Carlos Montemayor
Efrén Rebolledo (1877-1929)
De los 12 sonetos de Caro Victrix (Carne victoriosa), dijo Xavier Villaurrutia en 1940 que eran ''los más intensos y, hasta ahora, mejores poemas de amor sexual de la poesía mexicana. Es entonces cuando el poema de Rebolledo no es ya como una joya, sino una joya".
El erotismo nutrió la obra entera de Efrén Rebolledo en varios temas que podríamos tratar de recapitular. La soledad de la memoria carnal. La solitaria memoria del deseo y de la imagen femenina en el lecho del hombre. La descripción morosa, pura, de las caricias y los besos sobre la desnudez del cuerpo femenino. La risueña y dolorosa imagen del viejo que sólo recuerda, como fauno, los días pasados en que asaltó a náyades desnudas. La coincidencia mística y sensual. Un cierto masoquismo, señalado ya por Jaime Labastida. La separación de los amantes. El amor de la mujer como un abismo que devora, su abrazo en que el deseo y el peligro se unen. El amor de la mujer lesbiana. El amor de la mujer religiosa. Finalmente, con el que termina el Caro Victrix, el amor sensual y su espasmo como una puerta o un velo que al rasgarse muestra la noche humana, la soledad individual e intransferible de la vida.
Este conjunto de temas eróticos puede subsumirse, empero, en tres o cuatro direcciones -o mejor, impulsos-: primero, el amor sensual como un gozo contemplativo donde no se incluye el poeta mismo; segundo, el amor sensual como destrucción de uno o de ambos amantes; tercero, el amor sensual como experiencia que conduce a la conciencia o revelación de la propia soledad de la vida. O sea, no es el deseo erótico por sí mismo: es la puerta que el deseo abre. No es la experiencia erótica por sí misma: es la conciencia a que el deseo nos entrega. No es el vértigo del deseo erótico por sí mismo: es la visión de la vida y la memoria que tal vértigo nos permite.
El cuarto impulso es la persistente alabanza y adoración del cuerpo carnal, de la carne iluminadora, rasgo que lo hace no sólo moderno, sino completamente nuestro contemporáneo. A la luz del cristianismo surgirá una carne glorificada por el espíritu en la resurrección o, según la secta de que se trate, un cuerpo espiritual que ya no es carne, pero es glorioso. La virtud de tal cuerpo redimido es la virtud de no ser vencido por la muerte, sino la de haberse tornado en el vencedor de la muerte. Siguiendo la advertencia de Jeremías y después de San Pablo: ''ƑDónde está, oh muerte, tu victoria,/ dónde, oh muerte, tu aguijón?", vencerá a la muerte esa resurrección gloriosa y será justo decir, desde una perspectiva judeocristiana, que ese cuerpo y esa carne serán victoriosos y habrán vencido al pecado y a la muerte.
En Caro Victrix la carne es victoriosa no por el deseo mismo ni por el cuerpo mismo, sino por la vida que el deseo y la carne constituyen y por la conciencia que ambos revelan. Es victoriosa porque sólo canta el poeta la que ha logrado ser digna del amor, ser digna de la pasión. No cualquier carne es por sí misma victoriosa; no cualquier deseo es por sí mismo victorioso; la carne que se hace digna del engrandecimiento de ese deseo y de esa conciencia es victoriosa. Esto lo labró en moldes admirables y justísimos Efrén Rebolledo y lo convirtió en uno de nuestros mejores clásicos.
Tú no sabes lo que es la codicia
de morder en la boca anhelada...
Y no sabes lo que es el despecho
de pensar en tus formas divinas
revolviéndose solo en su lecho
que el insomnio ha sembrado de
espinas.
La rima de las voces divinas y espinas no es casual; la relación entre la pasión por una mujer que se siente diosa se opone semánticamente a la flagelación cristiana del místico. Esto se repite en los siguientes versos que anticipan a López Velarde:
Esgrimes tu paraguas desplegado,
que suena cual si fuera fustigado
con los cordones de una disciplina.
No muy lejana a esta experiencia se halla el poema dedicado a Santa Teresa o el de Yo necesito tu mano nevada, que es la consecuencia lógica de tal planteamiento: el contacto o unión con el cuerpo de la mujer deseada o del amante deseado, lava, limpia de culpa, redime.
Una faz diversa de la imposibilidad de retener a la amante es la vejez o la muerte. Leo este risueño y tierno final de la Vejez del sátiro, que observa escondido entre los bosques la persistencia de la juventud:
''Hoy el soplo glacial de los inviernos/ ha doblado las puntas de sus cuernos,/ su flauta de carrizos está muda/ y lleno de pesares y congojas,/ al mirar una náyade desnuda/ suspira de impotencia entre las hojas."
Muchos poemas ejemplifican el proceso de elevación que condujo a Rebolledo a las mayores alturas en las cuatro vertientes o impulsos de sus temas. Grandes poemas hay anteriores al Caro Victrix inscritos en la experiencia destructora de la pasión erótica. La perfección e intensidad de algunos de sus primeros poemas es una demostración incontrastable de la unidad de su obra y su constancia. Es el caso del poema Los ojos:
Felinos y traidores como el viejo
Mar, su calma engañosa me fascina,
Y veo en su llanura cristalina
Pasar mis ideales en cortejo.
En sus linfas serenas un reflejo
Verdioscuro dibuja la divina
Esperanza y como una golondrina
La ilusión raya el agua de su espejo.
Mirando su cristal pérfido y hondo
Columbro tempestades en el fondo,
Zafiros y coral en sus arenas.
Y al abismo atrayendo mis miradas,
Saliendo de sus ondas hechizadas
Oigo el canto traidor de las sirenas.
Es irrelevante decir que escribió este poema entre los 20 y 23 años; pudo haberlo hecho a los 40. Igualmente pulcros y hermosos, más modernistas y ceñidos que el anterior, son Los besos y Las manos.
También La música. En este poema y en Los ojos aparecen como nota común el oído y la voz: en la terrible, el canto de las sirenas; en la alegre, el del mar que no es salado ni áspero, sino armonioso en las caracolas. En los ojos del primer poema, el mar es peligroso, mortal; en el segundo no es mortífero el deseo: la caricia que despierta es la caricia delincuente.
No está por demás decir que el poema erótico no ha sido siempre objeto de atención. En Occidente dieron acaso el primer ejemplo los poetas eolios como Safo, Anacreonte y Alceo. Ellos cantaron en el siglo VI aC, a Eros, del que Hesíodo había dicho que fue el primero en existir junto con el Caos, Gea y el Tártaro. Varios siglos después Eros fue considerado distinto de Filía, amistad o filéoo, amar, y de agápi, amar, como expresión más elevada del espíritu.
Con el cristianismo, Eros pasó a formar parte de la pasión más baja del ser humano, de la carne, y las otras formas participaron de los valores del alma y de Dios y del amor que redime. En este nivel superior de amor la poesía trovadoresca se situó y avanzó con los poetas del dolce stil nuovo.
Las cantigas galaicoportuguesas, en cambio, retornaron a la noción de Eros, sobre todo motivadas por la influencia árabe y judía. Rebolledo es el primer poeta en México que, en estas vertientes, fue tenaz al encuentro del viejo amor de la carne.