Soledad Loaeza
La diosa Fortuna y las elecciones en Alemania
Gerhard Schroeder es verdaderamente un Glückskind. Es cierto que mucho mérito tiene una carrera que inició con enormes desventajas: huérfano de la guerra desde muy pequeño, conoció la pobreza, un padrastro tuberculoso y una madre que trabajaba haciendo la limpieza para sacar adelante a una familia de cuatro hijos. Supo aprovechar las oportunidades de la educación pública, se formó como abogado; hizo buena parte de su trayectoria en el Partido Socialdemócrata (SPD) a la sombra de Willy Brandt, pero en su estilo, en sus referencias, en su manera de hablar están siempre presentes su origen prolet y sus primeros años, así como el enorme esfuerzo que significó el ascenso de un nivel social muy bajo hasta la cúspide del poder de una de las grandes potencias europeas. Schroeder es un auténtico producto de la Alemania de la reconstrucción de la posguerra: como si su propia biografía fuera una microhistoria del país que supo levantarse de las cenizas y recuperar un lugar prominente entre las potencias industriales del siglo XXI. De ahí que el pasado 22 de septiembre la mayoría de los que votaron por él y su partido fueran trabajadores y gente sencilla que se sienten con Schroeder más a gusto de lo que jamás se sentirían con su contrincante, el muy tieso y bávaro Edmond Stoiber, candidato de la alianza demócratacristiana CDU-CSU, que, en cambio, encarna absolutamente todos los estereotipos que el mundo exterior tiene acerca del ser alemán. Todo aquello que podía hacerlo atractivo en su país, puede hacerlo antipático en el exterior.
Pero Schroeder también es un hombre con suerte. Durante los primeros seis meses del año las encuestas indicaban de manera consistente e inequívoca que los simpatizantes que tenía el SPD no eran suficientes para mantenerlo en el poder. A menos de que algo extraordinario ocurriera, la coalición CDU-CSU con el Partido Demócrata Liberal, resultaría ampliamente victoriosa en la elección del 15 parlamento alemán. Y lo extraordinario ocurrió. La muy apretada relección de la coalición SPD-Partido Verde, en el poder desde 1998, se explica en primer lugar por lo que Maquiavelo llama un accidente, es decir, un acontecimiento inesperado sobre el que nadie más que la madre naturaleza -o alguna otra fuerza superior-, tiene control, pero que puede favorecer o devastar los planes de cualquier hombre político. Por esta razón, el florentino recomendaba que en todo cálculo político se tuviera siempre en cuenta una contingencia de este tipo. Una de las grandes crueldades de la política es que en más de un caso la buena fortuna de los hombres en el poder es hija de las desgracias de sus gobernados. Así, en estas elecciones alemanas, aunque parezca una inmoralidad, la diosa Fortuna le sonrió a Schroeder con las muchas desgracias que acarreó el desbordamiento del río Elba a mediados de agosto. Lo sorpresivo de la catástrofe, las ciudades y los campos inundados, las enormes pérdidas económicas, todo ello fue una oportunidad de oro para que Schroeder se mostrara como un canciller capaz de enfrentar una crisis sin titubeos, con determinación y capacidad. Respondió a las demandas con un programa de emergencia -y el apoyo de la UE para estas contingencias-, se acercó a los damnificados y se convirtió en el hombre de la situación. Más todavía, en circunstancias de emergencia como ésta, los electores prefieren limitar cualquier cambio que pudiera generar una incertidumbre, por pequeña que sea. Schroeder le debe al Elba, que también haya arrastrado mucho del descontento con el gobierno por su incapacidad para abatir el desempleo, relanzar el crecimiento económico o poner en marcha las urgentes reformas laboral, del sistema de pensiones o de la aplastante burocracia, cuya urgencia todos reconocen.
Confiado en su buena fortuna, e insatisfecho con el bono de la crisis de las inundaciones, Schroeder decidió jugarse una carta de alto riesgo: la alianza con Estados Unidos, y expresó su oposición a la guerra del gobierno de Washington contra Irak. Todavía no es muy claro cuánto ganó el SPD con el perfil anti Estados Unidos como tema de campaña, en cambio, la postura le costó muchos votos y la buena disposición de Washington, sobre todo porque su ministra de justicia llevó estas críticas demasiado lejos y cinco días antes de la elección hizo una comparación bastante inapropiada entre los métodos de la Casa Blanca y los de Hitler. Por lo pronto, el presidente Bush no ha felicitado a Schroeder por su elección y se muestra, como diríamos aquí, muy encorajinado con los alemanes. No se puede minimizar la gravedad de este asunto, si tenemos presente que la alianza con Estados Unidos fue la piedra angular de la reconstrucción alemana. Es grande la deuda y todos lo saben.
La alianza del SPD con el Partido Verde no es un asunto de suerte, pero Joshka Fischer es un gran regalo que la vida le dio a Schroeder para esta campaña. El político más popular, el más simpático y atractivo de todos los que se presentaron fue sin lugar a dudas determinante para la relección. El sesentaiochero con cara y risa de niño, fue el principal beneficiario de la personalización de la campaña que le trajo al SPD los votos que necesitaba. Además, Fischer representa exactamente todo lo opuesto a Stoiber: la frescura, la audacia, la irreverencia de esa parte de la sociedad alemana cuya existencia nos sorprende cada año en el Love Parade, y nos habla de un país que está todavía por descubrirse. Con él también la diosa Fortuna le dio el vuelco al empate en 38.5 por ciento entre los dos grandes partidos, pero no resolvió el futuro inmediato de un partido que está en el poder, aunque perdió 3 por ciento del voto que obtuvo hace cuatro años, frente a otro que está en la oposición, aunque ganó 4 por ciento en relación con la pasada elección. Así es la suerte y la estadística.