Un apellido de perro
Museo jurídico en manos de pillos
LUMBRERA CHICO
Hay quien lo olvida, pero las plazas de toros de nuestros días son, a fin de cuentas, museos jurídicos que atesoran la evolución de las leyes que rigen la fiesta desde los tiempos de los reyes católicos. El paseíllo, por ejemplo, evoca el desalojo que la policía efectuaba en la plaza pública de los siglos XV y XVI antes de la celebración de la corrida. La suerte de varas nos recuerda la sustitución de los elegantes corceles de los nobles por las jacas de los carniceros que se hicieron cargo de la tauromaquia cuando ésta fue expulsada de la corte de España.
El tercio de banderillas trae a la memoria el desgarriate que era el toreo en el siglo XVII y parte del XVIII, cuando el público saltaba al ruedo y clavaba en el lomo del cuadrúpedo hachas, cuchillos y arpones "decorados" con cohetes y juegos pirotécnicos, mientras los caballos eran destripados y los "artistas" daban mantazos, en tanto que saltimbanquis y maromeros practicaban el salto con garrocha en las astas de la res, tal como los retrató don Francisco de Goya.
La actual división de la lidia en tercios rinde homenaje permanente a la reforma de 1850, impulsada por Curro Cúchares, que estableció el empleo del capote durante las suertes de varas y banderillas, y el uso exclusivo de la muleta en la etapa final de la faena, antes de entrar a matar únicamente con el estoque.
Los taurinos saben, asimismo, que en México la incorporación del reloj para limitar la duración del trasteo de muleta a un tiempo científicamente determinado se produjo a finales del XIX por decreto de Porfirio Díaz, y que la adopción del peto de borra para proteger el vientre de los caballos picadores data apenas de 1933. Museo jurídico, repito, que guarda la historia de los últimos 500 años, la fiesta brava es, aunque sólo fuera por eso, un tesoro cultural que hoy sin embargo está en manos de vividores y delincuentes.
De eso le platicaba ayer a un amigo francés, buen aficionado sin duda, a quien convencí de que no entráramos a la Monumental Plaza Muerta ni viéramos la nueva mascarada organizada por el doctor R. Pero, oh sorpresa, mientras comíamos y bebíamos afuera del cónico cementerio, un radio de pilas en el puesto de un taquero reproducía los gritos y exclamaciones del locutor de la XEW, que "narraba" una tarde "apoteótica", misma que, sin embargo, contrastaba con el impresionante silencio que brotaba del gigante de cemento.
Esto me hizo recordar un cuento de Chéjov, titulado Apellido de caballo, en el cual un olvidadizo intentaba recordar el patronímico de un sujeto que en realidad se llamaba Avena. Por ilación de ideas pensé que era de perro el apellido de Guillermo Leal, el mentiroso gritón de la XEW que de tal manera tomaba el pelo al auditorio de la República.
De la pachanga de ayer no cabe sino repetir que el amo de Leal volvió a usurpar el museo jurídico de Insurgentes para perder nuevamente "su" dinero, a fin de reducir el monto de los impuestos que pagan las empresas de sus patrocinadores, que sí obtienen ganancias, y muchas, en otros negocios mejor llevados y bastante más lucrativos que el de acabar con la fiesta brava en México.