VENTANAS
Eduardo Galeano
El oído secreto
DESDE QUE ERA muy niño, Heitor Villa-Lobos
supo que tenía un oído de adentro. El oído de adentro,
que sólo se abría cuando quería, escuchaba las voces
de adentro, que él no compartía con nadie. El oído
de afuera, en cambio, estaba siempre abierto a la estridencia de Río
de Janeiro, y por ahí se metían, sin pedir permiso, los clamores
de las calles bullangueras.
En sus años mozos, cuando vivía en un burdel
del barrio de Lapa, Villa-Lobos tocaba el piano, en las madrugadas, para
entretener a los clientes que esperaban a las putas. Gracias a su oído
de adentro, podía componer sus obras maestras, como si tal cosa,
en medio de aquella barahúnda de carcajadas y bebederas.
Después, en sus años maduros, ese oído
secreto fue el refugio de Villa-Lobos contra las voces enemigas que querían
condenarlo al arrepentimiento o al aburrimiento: los insultos del público,
los venenos de los críticos y los zumbidos de los mosquitos humanos
que le jodían la paciencia.
El oído de afuera pertenecía al ruido, pero
el oído de adentro era el silencioso reino donde nacía la
música. La música que deliraba, libre, vagabunda, como el
Brasil que ella quería.