VENTANAS
Eduardo Galeano
El salame
Sarah Tarler Bergholz era muy bajita. Ella no tenía
que sentarse para que sus nietos le cepillaran la melena, que en caracoles
caía desde la cara simpática hasta el ombligo.
Sarah estaba tan gorda que ya ni podía respirar.
En un hospital de Chicago, el médico le dijo lo que era evidente:
para recuperar la proporción entre la estatura y el volumen, debía
hacer una dieta rigurosa y eliminar las grasas.
Ella tenía voz de seda. Sus más enérgicas
afirmaciones parecían confidencias. Hablando como en secreto, miró
fijo al médico, y dijo:
-Yo no estoy segura de que la vida valga la pena sin salame.
Murió, abrazada a su perdición, el año
siguiente. Le falló el corazón. Para la ciencia, el caso
estaba claro; pero nunca se sabrá si el corazón estaba harto
de salame, o cansado de darse.