José Steinsleger
Vigencia de Hidalgo
La imperiosa tarea de conocer la historia exige aclarar
los ''para qué" del propósito. Por sus connotaciones, suena
desconcertante oír a historiadores que atribuyen la Independencia
de México a los ''delirios" de un ''cura incendiario confundido
por su momento histórico".
La pretensión de acabar con los ''mitos" de la
Independencia no es casual ni reciente. Empezó cuando el Santo Oficio
y el partido del europeísmo criollo-feudal acusó a Miguel
Hidalgo de ''impío", ''monstruo", ''luterano", ''ateo", ''materialista",
''hipócrita", ''sedicioso" (enero de 1811) y prosigue en nuestros
días con el mal disimulado odio reaccionario de quienes nos venden
un futuro político incapaz de balancear los costos del pasado.
En Carta a Sor Filotea, Sor Juana Inés de
la Cruz escribió: ''...porque el mal uso no es culpa del arte, sino
del mal profesor que los vicia, haciendo de ellos lazos del demonio; y
esto en todas las facultades y ciencias sucede". (1691)
Raíces del nacionalismo mexicano
Cuando
la campana de Hidalgo repicó en Dolores no éramos mexicanos,
bolivianos, panameños o venezolanos. De San Francisco a las Malvinas
éramos ''españoles de las Américas". Esta identidad
nos acompañó 300 años. Hasta que a mediados del siglo
XVIII aparecieron los hombres que se preguntaron si acaso éramos
un solo pueblo. Los hombres de la generación de Hidalgo fueron los
auténticos ''descubridores" de América.
Descubrieron (y aceptaron) que en ''las Españas"
mal convivían muchos pueblos y en ''las Américas" también.
Sus preguntas y sus acciones llevaron al derrumbe de la arquitectura política
virreinal y al estallido de las formas feudales que sustentaban la dominación:
Antequera y Mompox, en Paraguay; Tupac Amaru y Tupac Katari, en el Alto
Perú; Tiradentes, en Brasil; Petion, en Haití; los comuneros,
Nariño y Miranda, en Nueva Granada.
Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700) tuvo
un sentimiento de continuidad entre el México indígena y
el español. El veracruzano Francisco Javier Clavijero (1731-87)
entendió su Historia antigua de México como descripción
del carácter de un pueblo, refutando la visión eurocéntrica
de Paw, Buffon, Raynal y Robertson.
En Rusticatio mexicana, el guatemalteco Rafael
Landívar (1731-93) volcó la mirada sobre la cochinilla, la
chachalaca y el valle de Tepic, el tordo, el zopilote, el uso de las lanas,
el trabajo en las minas de oro y plata y las peleas de gallos, el palo
ensebado y el juego de pelota. Todos ellos se maravillaron con el hallazgo
del Popol Vuh, manuscrito en lengua quiché (Chichicastenango,
1703, perdido en 1550), adaptación escrita de relatos de la tradición
oral maya, y el descubrimiento del Calendario o Disco Solar azteca grabado
en la piedra de Tonalamatl, perdida entre las ruinas de la destrucción
de Tenochtitlán (1790).
¿Cómo se vivía en el México
de Hidalgo? Cinco millones de indios, mestizos y mulatos y cerca de un
millón de blancos, 30 mil poseedores de las riquezas. ''Los que
nada tienen y los que lo tienen todo", según el obispo de Valladolid
(Morelia). Alexander von Humboldt, viajero de mirada larga, escribió:
''México es el país de la desigualdad, existe una desigualdad
tremenda en la distribución de la riqueza y de la cultura" (1803).
Eruditos a la violeta
En tanto, al otro lado del mar, con las reformas impulsadas
por Carlos III (1759-88) la burguesía española retomaba las
causas enarboladas por las comunidades castellanas del siglo XIV: dos siglos
y medio de luchas contra el feudalismo. Una España que admiraba
los progresos políticos de Francia, pero veía con recelo
la expansión del capitalismo inglés.
Históricamente, los españoles vivían
en el siglo XVI. Pero a finales del XVIII su drama y dilema consistía
en que si consentían en relajar las bases económico-sociales
de sus colonias debían entonces desprenderse de ellas para renovarse
a sí mismos. Es la España tolerante de Carlos III en la que
el poeta y militar gaditano José Cadalso estrena la sátira
Eruditos a la violeta (1772) ''...curso completo de todas las ciencias
en obsequio de los que pretenden saber mucho estudiando poco".
Cadalso se burlaba de quienes en la Universidad de Salamanca
podían construir ''...77 mil 777 silogismos sobre 'las huestes de
los ángeles' o sobre la 'construcción de los cielos'". Con
pluma de ganso, los enciclopedistas del siglo XVIII creían que la
prosperidad del ''Nuevo Mundo" exigía le negación de culturas
con significación dialéctica en la historia del mundo. Hoy,
perdidos en el ''ciberespacio", sostienen igual despropósito.
Una concepción aristocrática que a más
de negar el papel de los pueblos en los cambios, entrega el desarrollo
social a las minorías selectas.
Por
miedo a ser señalados de ''patrioteros" o "nacionalistas", hay quienes
relativizan a Hidalgo y la Guadalupana, el clero popular y los Niños
Héroes, el legado bolivariano y juarista. Ayer éramos ''inferiores".
Hoy ''atrasados". Hasta Bolívar, en sus primeras derrotas, llegó
a pensar que un desenvolvimiento del imperio español-americano mediante
el progreso del capitalismo en la metrópoli, podría haber
proporcionado a las colonias un nacimiento histórico más
sano. El Libertador rechazaba la monarquía. Pero también
desconfiaba de los gobiernos representativos y de ''...formas democráticas
tomadas en préstamo de Europa que carecían del fundamento
social que había en Europa y que no existía en América"
(Carta de Jamaica, 1815).
Hidalgo y los indios
Las instituciones, regímenes económicos
y sistemas políticos impuestos en América traían el
sello simiesco de los productos que Europa destinaba al mundo excéntrico.
La Independencia no fue un ''delirio" sino una necesidad que, desafortunadamente,
fue incapaz de conjurar lo que los pueblos de América pintaron en
las paredes de entonces: ''último día de despotismo, primero
de lo mismo".
En Constitución política de una república
imaginaria, José Joaquín Fernández de Lizardi
(1776-1827) narra las conversaciones del Payo y el Sacristán. Obra
que continúa el mundo de El Periquillo Sarniento, donde Lizardi
describe lo característico del ambiente social mexicano para revelar
la profunda separación entre las dos clases sociales más
diferenciadas: las de los poderosos que desprecian al pueblo y la de los
indígenas oprimidos e ignorantes.
Prefiriendo los últimos, Lizardi dedicó
su vida a su defensa, reproduciendo en cuadros sorprendentes por su verdad
y fuerza expresiva, el lenguaje peculiar de sus personajes en el que los
antiguos realistas se van convirtiendo en demócratas frenéticos,
como aquel influyente que en Bogotá traicionó a Bolívar
y dijo: ''...con idea democrática nos han amolado y con ella nos
hemos de vengar".
Sor Juana, Sigüenza, Clavijero, Landívar,
Hidalgo son los pilares de la conciencia nacional de los mexicanos. Morelos
y Guerrero la ejercieron. Juárez y los hombres de la Reforma le
dieron forma. Los Flores Magón, Villa, Zapata y Cárdenas,
contenido. Hasta que el primero de enero de 1994 los mayas despejaron el
signo de interrogación que Siqueiros pintó en el mural de
la UNAM, recordándonos cuán abierta y vigente está
la historia que Cuitláhuac y Cuauhtémoc empezaron en septiembre
de 1520.
Y con todo, a 500 años y más del inicio
de la Conquista, Aristóteles respira entre los encomenderos del
presente americano. No falla: quienes vegetan en el mundo de las ideas,
aseguran que la dicha de los pueblos depende de la importación de
las ideas, distorsionando las causas profundas que animaron a los hombres
y mujeres que foguearon la Independencia, la Reforma y la Revolución.
Del Padre de la Patria dijo José Martí:
''Desde niño fue el cura Hidalgo de la raza buena, de los que quieren
saber. Los que no quieren saber son de la raza mala. Vio a los negros esclavos
y se llenó de horror. Vio maltratar a los indios... y se sentó
entre ellos como un hermano viejo..."
Sensible a la situación de los pueblos antiguos,
consciente de la compleja diversidad de las castas explotadas, Hidalgo
se puso al frente de un ejército de indios a los que el 6 de diciembre
de 1810 liberó por decreto. El Generalísimo de América
intuyó que no era suficiente que el pensamiento buscase su propia
realización. La realidad debía buscar al pensamiento.