Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 7 de octubre de 2002
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Cultura

Carlos Bonfil

Quién sabe...

Entre las buenas sorpresas del cuarto Tour de Cine Francés aparece, en primer término, la realización más reciente del veterano Jacques Rivette, Quién sabe... (Va savoir). Otras cintas notables son Lee mis labios, de Jacques Audiard; Los cosechadores y yo, de Agnes Varda; Betty Fisher y otras historias, de Claude Miller; y El ensayo, de Valeria Corsini. El panorama lo completan dos comedias ligeras, Gregorio Moulin contra la humanidad, de Artus de Penguern, y Reinas por un día, de Marion Vernoux. Las tres primeras cintas mencionadas son obras indispensables. Y es importante señalarlo, pues en una cartelera cultural abigarrada, en la que alternan cintas del Foro de la Cineteca, sorpresas del Tour Francés y las sugerentes incógnitas del Festival de Cine de la BBC, que inicia esta semana, es preciso rescatar lo más valioso, y en última instancia, lo que menos oportunidades tiene de una futura exhibición comercial.

De Jacques Rivette (La religiosa, 1966; La bella latosa, 1991) se desconoce en México, por ejemplo, su cinta inmediatamente anterior, Secret défense, de 1997, combinación de thriller y tragedia, con fondo de mito de Electra y una intricadísima trama en un laboratorio médico. Alto bajo frágil, de 1995, exhibida en una Muestra de Cine y recuperada finalmente por la televisión cultural, tuvo mayor atractivo comercial con sus números paródicos de comedia musical, su libertad estilística, y su malicia al confundir dimensiones de tiempo y espacio. En Quién sabe... hay cierta prolongación de ese espíritu lúdico, y la colaboración del guionista de sus ocho últimas películas, Pascal Bonitzer, quien rinde tributo aquí a las primeras obras del realizador, en particular a París nos pertenece, de 1960, y a El amor loco, de 1968. Como en esta última cinta, la representación teatral es omnipresente; allá el Racine de Andrómaca; aquí, el Pirandello de Como tú me deseas; la tragedia clásica y el drama del desencuentro amoroso; la realidad y su doble escénico en interacción continua. En lugar de teatro filmado, teatralización de la vida cotidiana. La trama pirandelliana, recreada por Rivette, expone a seis personajes en busca de una mejor definición existencial. Tres parejas frente a la tentación del adulterio, a la constancia del hartazgo conyugal, y a la frustración individual que corroe a la relación amorosa.

Luego de tres años de ausencia, la joven Camille (Jeanne Balibar, encantadora) regresa a París como estrella de una compañía de teatro italiana. La película describe su reencuentro con la ciudad y con un antiguo amante, Pierre, profesor de filosofía, y su conflicto con su pareja actual, Ugo (Sergio Castellito), director de la compañía, a su vez enamorado de Dominique, una joven bibliotecaria. Por su parte, la mujer de Pierre tiene un affaire con el hermano de Dominique, y estos últimos mantienen además una relación casi incestuosa. A este entrecruzamiento pasional se añade la búsqueda del manuscrito perdido de una obra de Goldoni, El destino veneciano, y el robo de un anillo de diamantes, episodio que simbólicamente cerrará el ciclo de desencuentros amorosos. El desenlace es uno de los momentos más festivos del cine francés actual, una celebración del placer de filmar y de hacer del teatro un espejo de la realidad y de la creación cinematográfica. Quién sabe... se vuelve entonces no sólo tributo al desenfado y libertad creadora de la Nueva Ola de los años sesenta, sino un divertimento que lo mismo remite a La carroza de oro, de Renoir, que a Los hijos del paraíso, de Marcel Carné. En el brío de su sostenida colaboración artística (casi veinte años), Rivette y Bonitzer restituyen algo de la alquimia de realización y escritura que para el cine francés representaron el escritor Jacques Prévert y Carné, cineasta.

Quién sabe... es una obra de enorme riqueza expresiva. No es un azar el cruce de Pirandello y Goldoni, pues en su inesperado espíritu de commedia dell'arte, con sus nuevos arlequines y colombinas, la cinta propone intercambios de galanterías y de parejas, y la escenificación de dramas sentimentales que, a punto de estallar, se desactivan jocosamente. El manuscrito de Goldoni bien podría ser también el espejo de esta comedia urbana (Ƒnuevo destino parisino?) que maliciosamente separa y reacomoda a sus seis personajes, a orillas del Sena, a orillas de un proscenio, o al término de un hilarante duelo "mortal" con Absolut vodka. A sus setenta y cuatro años, Jacques Rivette se ofrece el lujo de regresar a la sencillez narrativa, a un erotismo elegante y contenido, a la neutralización cómica de los conflictos, y a un juego marivaudiano que parecía ser privilegio de Rohmer y de muy pocos otros cineastas. Una agradable sorpresa, hoy, en Cineteca Nacional.

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