PREVENCION CIVIL: UN IMPORTANTE PROGRESO
Hay
que saludar el hecho de que, gracias a las oportunas medidas de prevención
y de reubicación de las personas, el huracán Kenna no haya
dejado, como tantos otros, una secuela de vidas humanas perdidas, de heridos,
de desaparecidos. Hay, sin duda, miles de afectados en su vida normal y
miles de damnificados, y los daños, que todavía no se pueden
cuantificar, serán sin duda cuantiosos. Pero no hay pérdidas
humanas, se actuó a tiempo para evitarlas, se tomaron medidas de
prevención optando por la gente, no por los bienes. ¡Qué
lejos estamos del terremoto de 1985 en el que el gobierno de entonces rechazó
la ayuda internacional por razones de prestigio, y la preocupación
central de las autoridades fue salvar las maquinarias enterradas bajo los
escombros y no las posibles víctimas!
Esa combinación entre una catástrofe natural
previsible (los terremotos y erupciones lo son en un país como México)
y la inercia e insensibilidad oficiales no sólo fue una lección
masiva de política -de ahí vino el derrumbe del Partido Revolucionario
Institucional debido a la exigencia de un cambio- sino que también
fue una experiencia valiosa a escala nacional. El fatalismo, la resignación,
la pasividad, sufrieron un duro golpe. Es cierto que los huracanes Gilberto,
Paulina e Isidore causaron daños y tragedias familiares que se podrían
haber evitado o, por lo menos reducido si, como en Cuba, se hubiese advertido
a la población de su arribo, pero a tiempo, se hubiese evacuado
a los pobladores en peligro directo, se hubiesen creado reservas de alimentos,
agua, medicinas. Pero esas también fueron otras tantas lecciones
aprendidas.
Es cierto que el Kenna tenía también una
carga política, pues habría podido acabar con una reunión
en Los Cabos que pretendía ser una vitrina de México para
atraer comercio e inversionistas y, además, porque el huracán
ponía en peligro no sólo a la población común
sino también a los mandatarios de importantes países ante
los cuales era indispensable demostrar eficiencia y organización.
Pero lo principal es que Protección Civil demostró eficacia,
capacidad de prevención y estuvo a la altura de las circunstancias
trágicas que nuestros compatriotas de Nayarit y de Jalisco, sobre
todo, están viviendo. La ineficiencia y los retardos que criticamos
en los casos recientes de Yucatán y Campeche, estados que aún
están tratando de restañar sus heridas, no se repitieron.
La destrucción de instalaciones portuarias, de calles, habitaciones,
automóviles y maquinaria, manglares, granjas camaroneras e inmuebles
turísticos sin duda es terrible. Pero lo destruido se podrá
reconstruir, los bienes perdidos se pueden remplazar.
Queda, en cambio, la capacidad adquirida por las autoridades
encargadas de proteger las vidas humanas, antes que nada, la lección
de disciplina y orden, de conciencia ciudadana, por parte de los evacuados
y de los socorristas, y la sensación, compartida por los demás
mexicanos, de que, incluso en los desastres, puede haber un importante
progreso.