Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 14 de septiembre de 2002
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Mundo
Afganistán, al borde de un desastre; la anarquía, a la vuelta de la esquina

Crecen nuevos plantíos de amapola en Helmand y Uruzgan, ahora bajo control de otros amos

EU prohíbe a tropas de la ISAF ingresar a zonas donde los caciques siguen mandando

Continúa la carnicería de pashtunes y Washington calla; hay fosas comunes en el norte

ROBERT FISK THE INDEPENDENT

Kandahar, 13 de septiembre. El jardín había crecido demasiado, las rosas se veían raquíticas después de un día de calor en Kandahar y el polvo se metía en nuestros ojos, nariz, boca y uñas. Pero el mensaje no tuvo rodeos: "ésta es una guerra secreta", me afirmó el hombre de las Fuerzas Especiales. "Y en esta guerra sucia uno no sabe realmente lo que está sucediendo".

Y, desde luego, se estima que no lo sabemos. En la "guerra contra el terror" se supone que los periodistas deben guardar silencio y confiar en que los buenos se encargarán de señalarnos a los malos, sin preocuparse demasiado de los derechos humanos.

¿Y qué derechos humanos concedieron a sus victimas los asesinos múltiples que el 11 de septiembre atacaron Estados Unidos? Si no estás con nosotros estás contra nosotros. ¿De qué lado estás tú?

Pero el hombre del jardín estaba preocupado. No era estadunidense. Era uno de los "aliados de la coalición", como llaman los estadunidenses a sus pánfilos que los han seguido hasta Afganistán.

"Los estadunidenses ya no saben qué hacer aquí -continuó-. Los ánimos están cayendo en picada, si bien no hay propiamente enfrentamientos con los generales que ordenan las misiones desde Tampa, Florida. Siguen siendo muy combativos. Pero los soldados aquí saben que las cosas no han salido bien, que hay cosas que no están funcionando. Hasta sus interrogatorios han salido mal", brutalmente mal, según parece.

Durante las primeras semanas de este año los estadunidenses arrasaron dos aldeas af-ganas y mataron a 10 policías del gobierno pro estadunidense de Hamid Karzai, además de que los soldados maltrataron a los sobrevivientes de dicha operación.

Los reporteros estadunidenses, en un raro alarde de valor ratonil en medio de la autocensura que caracteriza sus despachos, citaron a prisioneros que declaraban haber sido golpeados por las tropas de Washington.

Según funcionarios occidentales destacados en Kandahar, las tropas estadunidenses "dieron una paliza a los prisioneros".

Desde entonces las cosas han cambiado. Las fuerzas estadunidenses en Afganistán, al parecer, ahora dejan las golpizas a sus aliados afganos, especialmente a los miembros del así llamado Cuerpo de Fuerzas Es-peciales Afganas, un grupo de matones fi-nanciado por Washington que tiene su sede en lo que fue el centro de tortura de la policía secreta Khad en Kabul.

"Son las Fuerzas Especiales Afganas las que golpean actualmente a los prisioneros pashtunes para sacarles información, no son los estadunidenses -me dijo el militar occidental-. Pero agentes de la CIA (Agencia Central de Inteligencia) están presentes durante las palizas, por lo tanto, los estadunidenses son culpables porque ellos permiten que eso suceda".

Así fue como empezaron los estadunidenses en Vietnam. Se metieron muy limpiamente, hubo algunos incidentes de "eliminación con perjuicio extremo" después de los cuales fueron los muchachos de la inteligencia vietnamita los que se encargaron de la tarea sucia: la tortura.

Lo mismo pasó con los rusos. Cuando los soldados se derramaron a través de la frontera en 1979, muy pronto le ordenaron a sus aliados afganos de las policías secretas afganas, Parcham y Khad, encargarse de los interrogatorios "serios".

Y si es esto lo que hacen los estadunidenses en Afganistán, ¿qué está pasando con sus prisioneros en Guantánamo, Cuba?

O, para el caso, qué pasa con sus prisioneros en Bagram, la base aérea al norte de Kabul a la que son llevados todos los ciudadanos capturados en Kandahar para ser investigados, si quienes realizaron los interrogatorios iniciales consideran que los cautivos tienen algo más qué decir.

Desde luego, es posible retroceder un paso de este oscuro y siniestro rincón de la aventura afgana de Estados Unidos. En la era pos talibán los trabajadores humanitarios han logrado pequeños milagros.

Unicef ha reportado que 486 maestras trabajan en cinco provincias sudorientales del país centroasiático, donde 16 mil 674 niñas ya asisten a la escuela. Sólo en Uruzgan, donde el talibán era todopoderoso, ni una maestra ha sido contratada.

Funcionarios de la Organización de Na-ciones Unidas (ONU) pueden presumir que en estas provincias, que forman un cinturón de pobreza, la poliomielitis ha quedado casi erradicada.

La ONU combatía la polio desde antes que cayera el talibán, y los medicamentos cuya producción prohibía el régimen han regresado al mercado.

Los plantíos de amapola crecen nuevamente en la provincia de Helmand, y los caudillos locales de Uruzgan tratan de evadir las prohibiciones del gobierno, con el fin de consolidar sus nuevos plantíos y centros de producción.

En Kabul, donde dos ministros del go-bierno interino han sido asesinados en siete meses, el presidente Karzai tiene protección -que él mismo solicitó- por parte de guardaespaldas estadunidenses.

No se tiene que ser analista político para comprender qué tipo de mensaje implica esto para los afganos.

Kabul es invadido por el tipo de rumores que nunca pueden comprobarse pero quedan grabados en la memoria, de la misma forma que el polvo de Kandahar se pega a la garganta y los labios de cualquiera que vaya a la provincia.

"Las fuerzas británicas hicieron bien en irse- afirmó una noche un trabajador hu-manitario inglés durante una cena en Ka-bul-. Se dieron cuenta que de que a Estados Unidos no le interesa realmente que haya ley y orden en este país; sabían que los estadunidenses fallarían. Por eso se salieron tan pronto vieron la oportunidad".

Los estadunidenses "afirman que quieren que haya paz y estabilidad. Si es así, ¿por qué no dejan que la Fuerza Internacional (ISAF) en Kabul se traslade hacia otras ciudades grandes de Afganistán? ¿Por qué permiten que sus amigos caciques persigan a los pobladores de todo el resto del país?"

Aún más perturbadores y persistentes son los reportes de que en el norte de Afganistán fueron masacrados miles de pashtunes, en noviembre pasado, después de la matanza en el fuerte General Dostum Qal i Jangi.

De estos asesinatos en masa me habló un trabajador humanitario a quien conozco desde hace dos décadas; este funcionario jugó un valeroso papel al impedir asesinatos en Líbano, en 1982.

El se enteró de la matanza y la denunció en diciembre del año pasado, con pleno co-nocimiento de los estadunidenses.

Pero Washington no hizo nada al respecto, reaccionando de la misma forma en que ignoró a los 600 prisioneros paquistaníes que se encuentra en Shirbagan, algunos de los cuales aún están muriendo por hambre y malos tratos en manos de sus captores de la Alianza del Norte.

"Hay fosas comunes a todo lo largo de la zona norte del país y los estadunidenses, que saben de esto, no han dicho nada- me afirmó mi viejo amigo-. Los servicios británicos de inteligencia saben de esto también, y Londres no ha dicho nada".

Irak, el objetivo verdadero

En Kabul hay quienes piensan que las tropas de Estados Unidos permanecen en el territorio afgano con una segunda intención, que es tener libertad de movimiento total hacia Pakistán.

"Ya ha habido muchas metidas de pata en Afganistán y no pueden tampoco destacar a miles de sus soldados en Pakistán- me explicó un funcionario occidental en Ka-bul-. Están más seguros aquí, donde pueden entrar y salir de Pakistán. Pueden se-guir presionando a (Pervez) Musharraf desde aquí, y también a los iraníes".

La semana pasada, The Independent reveló que agentes de la FBI (Oficina Federal de Investigaciones) están arrestando a pa-quistaníes en sus casas y llevándolos, a través de la frontera, para ser interrogados en la base de Bagram.

Pero un hombre de las fuerzas especiales destacado en el sur afgano fue quien mostró una visión un poco más global: "Tal vez los estadunidenses se empiecen a retirar de Afganistán cuando haya otra guerra, cuando le declaren la guerra a Irak. Estados Unidos no podría vérselas con dos guerras al mismo tiempo. Sería demasiado".

Así es que para poner fin a la "guerra contra el terror" en Afganistán, un conflicto bélico que ha dejado a los narcotraficantes de la Alianza del Norte con un poder desmedido sobre el gobierno afgano, así como a muchos miembros de Al Qaeda libres, y sin la más mínima paz en el país, necesitamos que haya una nueva guerra contra Irak.

Como si no bastara con el conflicto israelí-palestino. Pero cuando Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa de Estados Unidos, no puede identificar un solo "territorio supuestamente ocupado por Israel" en Cisjordania, seguramente el Pentágono cree que las tropas de ocupación que están en dicha zona son soldados suizos o de Burma.

No tiene mucho caso intentar que Washington acepte la realidad.

Y la realidad es que Afganistán está al borde de otro desastre. Pakistán está avanzando hacia la anarquía de la que ya advirtió la oposición de ese país.

La guerra entre palestinos e israelíes, además, está fuera de control. Por lo tanto, de verdad necesitamos una guerra en Irak, ¿no es cierto?
 
 

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

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