Leonardo García Tsao

Harry el chocho

El cine de Clint Eastwood se ha vuelto como un auto de colección. No se esperan de él grandes velocidades pero sí una línea clásica y un funcional desempeño. Deuda de sangre marca el regreso del cineasta al género policial, su predilecto al lado del western. Y aunque el protagonista se llame Terry McCaleb, podría tratarse de la última entrega dedicada a su rebelde policía Harry Callahan, si este se hubiera cambiado de nombre y transferido al FBI en la ciudad de Los Angeles.

En el inicio de la cinta, McCaleb sufre un infarto en su intento de alcanzar corriendo a un sospechoso, que podría ser el asesino en serie cuyos cruentos crímenes están dedicados al veterano agente. Dos años después, el hombre ha sobrevivido gracias a un transplante cardiaco y se ha retirado a vivir a su yate. Una visita de una mujer llamada Graciella Rivers (Wanda de Jesús) lo saca de la jubilación. Ella le pide investigar el asesinato de su hermana Gloria, muerta en el asalto a un supermercado. McCaleb se siente obligado a aceptar pues es el corazón de Gloria el que ahora late en su pecho. Sin licencia para investigar y usando a su vecino, un vago apodado Buddy (Jeff Daniels) como chofer y patiño, el ex agente examina las escasas pistas.

Esas pistas conducen a varios enredos y vueltas de tuerca, según lo ordena el código del whodunit -donde el personaje menos sospechoso debe resultar, por fuerza, el culpable-, y toda la intriga gravita, con cierta inverosimilitud, sobre el raro tipo de sangre de McCaleb. (Por una vez, el título en castellano tiene más sentido que el original.)

Al margen de los abundantes huecos de lógica, Eastwood aprovecha la embrollada trama para hacer una suerte de recapitulación de su evolución en el género. McCaleb -como Harry- es un detective solitario con su propio código y no titubea en disparar una escopeta en lugares públicos o torturar a un delincuente para que revele el sitio donde oculta a unos secuestrados. Pero los tiempos han cambiado. Ahora son los policías hispanos, como el mexicano Arrango (Paul Rodríguez), quienes se burlan de él. Y lo peor, la edad le ha caído encima. La salud de McCaleb es tan precaria que a cada rato los otros personajes comentan sobre su mal aspecto; y su malhumorada doctora (Anjelica Huston) lo regaña por arriesgar la vida sometiéndose a las tensiones de una investigación.

Por eso hay un énfasis en su necesidad de sentar cabeza, de navegar al ocaso con una mujer amorosa -y bastante más joven, claro- a su lado. (Aquí hay quizás una referencia de Eastwood a su propia vida sentimental. Eso de poseer un corazón mexicano es un posible homenaje a su más reciente pareja en la vida real, de ascendencia mexicana.)

También formalmente Deuda de sangre es una película de viejito. Eastwood se toma su tiempo para desarrollar la intriga; filma con un estilo llano, funcional, recordando las enseñanzas de Don Siegel, y prescinde de los cansinos tics hollywoodenses -explosiones flamígeras, elaboradas escenas de pelea de acento hongkonés- en las contadas secuencias de acción.

Francamente encuentro admirable a un cineasta septuagenario que a estas alturas sigue haciendo su tipo de cine, ajeno a la moda. Algunos lo llamarán anticuado. Prefiero el término clásico.

DEUDA DE SANGRE

(Blood Work)

D: Clint Eastwood/ G: Brian Helgeland, basado en la novela de Michael Connelly/ F. en C: Tom Stern/ M: Lennie Niehaus/ Ed: Joel Cox/ I: Clint Eastwood, Jeff Daniels, Wanda de Jesús, Tina Lifford, Paul Rodríguez/ P: Malpaso Productions para Warner Bros. EU, 2002.

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