Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 24 de agosto de 2002
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Política
José Luis Soberanes Fernández

El ombudsman que necesitamos

Cuando me preguntan qué se necesita para ser ombudsman, suelo contestar -como el célebre matador de toros Cagancho- que lo primero para ser torero es parecerlo, y yo concluyo que para ser ombudsman lo primero que se necesita es parecerlo, es decir, tener y asumir esa actitud. Hoy queda claro que el solo nombramiento o investidura de ombudsman no garantiza una buena labor para que los miembros de la sociedad tengan garantías efectivas de defensa de sus derechos humanos frente a los abusos del poder.

Abordo el tema porque en ocasiones se tiende a confundir el carácter y las funciones del ombudsman con las del militante de un partido político, o con las que desarrollan los miembros de organizaciones civiles, quienes en general actúan movidos por sus simpatías políticas o sus convicciones, pero sin recurrir necesariamente al razonamiento jurídico y al conocimiento de las leyes.

El ombudsman, como su nombre lo indica, es un defensor del pueblo, no del gobierno, lo que no significa que sea un opositor a todo lo que emane de las instancias del poder. Tampoco puede estar a su servicio, pues se convertiría en un simple empleado de éste, desnaturalizando así su papel.

Nadie debería poner en duda que la misión del ombudsman es estar siempre al lado de la sociedad. Históricamente surgió para suplir las fallas de las instituciones y corregir sus excesos, la llamada "mala administración", pero siempre dentro de la legalidad; es por ello que sus actuaciones y pronunciamientos deben darse en todo momento dentro del estado de derecho, pues es un defensor de la legalidad y, por lo mismo, su desempeño no debe regirse por afanes políticos o por un justicialismo cargado de connotaciones populistas. La imparcialidad del defensor de las garantías individuales debe ser a prueba de balas, pues cualquier implicación partidista anula sus potencialidades.

Esto implica que los organismos públicos defensores de los derechos humanos no pueden convertirse en magistraturas caprichosas que actúen más allá de la norma jurídica, ni pueden pretender sustituir a otras instancias del Estado, ya que su labor refuerza y complementa las funciones de estas otras.

En la etapa actual de la vida nacional, la figura del ombudsman tiene una participación intensa en la consolidación de la democracia. Contribuye a la gobernabilidad, es decir, a la capacidad del Estado para resolver en forma práctica y pacífica los problemas que plantea una sociedad compleja como la nuestra, principalmente aquellos que tienen que ver con el respeto a las garantías fundamentales. El ombudsman, como lo han mostrado encuestas recientes, es una de las instituciones que mayor confianza despierta en la sociedad, pero esa confianza hay que cuidarla y acreditarla todos los días.

Una de las condiciones inexcusables del ombudsman es la de contar con prestigio moral y profesional. Comparto la opinión de que en la circunstancia actual de México, el defensor del pueblo debe ser licenciado en derecho, pues su formación técnico-jurídica le resulta indispensable para evitar deficiencias o caer en ilegalidades; ello, si bien no lo hace inmune contra errores, ayuda a que el defensor del pueblo sirva mejor a quienes necesitan acceder a la justicia.

En México, la figura del ombudsman es relativamente nueva, y tal vez por ello todavía existen en su entorno fenómenos bizarros, como la presencia (sin duda minoritaria) de defensores institucionales de derechos humanos que, por encima de la causa común, actúan bajo el signo del protagonismo y viven enfrascados en una suerte de competencia política con otros actores, preocupados por cuestiones evidentemente ajenas a su misión. De esta forma, los organismos públicos de defensa de los derechos humanos tienden a convertirse en actores del conflicto, en vez de órganos tutelares de los derechos y, en cierto sentido, pierden ese carácter arbitral que les es consustancial; de ello se deduce que estos organismos no pueden ser refugio de personas conflictivas, con ambiciones o intereses partidistas o de índole distinta al compromiso que han adquirido.

No es sencilla la tarea del ombudsman. Entre las dificultades que enfrenta está la actitud negativa que a veces asumen quienes detentan el poder y la fuerza pública cuando se les señalan conductas violatorias de los derechos humanos. Ello confirma que la sola existencia de la ley no basta para hacer efectivo el estado de derecho, y que la fuerza moral de las recomendaciones del defensor del pueblo -la única que posee- no siempre es suficiente para hacer que las autoridades cumplan sus obligaciones y respondan por sus actos.

Es necesario comprender que la lucha por la defensa de las garantías fundamentales de los ciudadanos no es algo abstracto, que se pueda limitar a los discursos grandilocuentes, sino que se tiene que concretar en hechos reales. No es una lucha que pueda ni deba ser librada en forma aislada por una sola instancia. Es una labor que requiere la cooperación de todos, del Estado y la sociedad mexicanos.

Presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos

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