Afganistán, al borde de un desastre;
la anarquía, a la vuelta de la esquina
Crecen nuevos plantíos de amapola en Helmand
y Uruzgan, ahora bajo control de otros amos
EU prohíbe a tropas de la ISAF ingresar a zonas
donde los caciques siguen mandando
Continúa la carnicería de pashtunes
y Washington calla; hay fosas comunes en el norte
ROBERT FISK THE INDEPENDENT
Kandahar, 13 de septiembre. El jardín había
crecido demasiado, las rosas se veían raquíticas después
de un día de calor en Kandahar y el polvo se metía en nuestros
ojos, nariz, boca y uñas. Pero el mensaje no tuvo rodeos: "ésta
es una guerra secreta", me afirmó el hombre de las Fuerzas Especiales.
"Y en esta guerra sucia uno no sabe realmente lo que está
sucediendo".
Y, desde luego, se estima que no lo sabemos. En la "guerra
contra el terror" se supone que los periodistas deben guardar silencio
y confiar en que los buenos se encargarán de señalarnos a
los malos, sin preocuparse demasiado de los derechos humanos.
¿Y qué derechos humanos concedieron a sus
victimas los asesinos múltiples que el 11 de septiembre atacaron
Estados Unidos? Si no estás con nosotros estás contra nosotros.
¿De qué lado estás tú?
Pero el hombre del jardín estaba preocupado. No
era estadunidense. Era uno de los "aliados de la coalición", como
llaman los estadunidenses a sus pánfilos que los han seguido hasta
Afganistán.
"Los estadunidenses ya no saben qué hacer aquí
-continuó-. Los ánimos están cayendo en picada, si
bien no hay propiamente enfrentamientos con los generales que ordenan las
misiones desde Tampa, Florida. Siguen siendo muy combativos. Pero los soldados
aquí saben que las cosas no han salido bien, que hay cosas que no
están funcionando. Hasta sus interrogatorios han salido mal", brutalmente
mal, según parece.
Durante las primeras semanas de este año los estadunidenses
arrasaron dos aldeas af-ganas y mataron a 10 policías del gobierno
pro estadunidense de Hamid Karzai, además de que los soldados maltrataron
a los sobrevivientes de dicha operación.
Los reporteros estadunidenses, en un raro alarde de valor
ratonil en medio de la autocensura que caracteriza sus despachos, citaron
a prisioneros que declaraban haber sido golpeados por las tropas de Washington.
Según
funcionarios occidentales destacados en Kandahar, las tropas estadunidenses
"dieron una paliza a los prisioneros".
Desde entonces las cosas han cambiado. Las fuerzas estadunidenses
en Afganistán, al parecer, ahora dejan las golpizas a sus aliados
afganos, especialmente a los miembros del así llamado Cuerpo de
Fuerzas Es-peciales Afganas, un grupo de matones fi-nanciado por Washington
que tiene su sede en lo que fue el centro de tortura de la policía
secreta Khad en Kabul.
"Son las Fuerzas Especiales Afganas las que golpean actualmente
a los prisioneros pashtunes para sacarles información, no son los
estadunidenses -me dijo el militar occidental-. Pero agentes de la CIA
(Agencia Central de Inteligencia) están presentes durante las palizas,
por lo tanto, los estadunidenses son culpables porque ellos permiten que
eso suceda".
Así fue como empezaron los estadunidenses en Vietnam.
Se metieron muy limpiamente, hubo algunos incidentes de "eliminación
con perjuicio extremo" después de los cuales fueron los muchachos
de la inteligencia vietnamita los que se encargaron de la tarea sucia:
la tortura.
Lo mismo pasó con los rusos. Cuando los soldados
se derramaron a través de la frontera en 1979, muy pronto le ordenaron
a sus aliados afganos de las policías secretas afganas, Parcham
y Khad, encargarse de los interrogatorios "serios".
Y si es esto lo que hacen los estadunidenses en Afganistán,
¿qué está pasando con sus prisioneros en Guantánamo,
Cuba?
O, para el caso, qué pasa con sus prisioneros en
Bagram, la base aérea al norte de Kabul a la que son llevados todos
los ciudadanos capturados en Kandahar para ser investigados, si quienes
realizaron los interrogatorios iniciales consideran que los cautivos tienen
algo más qué decir.
Desde luego, es posible retroceder un paso de este oscuro
y siniestro rincón de la aventura afgana de Estados Unidos. En la
era pos talibán los trabajadores humanitarios han logrado pequeños
milagros.
Unicef ha reportado que 486 maestras trabajan en cinco
provincias sudorientales del país centroasiático, donde 16
mil 674 niñas ya asisten a la escuela. Sólo en Uruzgan, donde
el talibán era todopoderoso, ni una maestra ha sido contratada.
Funcionarios de la Organización de Na-ciones Unidas
(ONU) pueden presumir que en estas provincias, que forman un cinturón
de pobreza, la poliomielitis ha quedado casi erradicada.
La ONU combatía la polio desde antes que cayera
el talibán, y los medicamentos cuya producción prohibía
el régimen han regresado al mercado.
Los plantíos de amapola crecen nuevamente en la
provincia de Helmand, y los caudillos locales de Uruzgan tratan de evadir
las prohibiciones del gobierno, con el fin de consolidar sus nuevos plantíos
y centros de producción.
En Kabul, donde dos ministros del go-bierno interino han
sido asesinados en siete meses, el presidente Karzai tiene protección
-que él mismo solicitó- por parte de guardaespaldas estadunidenses.
No se tiene que ser analista político para comprender
qué tipo de mensaje implica esto para los afganos.
Kabul es invadido por el tipo de rumores que nunca pueden
comprobarse pero quedan grabados en la memoria, de la misma forma que el
polvo de Kandahar se pega a la garganta y los labios de cualquiera que
vaya a la provincia.
"Las fuerzas británicas hicieron bien en irse-
afirmó una noche un trabajador hu-manitario inglés durante
una cena en Ka-bul-. Se dieron cuenta que de que a Estados Unidos no le
interesa realmente que haya ley y orden en este país; sabían
que los estadunidenses fallarían. Por eso se salieron tan pronto
vieron la oportunidad".
Los estadunidenses "afirman que quieren que haya paz y
estabilidad. Si es así, ¿por qué no dejan que la Fuerza
Internacional (ISAF) en Kabul se traslade hacia otras ciudades grandes
de Afganistán? ¿Por qué permiten que sus amigos caciques
persigan a los pobladores de todo el resto del país?"
Aún más perturbadores y persistentes son
los reportes de que en el norte de Afganistán fueron masacrados
miles de pashtunes, en noviembre pasado, después de la matanza en
el fuerte General Dostum Qal i Jangi.
De estos asesinatos en masa me habló un trabajador
humanitario a quien conozco desde hace dos décadas; este funcionario
jugó un valeroso papel al impedir asesinatos en Líbano, en
1982.
El se enteró de la matanza y la denunció
en diciembre del año pasado, con pleno co-nocimiento de los estadunidenses.
Pero Washington no hizo nada al respecto, reaccionando
de la misma forma en que ignoró a los 600 prisioneros paquistaníes
que se encuentra en Shirbagan, algunos de los cuales aún están
muriendo por hambre y malos tratos en manos de sus captores de la Alianza
del Norte.
"Hay fosas comunes a todo lo largo de la zona norte del
país y los estadunidenses, que saben de esto, no han dicho nada-
me afirmó mi viejo amigo-. Los servicios británicos de inteligencia
saben de esto también, y Londres no ha dicho nada".
Irak, el objetivo verdadero
En Kabul hay quienes piensan que las tropas de Estados
Unidos permanecen en el territorio afgano con una segunda intención,
que es tener libertad de movimiento total hacia Pakistán.
"Ya ha habido muchas metidas de pata en Afganistán
y no pueden tampoco destacar a miles de sus soldados en Pakistán-
me explicó un funcionario occidental en Ka-bul-. Están más
seguros aquí, donde pueden entrar y salir de Pakistán. Pueden
se-guir presionando a (Pervez) Musharraf desde aquí, y también
a los iraníes".
La semana pasada, The Independent reveló
que agentes de la FBI (Oficina Federal de Investigaciones) están
arrestando a pa-quistaníes en sus casas y llevándolos, a
través de la frontera, para ser interrogados en la base de Bagram.
Pero un hombre de las fuerzas especiales destacado en
el sur afgano fue quien mostró una visión un poco más
global: "Tal vez los estadunidenses se empiecen a retirar de Afganistán
cuando haya otra guerra, cuando le declaren la guerra a Irak. Estados Unidos
no podría vérselas con dos guerras al mismo tiempo. Sería
demasiado".
Así es que para poner fin a la "guerra contra el
terror" en Afganistán, un conflicto bélico que ha dejado
a los narcotraficantes de la Alianza del Norte con un poder desmedido sobre
el gobierno afgano, así como a muchos miembros de Al Qaeda libres,
y sin la más mínima paz en el país, necesitamos que
haya una nueva guerra contra Irak.
Como si no bastara con el conflicto israelí-palestino.
Pero cuando Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa de Estados Unidos,
no puede identificar un solo "territorio supuestamente ocupado por Israel"
en Cisjordania, seguramente el Pentágono cree que las tropas de
ocupación que están en dicha zona son soldados suizos o de
Burma.
No tiene mucho caso intentar que Washington acepte la
realidad.
Y la realidad es que Afganistán está al
borde de otro desastre. Pakistán está avanzando hacia la
anarquía de la que ya advirtió la oposición de ese
país.
La guerra entre palestinos e israelíes, además,
está fuera de control. Por lo tanto, de verdad necesitamos una guerra
en Irak, ¿no es cierto?
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca