Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 14 de octubre de 2002
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Cultura

Hermann Bellinghausen

El vínculo

Sin quitar los ojos de la cabaña, respondiste: "Sí, hermano.
Yo estuve allí. Vi mi propia muerte".
Tierra y cenizas (París, 2000),

escrito en lengua dari por Atiq Ramini (Kabul, 1962).

El día que llegaste, uno necesitaba cruzar muros de agua. Llovía a cántaros, sin tregua. Se llegaba mojado a todas partes, con los zapatos bautizados en los torrenciales charcos que sitiaban cada lugar. ƑZapatos, dije? Eras un hombre descalzo.

Al fin te habías animado a traer a Rigo a la ciudad. Después de que asesinaron a tu sobrino, todas las familias dejaron el pueblo. Sólo quedaron tú y tu nieto de cuatro años. Tú, por demasiado viejo y terco. Él, porque lo iban a recoger en pocos días.

Una vez "limpiada" la aldea, los mercenarios te dejaron en paz. De allí en delante cuidaste y reproduciste los animales que no fueron degollados la noche del ataque, y con el maíz del tapanco te las arreglaste para alimentar a Rigo.

Las demás casas habían sido saqueadas. La tuya la respetaron. Te tiraban de loquito, y al niño lo manoseaban casi ahuyentándolo, como a un animalillo salvaje e inquietante.

No te atemorizó ver las fuertes manos de los mercenarios haciendo a un lado la metralleta para acariciar la cabeza de Rigo y ofrecerle un dulce. Las mismas manos que habían quebrado el espinazo de otros niños durante la ofensiva del año anterior, y hubieran quebrado el de Rigo en distintas circunstancias.

Todavía rondaron unas semanas, como zopilotes, hasta terminarse las migajas del saqueo. Qué te podía dar miedo ya.

Te fuiste acostumbrando a hablar solo. Como Rigo era mudito, no esperabas respuesta. El niño oía y entendía todo, pero su garganta nunca produjo más que gruñidos en sordina.

De chiquito se comió, antes de aprender a caminar, un bicho que agarró del suelo. Como si le hubiera comido la lengua, Rigo jamás habló.

Cuando ocurrió el ataque, era tu nieto más ajeno. No le hacías caso. Tan callado y tímido, lo creías taradito. Quién dijera que con él vivirías, y sólo con él, los años siguientes.

Te volviste montaraz, evitabas las demás aldeas, las partidas de cazadores, los zombis que mandaba el gobierno a la región. Apenas te alejabas del pueblo fantasmal para espantar los coyotes. A veces veías pasar como sombras en el bosque a los rebeldes.

Descubriste quién y qué era Rigo. Sus ojos encendidos, capaces de mirar la nitidez en cada cosa a pesar de sus pocos años, te mostraron que sería un rey.

La madre, tu hija Aleida, huyó con su esposo, sus demás hijos y todas las familias, aquella noche del ataque. Hasta los perros se llevaron. Tú no quisiste. Y Rigo estaba bien malo de fiebre. Temieron que muriera en la montaña y lo dejaron escondido contigo en la troje. Aleida creyó que por pocos días. Nadie predice el terror ni la duración de los destierros. La gente no logró regresar por ustedes y corrieron los meses, los años.

Te salvó de la solitaria locura descubrir la intensa veneración que te tenía Rigo. Cambió el rumbo de tu corazón. Te inundó un amor inmenso por el niño. Abandonaste nostalgias y rencores, y dedicaste el resto de tu existencia a educarlo. Pronto, el venerado fue él y aprendió a trepar los árboles para bajar fruta y nidos.

Tú hacías la conversación, y él las gracias. A los seis años ya mataba culebras y capturaba conejos con tus trampas. Se convirtió en un verdero gato de monte. Aprendió a ser parte de los espíritus secretos de esa tierra. Te recordaba los tiempos de la montería, tú chamaquito.

Estabas cada vez más viejo. Comprendiste que Rigo tenía que salir de allí para aprender las otras partes del mundo. No es un niño cualquiera. Tenías la obligación. Agarrando valor, cargaste un costalito de grano y lo que quedaba de tu machete, y veniste a la ciudad.

El primer día llovió a mares. Como nunca. Encontraste inundadas las calles, mesas flotando, gente en los techos. Acostumbrado a las corrientes salvajes, creíste que la ciudad era igual que el monte. Siempre viviste en lo más húmedo del trópico húmedo. Para tí, esa inundación fue normal. Para nosotros, un meteoro que nunca olvidaremos.

Todo había comenzado muchos años atrás, cuando ya eras viejo y abuelo. No te dieron tareas en la rebelión, pero tu voz fue principal y te escuchaban los hombres y las mujeres de la aldea. Vino la guerra. Luego, los mercenarios trajeron la maldad, la guerra larga, pero no sofocaron la revuelta.

Los mercenarios te trajeron con su crimen estos años de soledad. A ellos debes el encuentro con la magia mayor. Creaste en Rigo al hechicero que hacía siglos estas tierras no veían. Desarrollaste el vínculo, que antes de tu nieto era un vestigio frágil de siglos arrasados y muertos.

A sus escasos diez años, este niño es un acróbata. Aguila y serpiente, conoce el bosque y el cielo. Conoce los usos de las hierbas, los miedos de las bestias, los ríos traicioneros. Ahora necesita aprender a hablar. Aquí hay escuelas especiales. Con lo listo que es. La siguiente etapa de su educación correrá por nuestra cuenta. Mera formalidad, Ƒno?. Seremos nosotros quienes aprendamos de él. A través suyo, no morirás. Testigo silencioso de tu lucidez y tu sabiduría, posee las palabras de tu soledad.

Fuiste el alfarero. Ahora, ésta arcilla milagrosa aprenderá a vivir en la sociedad humana. Lo has visto cargarse de poder en tu sobrevivencia. Hoy tienes derecho a pensar que valió la pena la terrible vida. No te vencieron. Eres feliz. Y mírate, con calzado nuevo.

Se te nota orgullo. Cuando tus días están por terminar, al fin tienes zapatos. En chanza que no consigue parecerme macabra, dices que así al menos "sacaremos tu honor con los zapatos por delante". La verdad, te llevaríamos con honor aunque siguieras descalzo.

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