CASINO DE LA SELVA: COMO ATENCO O TEPOZTLAN
Por
supuesto, nadie puede oponerse, en principio, a la creación de un
centro comercial o de una tienda. Pero todo reside en dónde se pretende
poner ese mall o un expendio de hamburguesas, como el que amenaza al zócalo
de Oaxaca y a todo el paisaje urbano de esa magnífica ciudad, y
en cómo y con cuáles métodos se quiere imponer esa
instalación.
Por eso lo que más llama la atención en
el caso del intento de destrucción del Casino de la Selva en Cuernavaca
y del valiosísimo entorno ambiental del mismo, es la repetición,
una vez más, de los métodos antidemocráticos, autoritarios,
verticalistas, que diversos estados mexicanos conocieron en el pasado y
que siguen, desgraciadamente, sufriendo en carne propia.
Cuando, por ejemplo, mediante una decisión unilateral
se resolvió inundar toda la zona del Alto Balsas y borrar bajo las
aguas los pueblos, los cultivos y las riquezas arqueológicas de
los pueblos nahuas guerrerenses que desde siempre habitan esa zona sin
siquiera consultarles, se recurrió como siempre al clásico
método de disponer de la cultura y de las vidas de los mexicanos
sin siquiera informarles ni mucho menos consultarles. Fueron necesarias
grandes luchas de los nahuas, heroicas y multitudinarias marchas a la ciudad
de México y movilizaciones en Guerrero para que el gobierno federal
(en ese entonces del neoliberal Carlos Salinas de Gortari, cuya política
parece hoy repetirse en el "gobierno del cambio") diera marcha atrás.
De todos modos, la movilización del Alto Balsas
y el movimiento nahua de los 500 Años de Resistencia fueron precursores
y antecedentes directos del levantamiento zapatista en Chiapas.
En Morelos, en Tepoztlán, también se quiso
imponer de igual modo decisionista y en beneficio de un puñado de
grandes millonarios mexicanos y trasnacionales, un club de golf que habría
expropiado 90 por ciento del agua a los agricultores tepoztecos. El pueblo
se rebeló y erigió barricadas, ocupó el palacio municipal,
nombró autoridades, desarrolló su autogestión e hizo
caer al gobernador morelense a pesar, incluso, del asesinato de un campesino
y de la presión y represión gubernamentales. El club de golf
no se hizo, como no se hizo tampoco otro club de golf en Xochimilco, también
resuelto sin consultar a los xochimilcas, y que encontró la resistencia
de éstos.
Recientemente, con el solo "apoyo" de los patos y enfrentando
la movilización de los ejidatarios de Atenco, se pretendió
imponer, a espaldas de los habitantes e incluso a costa de la muerte de
un campesino, un aeropuerto que constituía un jugoso negocio para
las empresas trasnacionales y los inversionistas mexicanos, y que habría
tenido terribles consecuencias sociales, ecológicas y culturales.
El eco que encontró la lucha de los de Atenco por
sus tierras y sus derechos lo impidió. Ahora se repite en Morelos
la experiencia de Tepoztlán, destruyendo el Casino de la Selva y
su parque, que son patrimonio de la ciudad, para permitirle a una trasnacional
construir un gran centro comercial donde antes había árboles
irremplazables y valiosos elementos culturales.
La respuesta, como en los casos anteriores, no se ha hecho
esperar. De modo que quienes resisten en Cuernavaca defendiendo el Casino
de la Selva están encontrando la solidaridad activa de los de Oaxaca,
de Tepoztlán, del Alto Balsas, de Atenco y de los indígenas
de todo el país (a quienes se le ha impuesto, contra su opinión,
la ley antindígena sobre cuya más que dudosa constitucionalidad
deberá fallar la Suprema Corte) y de más de cien organizaciones
sociales de todo tipo, entre ellas las que forman parte de la lucha continental
contra el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Porque
en el caso actual en Cuernavaca no está sólo en cuestión
la defensa del patrimonio artístico nacional, que en ningún
país civilizado sería amenazado, sino que se defienden también
la democracia, los derechos humanos (la represión contra los defensores
del Casino ha sido particularmente brutal) y, sobre todo, la libre decisión
de los habitantes sobre su territorio, que es la base fìsica para
la construcción de tejido social y de relaciones democráticas.
Una vez más los gobiernos y los tecnócratas
pisotean tanto a los seres humanos como los principios legales, las libertades
y la cultura con su decisionismo en sentido único, siempre favorable
a las trasnacionales. De nuevo corren el riesgo de provocar un Atenco urbano,
que podría ser un punto de encuentro de múltiples movimientos
sociales hasta ahora coincidentes pero dispersos. El no pensar en la gente
ni en las leyes para ver, en cambio, los negocios, podría llevar
a perder éstos y, al mismo tiempo, a jugar con fuego.