El músico argentino se presentó
con gran éxito en el Metropolitan
Noche de gozo y nostalgia con Fito Páez
PATRICIA PEÑALOZA
El músico argentino Fito Páez, de gira en
México, actuará este domingo en el Zócalo capitalino,
tras su primera presentación la noche del viernes en el teatro Metropólitan.
Sobre un solo de piano, Fito hace un solo de corazón,
y en una rola nueva hace extensiva el alma herida de su oriunda Argentina:
"Hay que volver a salir / yo no me banco el dolor/ despiértense
de una vez.../ Algo hay que hacer/ Hay que volver a hablar... a empezar...
a soñar/ a creer que no se puede vivir sin esa sal/ que puedo cambiar
el odio por la libertad/ Hay que volver a luchar/ volver a salir al sol".
En
hora y cuarentaicinco, sin disco qué promover, pero con muchas canciones
para compartir, Fito ofreció un grato momento de amistad musical,
por el mero gozo de hacerlo. Y aunque no aporta demasiado con sus correctas
y pianísticas mezclas de blues, soul, jazz y rock/pop vertiginoso,
barroco, eufórico, Páez dio rienda suelta a sus composiciones
más apreciadas, frente a la exaltación exacta, no desmesurada
ni estúpida, de los seguidores del rosarino, quien gusta de conducir
por la libre.
Abre con Buenos Aires, sácate el diablo (del
corazón): "Hacen una guerra y matan a nuestros hijos", y refrenda
su postura: "Me gusta estar Al lado del camino". Todos corean. Un
fan grita: "¡¡Dale, flaco!!" El aporreo en el piano,
con más mesura y por ende, mayor maestría que antes, prosigue
con Giros. En batería, guitarra, bajo y teclados aledaños,
al cantautor le acompañan cuatro músicos de buena factura,
precisos, efectivos. El escenario es austero, casi nada es espectacular,
sólo las letras y su elocuencia. Páez no atiborra: a veces
se pone de pie, baila, se vuelve a colocar al piano.
Dice el argentino: "Aquí y en todo el mundo, tan
sólo es una Cuestión de actitud", tema encendido.
Viene entonces una tríada clave para enloquecer a la banda. Primero,
gran momento, con Cadáver exquisito. Ahora sí, el
lucimiento sobre el de blancas y negras: "Preferiría tu sonrisa
a toda la verdad... todo es imperfecto, amor, y obvio". Otro tema favorito:
11 y 6, donde la audiencia no deja cantar a Fito: "Miren tooodos,
ellos solos pueden más que el amor, y son más fuertes que
el Olimpo". El artista reverencia al monstruo de tres mil cabezas, le regala
besos. La gente hace palmas parejitas al aire, la comunión es total.
Luego El chico de la tapa: "¡El mundo está lleno de
hijos de puta, y hoy especialmente está llena la ruta!". Su compatriota
radicada en México, Laura Vázquez, maestrísima al
piano, le acompaña. "Vueltas y más vueltas"... sigue el coro.
Luego dedica al poeta Juan Gelman, ahí presente, el tema Vengo
a entregar mi corazón, con gran emotividad jazzy-milonguera.
Menciona como parte de las letras al DF, en cerca de siete canciones, y
se echa al público al bolsillo, algo tramposo. Viene El amor
después del amor: instalado en la filosofía del verano
del 67, es notoria la obsesión de Páez en casi todas sus
letras por exaltar al amor como motor principal, cura y estandarte absolutos,
inspirador de consignas. "Nadie puede y nadie debe vivir sin amor". Aquí,
entra a hacer excesivos coros la mexicana Liz Meza.
Charly aparece en espíritu con el rocanrol Cerca
de la revolución. Es coreado el hit Circo Beat: "Yo no
vine al DF a buscar el cobre..." El escenario se pone rojo en luces, la
tensión jamera se prepara, y Fito grita "Buenas noches Kabul, Nueva
York, Johannesburgo, Rosario, Lima, San Petersburgo, Río, Beijing...
¡En esta puta ciudad...!" y la euforia: Ciudad de pobres corazones,
que compusiera tras vivir el asesinato de su abuela, su tía y su
empleada doméstica. Entra el talentoso y efectista lirero que acompaña
a Charly García, el Negro López. Viene A rodar mi vida,
y "¡chao, hasta mañana!".
Sale, y larga espera; todos se ponen hinchas: "olé,
olé olé oléee, Fitoo, Fitoo". Regresa generoso con
Dar es dar, y Mariposa technicolor. Todo es alegría,
dolor y color. Arroja abrazos, se despide: "¡Chao, México
querido!"