebas sobre la
existencia de las presuntas armas iraquíes de destrucción
masiva, cabe recordar que Bagdad, si las acusaciones fueran ciertas, no
sería el primero ni el único régimen dictatorial y
belicoso que las desarrolla: Israel y Pakistán, países que
han dado abundantes muestras de respaldar y practicar el terrorismo, por
ejemplo, se han dotado de armas nucleares y en ningún momento el
Consejo de Seguridad ha adoptado, contra ellos, una resolución,
así fuera tibia y obsecuente, de inspección de armas, y ni
siquiera una tímida condena. Pero el Estado israelí ha sido,
desde su fundación, punta de lanza de los intereses económicos,
políticos y estratégicos de Washington en Medio Oriente,
y Pervez Musharraf -el gobernante paquistaní, un tirano no más
recomendable que Saddam Hussein- ha sido, hasta ahora, aliado de Estados
Unidos en la arena regional, especialmente como pieza de contención
de los intereses rusos en la zona y, más recientemente, como asistente
en la destrucción del vecino Afganistán.
Si el Consejo de Seguridad actuara en forma equitativa
en esos casos -y en los de India, Corea del Norte y otras naciones a las
que se ha señalado, con razón o sin ella, como poseedoras
de armas de destrucción masiva-, estaríamos en presencia
de un derecho internacional verosímil y plausible. Pero la resolución
que se cocina hoy en Nueva York no tiene por fundamento una preocupación
genuina por la seguridad ni un rechazo firme y coherente a la proliferación
nuclear; la mueven, más bien, los intereses de la industria armamentista
de Occidente, los planes del grupo gobernante en Washington para hacerse
con el control del petróleo iraquí y las fobias familiares
de Bush contra el gobernante de Bagdad.