Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 15 de septiembre de 2002
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Cultura
José Steinsleger

Vigencia de Hidalgo

La imperiosa tarea de conocer la historia exige aclarar los ''para qué" del propósito. Por sus connotaciones, suena desconcertante oír a historiadores que atribuyen la Independencia de México a los ''delirios" de un ''cura incendiario confundido por su momento histórico".

La pretensión de acabar con los ''mitos" de la Independencia no es casual ni reciente. Empezó cuando el Santo Oficio y el partido del europeísmo criollo-feudal acusó a Miguel Hidalgo de ''impío", ''monstruo", ''luterano", ''ateo", ''materialista", ''hipócrita", ''sedicioso" (enero de 1811) y prosigue en nuestros días con el mal disimulado odio reaccionario de quienes nos venden un futuro político incapaz de balancear los costos del pasado.

En Carta a Sor Filotea, Sor Juana Inés de la Cruz escribió: ''...porque el mal uso no es culpa del arte, sino del mal profesor que los vicia, haciendo de ellos lazos del demonio; y esto en todas las facultades y ciencias sucede". (1691)

Raíces del nacionalismo mexicano

Cuando la campana de Hidalgo repicó en Dolores no éramos mexicanos, bolivianos, panameños o venezolanos. De San Francisco a las Malvinas éramos ''españoles de las Américas". Esta identidad nos acompañó 300 años. Hasta que a mediados del siglo XVIII aparecieron los hombres que se preguntaron si acaso éramos un solo pueblo. Los hombres de la generación de Hidalgo fueron los auténticos ''descubridores" de América.

Descubrieron (y aceptaron) que en ''las Españas" mal convivían muchos pueblos y en ''las Américas" también. Sus preguntas y sus acciones llevaron al derrumbe de la arquitectura política virreinal y al estallido de las formas feudales que sustentaban la dominación: Antequera y Mompox, en Paraguay; Tupac Amaru y Tupac Katari, en el Alto Perú; Tiradentes, en Brasil; Petion, en Haití; los comuneros, Nariño y Miranda, en Nueva Granada.

Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700) tuvo un sentimiento de continuidad entre el México indígena y el español. El veracruzano Francisco Javier Clavijero (1731-87) entendió su Historia antigua de México como descripción del carácter de un pueblo, refutando la visión eurocéntrica de Paw, Buffon, Raynal y Robertson.

En Rusticatio mexicana, el guatemalteco Rafael Landívar (1731-93) volcó la mirada sobre la cochinilla, la chachalaca y el valle de Tepic, el tordo, el zopilote, el uso de las lanas, el trabajo en las minas de oro y plata y las peleas de gallos, el palo ensebado y el juego de pelota. Todos ellos se maravillaron con el hallazgo del Popol Vuh, manuscrito en lengua quiché (Chichicastenango, 1703, perdido en 1550), adaptación escrita de relatos de la tradición oral maya, y el descubrimiento del Calendario o Disco Solar azteca grabado en la piedra de Tonalamatl, perdida entre las ruinas de la destrucción de Tenochtitlán (1790).

¿Cómo se vivía en el México de Hidalgo? Cinco millones de indios, mestizos y mulatos y cerca de un millón de blancos, 30 mil poseedores de las riquezas. ''Los que nada tienen y los que lo tienen todo", según el obispo de Valladolid (Morelia). Alexander von Humboldt, viajero de mirada larga, escribió: ''México es el país de la desigualdad, existe una desigualdad tremenda en la distribución de la riqueza y de la cultura" (1803).

Eruditos a la violeta

En tanto, al otro lado del mar, con las reformas impulsadas por Carlos III (1759-88) la burguesía española retomaba las causas enarboladas por las comunidades castellanas del siglo XIV: dos siglos y medio de luchas contra el feudalismo. Una España que admiraba los progresos políticos de Francia, pero veía con recelo la expansión del capitalismo inglés.

Históricamente, los españoles vivían en el siglo XVI. Pero a finales del XVIII su drama y dilema consistía en que si consentían en relajar las bases económico-sociales de sus colonias debían entonces desprenderse de ellas para renovarse a sí mismos. Es la España tolerante de Carlos III en la que el poeta y militar gaditano José Cadalso estrena la sátira Eruditos a la violeta (1772) ''...curso completo de todas las ciencias en obsequio de los que pretenden saber mucho estudiando poco".

Cadalso se burlaba de quienes en la Universidad de Salamanca podían construir ''...77 mil 777 silogismos sobre 'las huestes de los ángeles' o sobre la 'construcción de los cielos'". Con pluma de ganso, los enciclopedistas del siglo XVIII creían que la prosperidad del ''Nuevo Mundo" exigía le negación de culturas con significación dialéctica en la historia del mundo. Hoy, perdidos en el ''ciberespacio", sostienen igual despropósito.

Una concepción aristocrática que a más de negar el papel de los pueblos en los cambios, entrega el desarrollo social a las minorías selectas.

Por miedo a ser señalados de ''patrioteros" o "nacionalistas", hay quienes relativizan a Hidalgo y la Guadalupana, el clero popular y los Niños Héroes, el legado bolivariano y juarista. Ayer éramos ''inferiores". Hoy ''atrasados". Hasta Bolívar, en sus primeras derrotas, llegó a pensar que un desenvolvimiento del imperio español-americano mediante el progreso del capitalismo en la metrópoli, podría haber proporcionado a las colonias un nacimiento histórico más sano. El Libertador rechazaba la monarquía. Pero también desconfiaba de los gobiernos representativos y de ''...formas democráticas tomadas en préstamo de Europa que carecían del fundamento social que había en Europa y que no existía en América" (Carta de Jamaica, 1815).

Hidalgo y los indios

Las instituciones, regímenes económicos y sistemas políticos impuestos en América traían el sello simiesco de los productos que Europa destinaba al mundo excéntrico. La Independencia no fue un ''delirio" sino una necesidad que, desafortunadamente, fue incapaz de conjurar lo que los pueblos de América pintaron en las paredes de entonces: ''último día de despotismo, primero de lo mismo".

En Constitución política de una república imaginaria, José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827) narra las conversaciones del Payo y el Sacristán. Obra que continúa el mundo de El Periquillo Sarniento, donde Lizardi describe lo característico del ambiente social mexicano para revelar la profunda separación entre las dos clases sociales más diferenciadas: las de los poderosos que desprecian al pueblo y la de los indígenas oprimidos e ignorantes.

Prefiriendo los últimos, Lizardi dedicó su vida a su defensa, reproduciendo en cuadros sorprendentes por su verdad y fuerza expresiva, el lenguaje peculiar de sus personajes en el que los antiguos realistas se van convirtiendo en demócratas frenéticos, como aquel influyente que en Bogotá traicionó a Bolívar y dijo: ''...con idea democrática nos han amolado y con ella nos hemos de vengar".

Sor Juana, Sigüenza, Clavijero, Landívar, Hidalgo son los pilares de la conciencia nacional de los mexicanos. Morelos y Guerrero la ejercieron. Juárez y los hombres de la Reforma le dieron forma. Los Flores Magón, Villa, Zapata y Cárdenas, contenido. Hasta que el primero de enero de 1994 los mayas despejaron el signo de interrogación que Siqueiros pintó en el mural de la UNAM, recordándonos cuán abierta y vigente está la historia que Cuitláhuac y Cuauhtémoc empezaron en septiembre de 1520.

Y con todo, a 500 años y más del inicio de la Conquista, Aristóteles respira entre los encomenderos del presente americano. No falla: quienes vegetan en el mundo de las ideas, aseguran que la dicha de los pueblos depende de la importación de las ideas, distorsionando las causas profundas que animaron a los hombres y mujeres que foguearon la Independencia, la Reforma y la Revolución.

Del Padre de la Patria dijo José Martí: ''Desde niño fue el cura Hidalgo de la raza buena, de los que quieren saber. Los que no quieren saber son de la raza mala. Vio a los negros esclavos y se llenó de horror. Vio maltratar a los indios... y se sentó entre ellos como un hermano viejo..."

Sensible a la situación de los pueblos antiguos, consciente de la compleja diversidad de las castas explotadas, Hidalgo se puso al frente de un ejército de indios a los que el 6 de diciembre de 1810 liberó por decreto. El Generalísimo de América intuyó que no era suficiente que el pensamiento buscase su propia realización. La realidad debía buscar al pensamiento.

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