Angeles González Gamio
Leyendas y jarcierías
ƑY qué tienen que ver las unas con las otras?, se preguntarán ustedes. Como tantos otros asuntos aparentemente disímbolos, en el Centro Histórico se unen y complementan, como confío que lo iremos descubriendo a lo largo de la crónica.
Vamos a comenzar por la leyenda que explica el nombre de La Quemada, que tenía un tramo de la calle de Jesús María, una de las que tiene más solera, en el castizo rumbo de La Merced: corría el año de 1550, cuando llegó a la ciudad de México el acaudalado don Gonzalo Espinosa Guevara, acompañado de su hija Beatriz, jovencita de gran hermosura. A su belleza aunaba un carácter dulce y un alma caritativa, por lo que de inmediato fue codiciada por los caballeros de posición más elevada.
Logró ganar su corazón un noble joven italiano, don Martín de Scupoli, marqués de Piamonte y Franteschelo, lo que desató terribles celos entre la numerosa corte de pretendientes, por lo que el enamorado tenía que batirse a duelo frecuentemente para eliminar a los rivales. Esta situación causó gran angustia a la tierna Beatriz, quien decidió que pasión tan arrebatada no era deseable y que era preciso que sus encantos físicos dejaran de esclavizar a su amado.
Para ello tomó una heroica resolución: un día que sus padres estaban de viaje, despachó a los sirvientes y se encerró en su cuarto con un brasero ardiente; encomendándose a Santa Lucía, quien se sacó los ojos ante una situación semejante, acercó su bello rostro a la lumbre, quedando desfigurada entre agudos gritos de dolor. Al enterarse el amado, corrió despavorido a verla y al constatar la tragedia, profundamente conmovido renovó sus votos y en una amorosa entrega espiritual se casó con ella.
Actualmente esa calle lleva el nombre de Jesús María, por haber estado en ella el convento y templo de esa advocación, fundado en el siglo XVI para hijas de conquistadores que no pudieran dar dote. Primeramente se instaló cerca del que habría de ser el parque de la Alameda, pero en esa época eran las afueras de la ciudad, por lo que, tras múltiples negociaciones, las religiosas lograron que les dieran un predio junto a la Acequia Real, donde levantaron soberbias instalaciones, que tuvieron diversas transformaciones a lo largo de los siglos.
Actualmente se conserva el templo con una hermosa fachada con dos portadas en estilo neoclásico, que se atribuyen a Manuel Tolsá. Los portones de madera están bellamente labrados con grandes flores y urgidos de que les den una manita. La torre-campanario luce recubierta de azulejos blancos y verdes. El antiguo convento -que fue cine y después tienda- está en un estado lamentable. Ojalá lo incluyan en el plan de rescate del Centro Histórico de la actual administración.
En la vía sobreviven varios establecimientos que datan del siglo XVII, que son verdaderamente cautivadores; entre otros, las jarcierías, que venden productos de fibras naturales, cables y cuerdas de henequén, mantelillos individuales y bolsas de la recia fibra pintadas de vivos colores, rafia, hilos de algodón, tela de yute por metro, hermosos zacates de guaje, estropajos, costales de distintas texturas, y por ahí, colados, algunos objetos de plástico, pero son los menos.
Estas tiendas se intercalan con las de sombreros de todo tipo, calidad y tamaño y las que expenden trajes típicos infantiles de toda la República, para los festejos escolares y las fiestas de fantasía: atuendos de yucateca, mixteca, tehuana, china poblana, jarocha, etcétera, con sus correspondientes masculinos, que incluyen prendas como la guayabera, que en realidad es para toda ocasión, y los niños, al igual que los padres, se ven encantadores con ellas.
Ahí mismo se encuentra la célebre tlapalería La Zamorana, en el número 112-A, meca del papel picado: manteles, flores, frutas y toda clase de adornos de temporada: navideños, fiestas patrias, día del amor, la primavera, macetas con flores, guirnaldas, carpetas, švestidos! Y también le hacen pedidos especiales, así es que si quiere que en su boda las mesas tengan maravillosos manteles blancos con palomas y su nombre y el del amado, este es el lugar.
Pero después de tantas compras necesitamos un descanso bien acompañado, así es que caminemos unos pasos hasta la calle de Regina 169, donde está situado el tradicional restaurante Don Chon, que atiende personalmente su chef, Fortino Rojas, quien prepara exquisiteces prehispánicas; por lo pronto, un mezcal acompañado de unas tortitas de huevo de mosco y tostadas de pejelagarto. A continuación sopa de nopales, y de plato fuerte chamorro de jabalí, tortas de chapulines en salsa borracha o, si es muy refinado, un crisantemo relleno de angulas. De postre, flan de chicozapote o pastel de amaranto.
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