Ofrece en su libro un ensayo sociológico
sobre algunos pudientes del país
En Ricas y famosas, de Daniela Rossell, el dinero
sólo es la mitad de la mirada
Sus fotografías se exhibieron en España
y Estados Unidos, donde recibieron elogios
La artista rehúye el contacto con los medios,
pero la puerta del ''escándalo'' se abrió
CESAR GÜEMES
Sin proponérselo, Daniela Rossell consiguió
un impecable ensayo sociológico sobre algunas de las (y los) integrantes
de la clase más adinerada del país. Su libro Ricas y famosas
(Océano), así lo indica.
Y es verdad también que no sólo es realidad
e historia lo que narran sus elocuentes imágenes, detrás
hay una educada forma de mirar, un concepto de lo que implica el término
entorno cotidiano y una sensibilidad formada pictóricamente en la
Academia de San Carlos y en las aulas de teatro de la UNAM.
La exposición precedente con el mismo título
del libro se presentó en España y Estados Unidos, países
en los que recibió elogiosos comentarios de la crítica y
del público. Sin embargo, en cuanto el trabajo de Rossell regresó
a su país de origen en forma de libro, comenzaron los problemas.
Muchas de las personas retratadas se consideraron ofendidas con la aparición
del volumen. Lo que en su momento no era sino el retrato de un sujeto (o
mujer) en su entorno adquirió, en contraste con la realidad económica
del país, tonos de indignación. Curiosamente, algunas de
las retratadas se llamaron a ofensa e iniciaron, hasta donde la autora
y los editores tienen conocimiento, una serie de acciones legales contra
la fotógrafa. A ello se sumaron, con creciente preocupación,
las amenazas contra Rossell. Así, no resulta extraño que
pese al éxito que va alcanzando Ricas y famosas, la fotógrafa
se niegue a tener contacto con los medios. Como la puerta del ''escándalo"
está abierta, por ahí pueden colarse con facilidad intereses
poco o nada relacionados con la manufactura de una imagen.
Pasarela sin elección de marco
Durante
la presentación del libro, por ejemplo, Rossell decidió no
exponerse y nunca tomó el micrófono. Y como viene del teatro,
creó una representación de ella misma que se vistió
a su usanza, tomó su nombre y expresó algunas palabras de
agradecimiento. Sobre la actriz, que prefiere guardar su identidad, se
volcaron cámaras y micrófonos. Daniela estaba atrás
de la tercera fila de reporteros y fotógrafos, pero nadie la vio.
Estuvo ahí todo el tiempo, horas antes, incluso, de que comenzara
el acto. Ella organizó y tuvo decisión sobre espacios, sonidos,
comidas y bebidas. Invitó a los presentadores -Eduardo Abaroa, Antonio
Alatorre, Marcela Rivero Lake, Mauricio Rossell, Gaby Vargas y Carlos Monsiváis,
quien se disculpó por no asistir-, los recibió y finalmente
se despidió de ellos. Se encontró presente, pues, para todo
aquel que quiso verla, sólo que pocos la miraron. De alguna suerte
se convirtió en un icono como los de su libro: un personaje al que
determina su entorno y que no requiere de que su nombre aparezca al calce,
una fotógrafa que no lleva gafete y que no lo busca ni lo aceptaría.
A lo largo de Ricas y famosas, como si se tratara
de una pasarela impresa, desfilan muchas personas, en su mayoría
mujeres y casi todas muy jóvenes. Y como señaló la
autora del volumen en conversación con La Jornada, muchas
de ellas no eligieron el marco que las define, nacieron con él o
a él se adecuaron. El lector -en los varios sentidos que admite
el sustantivo- se encontrará entonces, si nos atenemos al orden
de aparición, desde un portal que debe tener por lo menos ocho metros
de alto y al centro una mujer de las más olvidadas en una casa,
la trabajadora doméstica, hasta las de una mujer rubia que aparece
en lo que puede ser un despacho con cantina personal integrado y que sostiene
un singular letrero en oro: ''He who dies with the most toys, wins", que
al castellano en uso sería tanto como decir: el que llegue al final
del camino con más fichas, gana.
En el medio sumará el lector recámaras de
ensueño (pesadilla del mal gusto para unos, seductora realidad para
otros), colecciones de muñecas que envidiaría cualquier asiduo
del programa Coleccionistas, cuadros que lucen como originales y
han de serlo; animales disecados, estatuas de tamaño natural, mesas
de billar dignas de Paul Newman en El color del dinero, vistas panorámicas
en las que el punto de vista es símbolo de todo lo que el dinero
puede comprar, imágenes religiosas varias, retratos o pinturas de
personajes de la historia nacional, candelabros por toneladas, salones
internos con amplias fuentes de agua teñida, comedores de tal tamaño
que podrían albergar a un regimiento y la reproducción de
un Buda que de alto, aunque sentado esté, debe andar por lo menos
en los cuatro metros, sin contar el nicho sostenido por columnas que lo
alberga.
En Ricas y famosas, sin embargo, el dinero no lo
es todo, es tan sólo la mitad de la mirada, la mitad que va y que
se complementa con la mitad que viene.