Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 26 de octubre de 2002
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Editorial
PREVENCION CIVIL: UN IMPORTANTE PROGRESO

Hay que saludar el hecho de que, gracias a las oportunas medidas de prevención y de reubicación de las personas, el huracán Kenna no haya dejado, como tantos otros, una secuela de vidas humanas perdidas, de heridos, de desaparecidos. Hay, sin duda, miles de afectados en su vida normal y miles de damnificados, y los daños, que todavía no se pueden cuantificar, serán sin duda cuantiosos. Pero no hay pérdidas humanas, se actuó a tiempo para evitarlas, se tomaron medidas de prevención optando por la gente, no por los bienes. ¡Qué lejos estamos del terremoto de 1985 en el que el gobierno de entonces rechazó la ayuda internacional por razones de prestigio, y la preocupación central de las autoridades fue salvar las maquinarias enterradas bajo los escombros y no las posibles víctimas!

Esa combinación entre una catástrofe natural previsible (los terremotos y erupciones lo son en un país como México) y la inercia e insensibilidad oficiales no sólo fue una lección masiva de política -de ahí vino el derrumbe del Partido Revolucionario Institucional debido a la exigencia de un cambio- sino que también fue una experiencia valiosa a escala nacional. El fatalismo, la resignación, la pasividad, sufrieron un duro golpe. Es cierto que los huracanes Gilberto, Paulina e Isidore causaron daños y tragedias familiares que se podrían haber evitado o, por lo menos reducido si, como en Cuba, se hubiese advertido a la población de su arribo, pero a tiempo, se hubiese evacuado a los pobladores en peligro directo, se hubiesen creado reservas de alimentos, agua, medicinas. Pero esas también fueron otras tantas lecciones aprendidas.

Es cierto que el Kenna tenía también una carga política, pues habría podido acabar con una reunión en Los Cabos que pretendía ser una vitrina de México para atraer comercio e inversionistas y, además, porque el huracán ponía en peligro no sólo a la población común sino también a los mandatarios de importantes países ante los cuales era indispensable demostrar eficiencia y organización. Pero lo principal es que Protección Civil demostró eficacia, capacidad de prevención y estuvo a la altura de las circunstancias trágicas que nuestros compatriotas de Nayarit y de Jalisco, sobre todo, están viviendo. La ineficiencia y los retardos que criticamos en los casos recientes de Yucatán y Campeche, estados que aún están tratando de restañar sus heridas, no se repitieron. La destrucción de instalaciones portuarias, de calles, habitaciones, automóviles y maquinaria, manglares, granjas camaroneras e inmuebles turísticos sin duda es terrible. Pero lo destruido se podrá reconstruir, los bienes perdidos se pueden remplazar.

Queda, en cambio, la capacidad adquirida por las autoridades encargadas de proteger las vidas humanas, antes que nada, la lección de disciplina y orden, de conciencia ciudadana, por parte de los evacuados y de los socorristas, y la sensación, compartida por los demás mexicanos, de que, incluso en los desastres, puede haber un importante progreso.
 

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