Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 25 de agosto de 2002
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Editorial
 
CASINO DE LA SELVA: COMO ATENCO O TEPOZTLAN

SOL CORNISA 1Por supuesto, nadie puede oponerse, en principio, a la creación de un centro comercial o de una tienda. Pero todo reside en dónde se pretende poner ese mall o un expendio de hamburguesas, como el que amenaza al zócalo de Oaxaca y a todo el paisaje urbano de esa magnífica ciudad, y en cómo y con cuáles métodos se quiere imponer esa instalación.

Por eso lo que más llama la atención en el caso del intento de destrucción del Casino de la Selva en Cuernavaca y del valiosísimo entorno ambiental del mismo, es la repetición, una vez más, de los métodos antidemocráticos, autoritarios, verticalistas, que diversos estados mexicanos conocieron en el pasado y que siguen, desgraciadamente, sufriendo en carne propia.

Cuando, por ejemplo, mediante una decisión unilateral se resolvió inundar toda la zona del Alto Balsas y borrar bajo las aguas los pueblos, los cultivos y las riquezas arqueológicas de los pueblos nahuas guerrerenses que desde siempre habitan esa zona sin siquiera consultarles, se recurrió como siempre al clásico método de disponer de la cultura y de las vidas de los mexicanos sin siquiera informarles ni mucho menos consultarles. Fueron necesarias grandes luchas de los nahuas, heroicas y multitudinarias marchas a la ciudad de México y movilizaciones en Guerrero para que el gobierno federal (en ese entonces del neoliberal Carlos Salinas de Gortari, cuya política parece hoy repetirse en el "gobierno del cambio") diera marcha atrás.

De todos modos, la movilización del Alto Balsas y el movimiento nahua de los 500 Años de Resistencia fueron precursores y antecedentes directos del levantamiento zapatista en Chiapas.

En Morelos, en Tepoztlán, también se quiso imponer de igual modo decisionista y en beneficio de un puñado de grandes millonarios mexicanos y trasnacionales, un club de golf que habría expropiado 90 por ciento del agua a los agricultores tepoztecos. El pueblo se rebeló y erigió barricadas, ocupó el palacio municipal, nombró autoridades, desarrolló su autogestión e hizo caer al gobernador morelense a pesar, incluso, del asesinato de un campesino y de la presión y represión gubernamentales. El club de golf no se hizo, como no se hizo tampoco otro club de golf en Xochimilco, también resuelto sin consultar a los xochimilcas, y que encontró la resistencia de éstos.

Recientemente, con el solo "apoyo" de los patos y enfrentando la movilización de los ejidatarios de Atenco, se pretendió imponer, a espaldas de los habitantes e incluso a costa de la muerte de un campesino, un aeropuerto que constituía un jugoso negocio para las empresas trasnacionales y los inversionistas mexicanos, y que habría tenido terribles consecuencias sociales, ecológicas y culturales.

El eco que encontró la lucha de los de Atenco por sus tierras y sus derechos lo impidió. Ahora se repite en Morelos la experiencia de Tepoztlán, destruyendo el Casino de la Selva y su parque, que son patrimonio de la ciudad, para permitirle a una trasnacional construir un gran centro comercial donde antes había árboles irremplazables y valiosos elementos culturales.

La respuesta, como en los casos anteriores, no se ha hecho esperar. De modo que quienes resisten en Cuernavaca defendiendo el Casino de la Selva están encontrando la solidaridad activa de los de Oaxaca, de Tepoztlán, del Alto Balsas, de Atenco y de los indígenas de todo el país (a quienes se le ha impuesto, contra su opinión, la ley antindígena sobre cuya más que dudosa constitucionalidad deberá fallar la Suprema Corte) y de más de cien organizaciones sociales de todo tipo, entre ellas las que forman parte de la lucha continental contra el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Porque en el caso actual en Cuernavaca no está sólo en cuestión la defensa del patrimonio artístico nacional, que en ningún país civilizado sería amenazado, sino que se defienden también la democracia, los derechos humanos (la represión contra los defensores del Casino ha sido particularmente brutal) y, sobre todo, la libre decisión de los habitantes sobre su territorio, que es la base fìsica para la construcción de tejido social y de relaciones democráticas.

Una vez más los gobiernos y los tecnócratas pisotean tanto a los seres humanos como los principios legales, las libertades y la cultura con su decisionismo en sentido único, siempre favorable a las trasnacionales. De nuevo corren el riesgo de provocar un Atenco urbano, que podría ser un punto de encuentro de múltiples movimientos sociales hasta ahora coincidentes pero dispersos. El no pensar en la gente ni en las leyes para ver, en cambio, los negocios, podría llevar a perder éstos y, al mismo tiempo, a jugar con fuego.
 

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