Iván Restrepo
Del Rey Sol a Francisco Toledo
Cuando hablamos de huerta, generalmente pensamos en el sitio que los campesinos destinan en la parte trasera de sus casas a la siembra de frutas y verduras para consumo familiar. Hoy quiero mencionar a un personaje que también tenía su huerta y que vivió orgulloso de ella: Luis XIV, el monarca que mandó construir y habitó el Palacio de Versalles. Precisamente ahí, en este otoño, se abrió al público La huerta del rey. Así los franceses quisieron recordar y homenajear a un pionero de la agricultura que hoy llamamos orgánica. Las verduras y frutales que nacieron de esas tierras fueron un homenaje al paladar, a la buena comida, a lo autenticidad.
La huerta del rey se extiende sobre nueve hectáreas y alberga 5 mil árboles, entre los que destacan 200 variedades de perales y manzanos, 70 legumbres y varias plantas ornamentales que cumplen una función especial: mostrar que las plagas se pueden evitar sin agroquímicos.
En efecto, los jardineros a cargo del cuidado de la huerta explican cómo ciertas plantas que rodean las siembras de verduras y frutas favorecen la presencia de insectos que destruyen las plagas. Por ejemplo, la catarina de invierno y las tijerillas comen ciertos mosquitos y pulgones que afectan peras y manzanos. Una catarina come al día 100 pulgones. Además, les encanta vivir en una flor amarilla, por lo que no tienen para qué trasladarse a los frutales. Por supuesto, hay colmenas, porque las abejas, además de fabricar miel y cera, también cumplen un papel clave en la polinización.
La huerta fue obra del abogado Jean Baptiste La Quintinie, un enamorado de la naturaleza que encontró en Luis XIV al aliado para concretar sus innovaciones agrícolas. También diseñó jardines que hoy se visitan por su belleza de fama internacional, entre ellos están los de Fouquet, responsable de finanzas del reino; los de Colbert y los del conde de Chantilly.
La Quintinie situó el huerto a un lado del castillo y luego de cinco años de trabajos titánicos hizo un vergel de un sitio inhóspito y pantanoso. Para ello trajeron buena tierra de los alrededores, que luego abonaron con el estiércol de las caballerizas de Versalles. Ya en plena producción, Luis XIV acudía diariamente a la huerta que presumía a sus visitantes. Así como gustaba de la música y la danza (era un gran bailarín y tocaba aceptablemente la guitarra) demostraba su aprecio regalando los frutos cultivados. El abogado jardinero igualmente sorprendía al rey con sus logros agronómicos: fresas en invierno, espárragos en diciembre. Luis XIV gustaba de los higos y las peras. Más de 700 árboles producían estas golosinas reales que podía ser disfrutadas desde junio. El chícharo, de moda en la corte y que se tomaba a toda hora, se obtenía en el huerto. El rey empezaba el día con una buena sopa de chícharos. Seguramente le hubieran encantado las papas, como hoy a sus paisanos, pero éstas llegarían más tarde de los Andes. De Parmentier, inteligente agrónomo de la corte, favoreció su siembra para diversificar la dieta de los campesinos y evitar la hambruna cuando las cosechas se echaban a perder. Plantó papas en Versalles que resguardaba celosamente, pero tanta vigilancia levantó la curiosidad, por lo que la gente empezó a apreciarlas y a robarlas por la noche, de esta manera pronto se extendió su cultivo.
La huerta real no ha cambiado gran cosa desde que fue establecida en el siglo XVIII. Hoy está a cargo de la Escuela de Horticultura de Versalles: al centro, 16 cuadros con legumbres; enseguida, los árboles frutales, luego paredes de piedra que el sol calienta en el día y que proporcionan calor en la noche e impiden que el aire frío afecte las siembras. Desde una gran terraza es posible verla, así como los 29 pequeños jardines que la rodean. La diferencia es que hoy las frutas y legumbres obtenidas sin compuestos químicos, no van a la mesa de un rey, sino a la de quienes gustan comer productos de calidad.
Actualmente, muchos gobernantes no tienen huertas, sino ranchos. Aunque en sus discursos hablan de la necesidad de cuidar el ambiente y la salud, así como de alimentarse bien, en sus propiedades aplican todo el arsenal de agroquímicos disponible en el mercado. En cambio, un pintor y mecenas, defensor del patrimonio cultural de México, encabeza una enorme batalla, no contra una trasnacional de comida chatarra con utilidades a la baja, sino por el derecho que todos tenemos a alimentarnos con productos de buena calidad. Sin duda que el Rey Sol habría apoyado gustoso a Francisco Toledo y a quienes lo acompañan en esa lucha.